Fuente de la imagen, Daniel A. Edwards
- Autor, Madeline Halpert y Lily Jamali
- Título del autor, BBC News
Cuando Charlie Hopkins piensa en los tres años que pasó en una de las prisiones más famosas de Estados Unidos, lo que más recuerda es el “silencio sepulcral”.
En 1955, Hopkins fue enviado a Alcatraz, la famosa prisión en una isla frente a la costa de San Francisco, tras causar problemas en otras prisiones mientras cumplía una condena de 17 años por secuestro y robo.
Al dormirse por la noche en su celda de la remota isla, el único sonido que se oía era el silbido de los barcos que pasaban, comentó.
“Es un sonido solitario”, dice Hopkins.
“Te recuerda a Hank Williams cantando aquella canción: ‘Estoy tan solo que podría llorar'”, agrega.
Hopkins, quien ahora tiene 93 años y reside en Florida, afirmó que los Archivos Nacionales de San Francisco le informaron que probablemente sea el último exrecluso de Alcatraz que sigue con vida.
Aunque otro antiguo preso, William Baker, parecía estar vivo el año pasado.
En una entrevista con la BBC, Hopkins describió su vida en Alcatraz, escenario de la película de 1996 “La Roca”, donde se hizo amigo de gánsteres y, en una ocasión, ayudó a planear una fuga fallida.
A pesar de que cerró hace décadas, el presidente estadounidense Donald Trump afirmó recientemente que quiere reabrirla como prisión federal.
Sin mucho que hacer
Hopkins fue enviado a prisión en 1952 en Jacksonville (Florida) por su participación en una serie de robos y secuestros. Formaba parte de un grupo que tomaba rehenes para sortear controles y robar autos, confesó.

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Cuando fue trasladado a Alcatraz en 1955, desde una instalación de Atlanta, la encontró limpia, pero desolada. Y había pocas distracciones: no había radio en ese momento y pocos libros, comentó.
“No había nada que hacer”, dice. “Podías caminar de un lado a otro en tu celda o hacer flexiones”.
Hopkins se mantenía ocupado parte del tiempo con su trabajo limpiando Alcatraz, barriendo los pisos y puliéndolos “hasta que brillaran”.
En Alcatraz, Hopkins tenía vecinos infames. La prisión albergó a muchos criminales violentos durante sus 30 años de existencia: Al Capone; Robert Stroud, asesino conocido como el “Hombre Pájaro de Alcatraz”, y el jefe mafioso James “Whitey” Bulger, lo que la convirtió en protagonista de numerosas películas y series de televisión.
Alcatraz, una isla de nueve hectáreas a dos kilómetros de San Francisco, que está rodeada de aguas gélidas con fuertes corrientes, fue originalmente una base de defensa naval.
Fue reconstruida a principios del siglo XX como prisión militar y el Departamento de Justicia de Estados Unidos se hizo cargo de ella en la década de 1930, transformándola en una prisión federal para combatir el desenfrenado crimen organizado de la época.
Siempre en problemas
Incluso en la prisión de alta seguridad, Hopkins dijo que se las arreglaba para meterse en problemas y pasar muchos días en el “Bloque D” de la instalación, un confinamiento solitario donde los reclusos con mal comportamiento eran recluidos y rara vez se les permitía salir de sus celdas.

Fuente de la imagen, Archivos Nacionales de EE.UU.
Su estancia más larga allí (seis meses) se produjo después de intentar ayudar a otros presos, incluido el conocido ladrón de bancos Forrest Tucker, a escapar de Alcatraz, según Hopkins.
Relató que ayudó a robar hojas de sierra para metales del taller de electricidad de la prisión para cortar los barrotes de la cocina del sótano.
El plan no funcionó: los guardias de la prisión descubrieron las hojas en las celdas de otros reclusos, dijo.
“Unos días después de que los encerraran, me encerraron a mí”, recuerda.
Pero eso no detuvo a uno de ellos.
En 1956, cuando Tucker fue trasladado a un hospital para una operación de riñón, se apuñaló el tobillo con un lápiz para que los guardias de la prisión tuvieran que quitarle los grilletes, según declaró Tucker al New Yorker.
Luego, mientras lo llevaban a hacerse una radiografía, el reo se abalanzó sobre los celadores del hospital y huyó.
Horas después, fue capturado con una bata de hospital en un maizal.
A medida que más prisioneros intentaban escapar de Alcatraz a lo largo de los años, las autoridades reforzaron la seguridad, afirmó Hopkins.
“Cuando me fui de allí en 1958, la seguridad era tan estricta que no se podía respirar”, asegura.
¿Un símbolo de la ley?
En total, hubo 14 intentos de fuga a lo largo de los años que involucraron a 36 reclusos, según los datos del Servicio de Parques Nacionales.
Uno de los más famosos fue el de Frank Morris y los hermanos Clarence y John Anglin, quienes escaparon en junio de 1962 colocando cabezas de papel maché en sus camas y saliendo por los conductos de ventilación.
Los prisioneros nunca fueron encontrados, pero el FBI concluyó que se ahogaron en las frías aguas que rodeaban la isla.
Un año después, la prisión cerró después de que el gobierno determinara que sería más rentable construir nuevas prisiones que mantener en funcionamiento las instalaciones de la remota isla.

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Ahora es un museo público visitado por millones de personas cada año y que genera alrededor de US$60 millones en ingresos anuales para el Servicio Nacional de Parques.
El edificio está decrépito, con pintura descascarada, tuberías oxidadas y sanitarios deteriorados en cada estrecha celda. La construcción de la prisión principal comenzó en 1907, y más de un siglo de exposición a la intemperie ha dejado el lugar prácticamente inhabitable.
Sin embargo, Trump declaró esta semana que quiere que su gobierno reabra y amplíe la prisión de la isla para los “delincuentes más despiadados y violentos” del país.
Alcatraz “representa algo muy fuerte, muy poderoso”: la ley y el orden, afirmó el presidente de EE.UU.
Una idea cara
Sin embargo, expertos e historiadores afirman que la propuesta de Trump de restablecer la prisión es descabellada, ya que costaría miles de millones repararla y equipararla con otras instalaciones federales.
Hopkins coincide. “Sería carísimo”, afirma.
“En aquel entonces, el sistema de alcantarillado acababa en el océano. Tendrían que idear otra forma de gestionarlo”, añade.

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Hopkins abandonó Alcatraz cinco años antes de su cierre definitivo. Fue trasladado a una prisión en Springfield (Misuri) donde recibió medicación psiquiátrica que mejoró su comportamiento y le ayudó a superar problemas psicológicos.
Pero este ferviente partidario de Trump afirmó no creer que la propuesta del presidente sea seria.
“Realmente no quiere abrir ese lugar”, opina Hopkins y añade que Trump intenta “hacer entender al público” el castigo a los delincuentes y a quienes entran ilegalmente a EE.UU.
Hopkins fue liberado en 1963, trabajando primero en una parada de camiones antes de aceptar otros empleos. Regresó a su estado natal, Florida, donde ahora tiene una hija y un nieto.
Tras varias décadas reflexionando sobre sus crímenes y su vida en Alcatraz, escribió unas memorias de 1.000 páginas, donde casi la mitad del libro detalla su comportamiento problemático.
“No te creerías los problemas que les causé cuando estuve allí”, rememora. “Ahora, mirando atrás, me doy cuenta de que tuve problemas”.

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Cortesía de BBC Noticias
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