En 2019, un grupo de científicos detectó una explosión de energía capaz de liberar el equivalente a lo expulsado por hasta 500 millones de soles. Se trata de las “ráfagas rápidas de radio” (FRB), picos de ondas de radio que aparecen en las observaciones con radiotelescopios y cuya duración es de apenas milisegundos. Lo más interesante no fue su detección, sino que, al buscar su origen, no se encontró ninguna fuente.
Al menos, no en un inicio. Después de años de análisis y el uso de equipo especializado, los científicos lograron localizar su punto de origen: una galaxia enana diminuta y débil, completamente diferente a otras fuentes de FRB documentadas. Esta galaxia se encuentra a más de la mitad del Universo observable.
En la investigación publicada en The Astrophysical Journal Letters, dirigida por el astrónomo Danté Hewitt, de la Universidad de Ámsterdam, se señala que la mayoría de las galaxias anfitrionas de ráfagas rápidas de radio son galaxias formadoras de estrellas. En estos casos, los FRB suelen originarse a partir de magnetares generados por supernovas de colapso de núcleo. Sin embargo, la galaxia que dio origen a la explosión FRB 20190208A es una de las menos masivas jamás observadas.
La búsqueda de su origen
Estos eventos, por lo general, ocurren una sola vez y de manera aleatoria, lo que dificulta su predicción y rastreo. No obstante, algunos FRB son reincidentes y pueden emitir señales de forma continua, y siguen patrones cronometrados. Esto facilita su detección y análisis.
Aun así, la causa exacta de su formación sigue siendo un misterio. Se ha demostrado que los magnetares en erupción son una de sus fuentes, pero no la única. Por ello, identificar su origen es clave para comprender mejor el fenómeno.
En el caso de esta explosión, fue detectada por primera vez en febrero de 2019. Para localizar su origen, se emplearon radiotelescopios durante un total de 65.6 horas. Entre febrero de 2021 y agosto de 2023, el evento fue captado dos veces más, lo que permitió determinar con precisión su procedencia y, posteriormente, identificar el tipo de galaxia en que ocurrió.
La galaxia enana NGC 4625
Según Hewitt, en un principio los científicos quedaron “desconcertados“, pues no lograban identificar ninguna galaxia anfitriona en la fuente del FRB. No obstante, al analizar imágenes del Gran Telescopio de Canarias, descubrieron que sí existía un origen, pero en lugar de tratarse de una galaxia masiva, se observó una tenue mancha: una galaxia enana.
Este tipo de galaxias es difícil de detectar, sobre todo a grandes distancias. Debido a esto, los científicos enfrentaron complicaciones para obtener una medición de distancia precisa. Sin embargo, al analizar la forma en que la luz de radio de la FRB se dispersó durante su trayecto por el espacio, se determinó que había viajado aproximadamente 7,000 millones de años.
Una fuente inusual
De acuerdo con los investigadores, esto convierte a la FRB 20190208A en una de las ráfagas más distantes jamás detectadas, gracias a la diminuta galaxia de la que proviene.
Hewitt señala que esta galaxia anfitriona es “probablemente entre 10 y 100 veces más débil” que la mayoría de otras galaxias donde se han detectado FRB, posiblemente similar a las Nubes de Magallanes.

La Gran Nube de Magallanes
Además, el científico explica que las galaxias enanas no albergan tantas estrellas como otras galaxias más masivas. No obstante, la presencia de un FRB en este tipo de galaxia puede ayudar a revelar nuevas características sobre su composición y evolución.
La falta de información al respecto
Los investigadores también destacan que, cuando las estrellas más masivas en las galaxias enanas llegan al final de su ciclo, no desaparecen en silencio, sino que explotan en forma de supernovas de colapso de núcleo. Estas, a su vez, dan origen a estrellas de neutrones altamente magnetizadas, conocidas como magnetares.
Este proceso desencadena algunas de las explosiones más energéticas del Universo. Además, los remanentes de estas explosiones aún generan emisiones en el vacío, lo que puede producir FRB de forma recurrente.
A pesar de estos avances, Hewitt reconoce que aún quedan muchas incógnitas por resolver sobre el origen de estos fenómenos. Sin embargo, señala que se pueden obtener más respuestas si se logran mediciones precisas con radiotelescopios y observaciones ópticas más profundas con telescopios de mayor alcance, algo que, por el momento, sigue siendo un reto.
Cortesía de Xataka
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