
Los aranceles impuestos al mundo por Donald Trump desde abril ya están cobrando factura. En el segundo trimestre del año, General Motors reportó una caída de más de un tercio en sus ganancias, con una pérdida directa de 1,100 millones de dólares atribuida a los nuevos aranceles sobre vehículos y autopartes. La utilidad neta bajó de 2,900 a 1,800 millones. Ford perdió 64% de su ganancia trimestral y prevé un golpe de 1,500 millones. Lockheed Martin cayó 80%, y RTX (antes Raytheon) redujo su pronóstico anual tras absorber ya 125 millones en costos por tarifas.
Estas cifras reflejan más que contabilidad: muestran que la estrategia comercial de Trump estrangula márgenes, cancela inversiones y fuerza ajustes de precios. Cuando los insumos importados se encarecen por decreto, las empresas recortan gastos, replantean cadenas de suministro… o suben precios.
Y eso ya está ocurriendo. GM comenzó a trasladar el sobrecosto al consumidor, en particular en pickups y SUVs. Ford lo hará en 2026. Empresas como Best Buy, Macy’s y Target ya aumentan precios o reducen promociones. El impacto alcanza desde automóviles y electrodomésticos hasta papel higiénico y alimentos enlatados.
Hasta ahora, el golpe al consumidor ha sido parcial. Muchas empresas absorbieron los aumentos para no perder mercado y trabajan con inventarios construidos antes de los aranceles. Pero ese colchón se acaba. A partir del último trimestre de 2025 y durante la primera mitad de 2026, los aumentos serán más visibles: autos más caros, refacciones con sobreprecio, electrodomésticos con alzas de 5–10%, y boletos de avión más costosos por mantenimiento encarecido. En México, el golpe será real: industrias que dependen de insumos estadounidenses enfrentarán mayores costos que terminarán llegando al consumidor. Si el tipo de cambio se debilita, la inflación importada se agravará.
Y como si eso no bastara, el 1 de agosto entrarán en vigor nuevos aranceles del 30% a las exportaciones mexicanas que no cumplan con las reglas de origen del T-MEC. Es decir, los bienes certificados bajo el tratado quedan exentos, pero muchos otros —especialmente aquellos con insumos de fuera de Norteamérica— sí enfrentarán este castigo arancelario. Para México, esto significa pérdida de competitividad en sectores como maquinaria, línea blanca o electrónicos. Para EU, es dispararse al pie: muchas exportaciones mexicanas contienen componentes no norteamericanos, lo que las excluye del T-MEC y las expone al nuevo arancel. Pero esas cadenas están entrelazadas con empresas estadounidenses. Castigarlas es castigarse.
Los aranceles de Trump buscan proteger sectores clave —como el acero o la industria automotriz—, pero lo hacen a un costo elevado y mal distribuido. Son, en esencia, una política inflacionaria y regresiva. Y si algo demuestran los balances de GM, Ford, Lockheed o RTX, es que todos pierden: los consumidores de ambos países, que pagan más; los empleados que enfrentan despidos por la caída de ventas o el cierre de plantas; y las empresas, que ven esfumarse sus márgenes y su competitividad. Una economía abierta no se defiende con muros tarifarios, sino con reglas claras, integración inteligente y una visión de largo plazo que, evidentemente, no posee el presidente de EU.
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Cortesía de El Economista
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