Pese al interés que genera la próxima elección del 5 de noviembre en los Estados Unidos, América Latina es la gran ausente en las campañas y planes de gobierno de ambos candidatos presidenciales. Como si Kamala Harris y Donald Trump (foto) olvidaran el papel fundamental que la región ocupa para la potencia que buscan gobernar, tanto en provisión de materias primas como de mano de obra.
Se trata de una ausencia llamativa, construida en torno a una histórica asimetría y a un desequilibrio naturalizado que rara vez son cuestionados o señalados desde el norte. En cambio, se convierte en atención plena cuando se trata de preservar el escenario asumido como patrimonio exclusivo frente al avance (por momentos más exagerado que real) de actores como Rusia y China, con incidencia clara en lo comercial y en lo financiero, pero también en políticas de defensa y de vigilancia global.
Para nuestra región, las contadas propuestas del próximo gobierno, ya sea demócrata o republicano, impactarán principalmente en tres áreas: en el económico y comercial, donde un papel destacado es ocupado por las remesas; en el migratorio y en la lucha contra narcotráfico, considerando a estos dos últimos dentro de una misma agenda de seguridad, y con respuestas que, más allá de las diferencias partidarias, coinciden en un similar tono represivo.
Con todo, debe tomarse en cuenta que, desde una mirada económica y geopolítica, para Washington no existe una única “América Latina” sino que hay, al menos, dos regiones claramente diferenciadas, en principio, según la capacidad de presión política y la dependencia económica hacia las principales entidades financieras del poderoso vecino del norte.
En Sudamérica, la presencia estadounidense tiene un menor peso en comparación con el área conformada por México, Centroamérica y El Caribe, donde la presión es mucho más fuerte y, en algunos países de menor volumen, puede llegar a ser determinante para su propia supervivencia.
Dentro de este último grupo, sólo México conserva un mayor nivel de autonomía gracias a su importante desempeño económico y al equilibrio que supo proporcionarle el gobierno de Andrés Manuel López Obrador para articularse, a un mismo tiempo, a las necesidades de Estados Unidos a través de una política de “nearshoring”, pero también a los crecientes requerimientos por parte de China. El nuevo mandato de Claudia Sheinbaum seguramente profundizará esta doble condición de México más allá de quien sea el próximo ocupante de la Casa Blanca
El resto de los países centroamericanos y caribeños, con un volumen mucho más reducido, son mayormente dependientes de la economía estadounidense, de las prestaciones brindadas por agencias como USAID a cambio de una penetración territorial cada vez más amplia y, principalmente, de las remesas (que, entre otras, sostienen a El Salvador, Nicaragua y Guatemala).
El principal cambio se produciría en caso de que el republicano triunfe en las elecciones presidenciales: se reducirían las prestaciones económicas y se respondería con un mayor nivel de violencia a las migraciones y al narcotráfico. Por supuesto, la xenofobia y el odio a los extranjeros y a los migrantes complicaría todavía más la vinculación con un gobierno como el de Trump.
Respecto a Sudamérica, Kamala Harris mantendría una línea de continuidad frente al actual gobierno de Joe Biden, pero podría existir un mayor proteccionismo económico si gana Donald Trump, lo que generaría políticas devaluatorias por parte de las economías de la región para tratar de mantener vigentes sus asociaciones comerciales.
Por otro lado, y cuando se revisan los alineamientos políticos a nivel internacional, podría cambiar la construcción de los principales ejes de poder hacia Sudamérica.
La administración de Biden estableció con el gobierno de Lula da Silva en Brasil a su principal interlocutor dentro de la región. Pesaron factores como ser la economía más importante de Sudamérica, y motivos políticos e ideológicos: ambos gobiernos apuntaron a la construcción de poder para refrenar a sectores políticos de derecha y de ultraderecha en ascenso. De igual modo, establecieron una alianza a través de políticas transversales como la creación de empleo y la defensa del medio ambiente, proyectando un plano de igualdad entre ellos más aparente que real.
Lo más probable es que, en caso de ganar Kamala Harris, este papel de Brasil como una especie de “eje ordenador” sudamericano se mantenga en el tiempo e, incluso, tenga una vigencia todavía mayor, debido a la llegada al gobierno de Argentina del ultraderechista Javier Milei y su clara vinculación con Donad Trump y con el ex presidente Jair Bolsonaro.
Pero, en cambio, si quien llega a la Casa Blanca es el republicano, será justamente Milei quien busque ese espacio de interlocución directa con el caudillo-empresario, aprovechando para ello sus afinidades ideológicas y discursivas y, principalmente, su interés por convertirse en una suerte de “Trump sudamericano”, con influencia y capacidad de actuación por fuera de Argentina, en una metodología que ya puso en práctica tanto dentro de la OEA como de las Naciones Unidas.
Los bloques de poder no tardarán en constituirse en una región cada vez más dividida entre progresistas y reaccionarios. En el caso de una nueva administración demócrata, la alianza entre México, Brasil y Colombia, con apoyo de Bolivia y Honduras, contrastará con otra vertiente, que se consolidará con el regreso de los republicanos al poder, y que tendría al frente a Argentina, junto con otros gobiernos de similar predicamento como el de El Salvador, Perú y Paraguay.
Por último, y más allá de las diferencias y de los matices, quien ocupe el Salón Oval deberá asumir qué tipo de relación establecerá con Cuba, Nicaragua y Venezuela: desde la negociación y el consenso a la respuesta represiva y violenta. Todo es posible y, como dijo Donald Trump en su anterior mandato, “todas las cartas están sobre la mesa”. Una vez más.
Cortesía de Página 12
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