
BEIJING – En los últimos años, los países más pobres y vulnerables al cambio climático del mundo han dejado algo en claro: el sistema actual de financiación del desarrollo en las economías de bajos y medianos ingresos no funciona. En las conferencias anuales sobre el clima y a través de reformas históricas como la Iniciativa de Bridgetown, estos gobiernos han venido reclamando -a viva voz y con insistencia- que los países ricos hagan más y que lo hagan mejor.
Sin embargo, hay un problema. Mientras que las necesidades de financiación no han hecho más que aumentar, también lo ha hecho la resistencia política a la “ayuda”. En los países donantes, la presión fiscal, las tasas de interés más altas y el creciente nacionalismo han recortado los presupuestos de desarrollo. En este clima, las subvenciones tradicionales de los donantes -que siguen dominando la financiación para los bancos multilaterales de desarrollo (BMD)- se han vuelto políticamente tóxicas o financieramente onerosas.
Ahora bien, si estos factores son tan restrictivos, ¿por qué los países ricos no les prestan dinero a los BMD en lugar de donarlo? O más concretamente: ¿por qué los países ricos no emiten bonos a 100 años con intereses ultrabajos a los BMD y permiten que estas instituciones los reembolsen lentamente, tal y como hacen con sus bonistas habituales?
Esta idea no es radical ni carece de precedentes. Cuando el gobierno británico abolió la esclavitud en 1833, se comprometió a pagar 20 millones de libras (27 millones de dólares) -equivalentes aproximadamente al 40% del presupuesto anual del gobierno en aquel momento- para “compensar” a los dueños de esclavos. Para financiar el programa, el Tesoro emitió un bono gubernamental a largo plazo que los contribuyentes británicos recién terminaron de devolver en 2015 -más de 180 años después-. Para ponerlo en perspectiva, un bono del Reino Unido de 5,000 millones de dólares a 100 años equivaldría hoy al 0.3% del presupuesto gubernamental actual.
Si los gobiernos pueden prestar durante siglos para superar injusticias históricas, sin duda pueden hacer lo mismo para financiar el futuro de África. Como cuestión financiera, la idea debería ser obvia. Al fin y al cabo, el dinero se devolvería. Los BMD como el Banco Mundial o el Banco Africano de Desarrollo (BAfD) tienen balances sólidos, calificaciones crediticias triple A y flujos de caja constantes procedentes de sus carteras de préstamos. Ya se endeudan en los mercados globales de capital. ¿Por qué no pueden asumir préstamos también directamente -a tasas favorables- de los mismos países que constantemente los presionan para que hagan más?
Supongamos que un país rico emitiera un bono a 100 años a un BMD al 0.1% de interés. El BMD podría utilizar inmediatamente ese capital para financiar inversiones en infraestructura, resiliencia climática, educación y mucho más. Sin embargo, a diferencia de una subvención, el dinero se devolvería con el tiempo. El costo fiscal inicial sería mínimo, y la política, más fácil de gestionar. Se podría tranquilizar a los votantes diciéndoles que no se trata de una limosna, sino de una inversión.
Los BMD también saldrían ganando. Recibirían capital abundante y flexible que podrían utilizar para ampliar sus préstamos sin diluir su balance ni poner en peligro su calificación crediticia. Si se estructuran como capital subordinado o híbrido, los bonos de los donantes podrían funcionar como capital social. Un bono importante a 100 años emitido directamente a favor del BAfD, por ejemplo, le permitiría al banco ofrecer préstamos con vencimientos a 30 años o más a países de ingresos medios. En la situación actual, solo los países de bajos ingresos (en el mejor de los casos) reciben tales condiciones, y solo para proyectos bastante pequeños de menos de 500 millones de dólares.
Los bonos de los donantes sustentarían el desarrollo de una forma que es sencillamente inverosímil en el sistema actual. El capital y la base de financiación del BAfD limitan actualmente la duración de los préstamos que puede ofrecer con seguridad. Debido a las limitaciones de financiación y a los protocolos de gestión de riesgos, los préstamos a países de ingresos medios suelen tener plazos de vencimiento más cortos (10-25 años) y tasas de interés más altas (al menos del 4 por ciento).
Las diferencias en el acceso a financiación de bajo costo también crean limitaciones para los proyectos transfronterizos en los que participan un país de bajos ingresos y otro de ingresos medios. Con demasiada frecuencia, la financiación combinada en estos casos termina siendo más cara para el país de bajos ingresos de lo que habría sido un proyecto nacional de tamaño similar.
En consecuencia, el capital a muy largo plazo de los donantes -que podría otorgarse a una escala mucho mayor que las subvenciones de la ayuda oficial al desarrollo (AOD)- fortalecería el balance del BAfD y reduciría su costo de financiación. Y eso se traduciría en una financiación más paciente y estable para grandes proyectos de infraestructura, energía y relacionados con el clima -especialmente los transfronterizos-. Este es precisamente el tipo de inversiones que tardan décadas en amortizarse.
En cuanto a los países de bajos ingresos, se beneficiarían de un sistema de BMD más sólido y receptivo -con mayor capacidad financiera y menos dependencia de las reposiciones de capital impredecibles- y de la posibilidad de endeudarse junto con los países de ingresos medios vecinos.
Con esta propuesta en mente, junto con mis colegas de Development Reimagined diseñamos un escenario modelo en el que cada estado miembro del G20 contribuía con un bono de donante a 100 años por un valor de 5,000 millones de dólares al BAfD. Con un total de unos 90,000 millones de dólares, esto representaría una de las mayores inyecciones de capital de la historia del banco, aumentando su capital desembolsado aproximadamente entre 4.5 y 6 veces, y casi duplicando su capacidad de préstamo.
Este monumental aumento de los recursos financieros podría cambiar las reglas del juego en África. Reduciría el costo del capital en el continente (gracias al perfil crediticio fortalecido del BAfD y a los menores costos de financiación). Le permitiría al banco ofrecer préstamos a más largo plazo a los países de ingresos medios, cerrando una brecha crítica en la financiación de infraestructura y la lucha contra el cambio climático. Y respaldaría proyectos de infraestructura transfronteriza sostenible y a gran escala que requieren un capital muy paciente.
Al hacer de esta propuesta una parte central de la agenda del G20, Sudáfrica podría utilizar su presidencia del grupo para enviar un mensaje poderoso. No solo demostraría el liderazgo mundial que la financiación del clima y el desarrollo necesitan con tanta urgencia, sino que también ayudaría a cambiar la narrativa de la dependencia de la ayuda a la inversión sostenible.
En un momento de disminución de la AOD (que sigue siendo importante), tenemos la oportunidad de pasar de un modelo de otorgamiento de subvenciones impredecible a un sistema de capital rotatorio, reembolsable y de bajo costo que beneficie por igual a los donantes, los BMD y los países receptores. Nunca ha habido tanto en juego. Sudáfrica debería aprovechar el momento.
La autora
Hannah Wanjie Ryder, exdiplomática, es CEO de Development Reimagined y asociada principal del Programa para África del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.
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Cortesía de El Economista
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