En el año 395, tras la muerte de Teodosio el Grande, el Imperio romano se dividió en dos: Occidente, cuya capital siguió siendo Roma, y Oriente, con capital en Constantinopla. El Imperio romano de Oriente (o bizantino) heredó la tradición médica griega.
La medicina bizantina no reglamentó la titulación ni la enseñanza médica, por lo que, en un sentido estricto, no llegó a convertirse en una profesión. No puede decirse que hubiera centros de enseñanza equiparables a las universidades europeas, si bien es cierto que los hospitales alcanzaron un enorme desarrollo.

Xenodochias, los primeros hospitales
Basilio el Grande (330-379) ordenó la construcción de grandes instalaciones «hospitalarias» cerca de Cesárea, comenzando de esta forma la historia del hospital en el Occidente cristiano (el término hospital procede del latín hospes, que significaba «huésped» y de hospitium, «albergue»).
El edificio, en sus inicios, constaba de una serie de pequeñas construcciones agrupadas alrededor de una iglesia, siguiendo el modelo de los pueblos sacerdotales egipcios, antecesores de los conventos medievales. Inicialmente estos eran xenodochias (del gr. xenos, «extranjero», y dochion, «recibimiento»), esto es, «albergues para extranjeros». Esta concepción se debía a la ley ordenada por el emperador Juliano el Apóstata (331-363): «No solo para los extranjeros de nuestra fe, sino para todos los viajeros pobres».
Con esta filosofía se crearon hospitales en Edesa (375), Antioquia (398) y Éfeso (451). La secta cristiana de los nestorianos creó albergues para extranjeros en Gundeshapur (450) y, probablemente, a lo largo de la Ruta de la Seda.
Los aspectos pedagógicos
Durante esta época hay cuatro personajes que brillan con luz propia: Oribasio de Pérgamo, Alexandro de Tralles, Etión de Amida y Pablo de Egina.
Oribasio (325-403) nació en Pérgamo y fue un gran compilador de la medicina. Su Synagogai está constituida por setenta volúmenes en los que se recopila lo mejor de la medicina grecorromana. Es considerado un médico iatrosofista por su orientación retórica y filosófica, así como por su interés por el conocimiento de los libros griegos clásicos. En sus obras aparece descrita, entre otros aspectos, la semiología de las lesiones de la médula espinal y la inhibición provocada en los niños escolares con el castigo, lo cual hace que sea considerado como uno de los primeros escritores en abordar aspectos pedagógicos.

Alexandro (525-560) nació en Tralles, una ciudad de Lydia, y era hijo de Stephano, médico, y hermano de Anthemio, el constructor de Santa Sofía. Fue seguidor devoto de la medicina galénica y un gran enciclopedista. Sabemos que realizó numerosos viajes a lo largo y ancho del Mediterráneo, llegando hasta la península Ibérica y la Galia. En la última etapa de su vida optaría por asentarse en Roma, ciudad en la que murió. En sus escritos aparecen las primeras descripciones de las parasitosis intestinales y el empleo del cólquico en el tratamiento de la gota. No deja de ser curioso que en sus escritos haya recomendaciones terapéuticas que sean injustificables, como por ejemplo la de comer escarabajos verdes vivos o administrar beleño negro que haya sido cogido con los dedos índice y pulgar, con la luna en Piscis o en Acuario, ya que de otra forma carecería de valor terapéutico.
El espéculo vaginal
Etión de Amida destacó especialmente por sus conocimientos quirúrgicos. De entre sus obras merece la pena destacar De vasorum dilatatione, donde aborda de forma original los aneurismas. Fue uno de los primeros cirujanos ginecológicos y dedicó a esta especialidad más de cien capítulos.
Su principal aportación práctica fue la introducción del espéculo vaginal y la metodología para mantener a la mujer con las piernas abiertas durante las exploraciones ginecológicas. Sabemos que ordenaba colocar a la paciente con las rodillas flexionadas, los muslos apretados contra el estómago y las piernas tan abiertas como le fuera posible. Además, hacía que le atasen una cuerda a un tobillo, la pasasen en torno a la rodilla del mismo lado, luego por detrás del cuello, por la otra rodilla y finalmente por el tobillo del otro miembro. De esta forma era imposible que la mujer pudiese moverse durante la intervención.

El último médico
Por último, Pablo nació hacia el siglo vii en Egina, una pequeña isla situada frente al Pireo y es considerado el último médico de la Bizancio clásica.
Fue el autor de Epitome medicae o Hypomnema, una auténtica biblia médica, en especial para los cirujanos, que se encontraba dividida en siete libros.
En el primero abordó el régimen de vida y describió la patología humoral galénica y la manera de llevar a cabo una dieta adecuada. En el segundo trató las fiebres, afirmando que las altas eran típicas de las enfermedades agudas, mientras que las moderadas lo eran de las crónicas. En el tercer libro estudió todas las enfermedades, empezando por la cabeza y acabando en los pies. El cuarto era un tratado de dermatología; el quinto de toxicología y en él recogía diferentes opiniones sobre los venenos.
El sexto era una monografía de cirugía, siendo una de las principales vías de transmisión de la cirugía y la obstetricia al mundo islámico y a Europa occidental, a pesar de que en algunos aspectos supuso un retroceso (se omitía la descripción del útero y la presentación podálica, por ejemplo). Abulcasis difundió este libro por casi todo el mundo islámico. Por último, en el séptimo libro Pablo de Egina resumía las medicinas simples y las compuestas, entre las que había noventa minerales, seiscientas plantas y ciento sesenta y ocho animales.
Cortesía de Muy Interesante
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