Los sufíes –los místicos del Islam– creen que algunas personas gozan de la baraka, una especie de bendición de Alá. Con la popularización del concepto, la baraka pasó a considerarse sinónimo de una suerte milagrosa. Y uno de los personajes de nuestra historia reciente a los que, por muchos motivos, se ha considerado poseedor de tal baraka es alguien que forjó buena parte de su prestigio en tierras islámicas, más precisamente en Marruecos: Francisco Franco.
La gran dosis de suerte del Generalísimo es una forma de explicar varios acontecimientos accidentales cuya concatenación ayudó a llevarlo en volandas hasta el liderazgo del bando antirrepublicano. Estos son el mortal accidente de aviación del general José Sanjurjo −primer líder de referencia entre los rebeldes− el 20 de julio de 1936, dos días después del golpe de Estado; luego, la ejecución de José Antonio Primo de Rivera −el joven líder político adorado en los medios de la derecha− en la prisión de Alicante, el 20 de noviembre, y, por último, otro accidente de aviación más: el del general Emilio Mola, el llamado “Director” de los primeros momentos de la conjura, al año siguiente, el 3 de junio de 1937.
Por supuesto, otra explicación para todos estos episodios es que no sucedieron por la invisible mano de la baraka, sino que Franco o quienes querían encumbrarlo en el poder dieron un “empujoncito” para que sucedieran. Las teorías conspirativas han sido constantes casi desde el mismo momento en que aconteció cada una de estas muertes. Las especulaciones culpando a Franco brotaron sobre todo a raíz de las dos últimas, porque ocurrieron cuando él ya había asumido todo el liderazgo de la sublevación con el título de Generalísimo.
Sin embargo, en los últimos años la investigación historiográfica ha puesto el foco sobre otra defunción más, que había pasado prácticamente inadvertida a la hora de citarse entre los acontecimientos relevantes vinculados al inicio de la Guerra Civil. Hablamos del fallecimiento por un “disparo accidental” del general Amado Balmes, nombre apenas conocido para los no expertos. Gobernador militar de Las Palmas, dos días antes del golpe –el 16 de julio de 1936– este importante mando habría accionado su pistola contra sí mismo involuntariamente mientras hacía prácticas de tiro en el campo de la Isleta, en la isla de Gran Canaria.
¿Y cuál es su relación con los hechos que llevaron a la guerra? Pues que el famoso vuelo de Franco a bordo del avión Dragon Rapide (para ir hasta Marruecos y ponerse al mando de los ejércitos allí destinados para declarar el levantamiento) despegó desde Las Palmas, ciudad a la que Franco había acudido oficialmente para asistir al sepelio de Balmes. No era la residencia habitual del general gallego, que por entonces estaba destinado en la otra gran isla del archipiélago, Tenerife, con el cargo de comandante militar de las Canarias. Hasta hace poco, la conexión entre los dos hechos −el fallecimiento de Balmes en Las Palmas y la presencia en el aeropuerto de esta ciudad del Dragon Rapide, lo que facilitó el decisivo vuelo de Franco tras asistir a las exequias– siempre había sido considerada como otra más de esas “casualidades” que habían ayudado al futuro Caudillo.
Un extraño disparo fortuito
Sin embargo, en 2011, el historiador Ángel Viñas, uno de los máximos expertos en los hechos de la Guerra Civil, empezó a esbozar una tesis distinta en su libro La conspiración del general Franco. En él, respecto a la muerte del gobernador militar de Las Palmas, hablaba por primera vez de “lo que parece haber sido un asesinato, planificado con premeditación y alevosía, impecablemente ejecutado”.
Viñas ponía de manifiesto las extrañas circunstancias en que se produjo el fallecimiento del general. Según el juez militar que instruyó las primeras diligencias sobre los hechos, estos habrían tenido lugar así: “El general había probado dos pistolas de las cuatro que llevaba, y la tercera, al tratar de efectuar el último disparo, se encasquilló y, análogamente a como había hecho en otras ocasiones, se apoyó el cañón en el vientre para, con la mano derecha, hacer más fuerza y dejar corriente el arma, con tan mala fortuna que se disparó esta, que era una Astra del 9 largo”.
Algunos expertos señalaban ya entonces a Viñas su extrañeza ante el peligroso método usado para montar la pistola. Y el propio autor afirmaba: “Lo de apoyarse la pistola en la barriga para desencasquillarla no creemos que fuese ni antes ni ahora una técnica demasiado extendida (…) Que lo hiciera un militar de larga experiencia de campaña es suponer demasiado”.
Dos posiciones enfrentadas
Otros detalles concomitantes llamaron la atención del historiador, como el de que el caso hubiera sido instruido por un juez militar cuando, según la legislación vigente, en tiempo de paz (todavía no se había declarado la guerra) le correspondía haber hecho las diligencias a un magistrado civil. Viñas señalaba también el interés que parecía existir en las diligencias del juez por apuntalar la tesis de que el general solía montar su pistola apoyándola en el vientre, ya que incluso se citaban otros episodios que le habrían ocurrido a Balmes, según relato de testigos, y hasta un rumor de que unos días antes “a Balmes se le había ido la pistola y el proyectil le pasó cerca de la faja”.
Pero faltaba más información primaria sobre lo ocurrido; en particular, los historiadores carecían de la autopsia. Hasta que, en 2015, un investigador, Moisés Domínguez Núñez, anunció que había dado con ella y la publicó en el libro En busca del general Balmes (editado por Librería Hispania). El documento original que había recuperado se inclinaba por la tesis del accidente, con estas palabras en su conclusión: “Parece probable un disparo ocurrido al mismo sujeto, dada la pequeña distancia de quemarropa a que fue efectuado”.
Desde ese momento, el caso Balmes ha ido ganando en relevancia, con dos posiciones muy enfrentadas sobre lo ocurrido (como es habitual, jaleadas desde las respectivas trincheras políticas). Viñas, en un nuevo libro publicado a principios de 2018, apuesta por una tesis muy definida desde el propio título: El primer asesinato de Franco (Editorial Crítica).
En este nuevo volumen, en el que ha colaborado también el patólogo Miguel Ull Laita, se hace un análisis muy exhaustivo –30 páginas con gráficos– de las evidencias anatómicas que la documentación rescatada ha ido ofreciendo. Uno de los puntos clave es la referencia en ella a una “perforación” en las dos caras del bazo. Viñas y Ull consideran que “la perforación del bazo con orificio de entrada por el mesogastrio es totalmente inviable. El bazo queda distante de la trayectoria del proyectil iniciada en el orificio, que el informe transcrito localiza”.
Este detallado examen de los autores, en el que se estudian también la posición de la pistola, los orificios de entrada y salida del proyectil y otros aspectos, les lleva a una conclusión diametralmente opuesta a la de quienes redactaron la autopsia. Según Viñas y Ull, “las evidencias apuntan a que el disparo provino de alguien situado en su proximidad y no del arma que manipulaba, y la autopsia fue falseada para ocultar este dato”.
El Dragon Rapide y otros vuelos
En este nuevo libro también se comentan las circunstancias que rodearon la preparación del vuelo del Dragon Rapide (colabora en ello el piloto Cecilio Yusta Viñas), que sugieren una voluntad por parte de quienes lo financiaron de empezar su trayectoria desde Las Palmas, y no desde el aeródromo de Los Rodeos en Tenerife, como hubiera sido más cómodo para Franco. Esta necesidad habría acabado por ser, a juicio de Viñas, letal para el general Balmes.
Curiosamente, esta posibilidad ya había sido esbozada por un coronel republicano, Jesús Pérez Salas, en un libro publicado en México en la posguerra. En él escribía: “Con motivo del incidente que tuvo lugar en el campo de aviación de Las Palmas, resultó muerto el general Balmes (…). Lo más verosímil es que este se opusiera a la rebelión capitaneada por Franco, quien se deshizo de él a fin de que no estorbara a sus planes”. Prueba del interés que el “caso Balmes” ha despertado es que el libro de Viñas, Ull y Yusta ha alcanzado su 3ª edición en pocos meses en las librerías.
El foco mediático alrededor de esta muerte sospechosa es una novedad, porque, a la hora de hablar de fuego amigo durante la Guerra Civil, siempre se citaban dos casos que afectaron a personajes mucho más relevantes que Balmes: los respectivos accidentes aeronáuticos de los generales Sanjurjo y Mola, líderes de la conspiración con mayor peso específico al principio de ella que Franco.
El primero de los accidentes tuvo lugar en los cielos de Portugal, país en el que Sanjurjo se encontraba exiliado. José Sanjurjo era el principal referente moral de los sublevados, ya que había intentado el primer pronunciamiento antirrepublicano en 1932, que encabezó desde Sevilla. La falta de suficientes apoyos en Madrid lo había condenado al fracaso, y desde entonces fue conocido jocosamente como la Sanjurjada.
La maleta de Sanjurjo
El 20 de julio de 1936, el aristócrata y piloto español Juan Antonio Ansaldo se encontraba en Estoril para llevar a Sanjurjo hasta Burgos, de forma que pudiera ponerse al frente del golpe. Contaba con una avioneta De Havilland de tres plazas que despegaría no desde un aeropuerto, sino de la pista de un hipódromo en la vecina población de Cascais.
Ansaldo llevaba el aparato cargado de combustible y no le gustó que Sanjurjo apareciera con una “inmensa y pesadísima maleta”, que es como la describió, ya que complicaba la maniobra de despegue, de por sí compleja porque la pista era corta y al final de ella había árboles. Parece que el general viajaba con su colección de medallas, dispuesto a vivir su gran momento en territorio nacional. Cuando despegó, el aparato no alcanzó la altura necesaria y rozó con la copa de unos árboles, cayendo para estrellarse contra un murete de piedra. Sanjurjo falleció en el acto y Ansaldo sufrió heridas, pero salvaría la vida. Las consecuencias fueron graves, pues la conspiración quedó descabezada… y en manos de Franco.
Tensión entre Franco y Mola
El accidente de Emilio Mola ocurriría al año siguiente, el 3 de junio de 1937. Lo que llama la atención en este caso es que Franco y Mola habían discutido la noche anterior telefónicamente. Se vivían momentos de tensión entre ambos, ya que Mola, que había sido el líder interno de la conspiración desde sus inicios (“el Director” era el sobrenombre que había utilizado), veía cómo Franco cada vez asumía un poder más total. En una entrevista con Serrano Suñer días antes, Mola le había dicho que quería pedirle a Franco que le dejara asumir la jefatura de Gobierno y que el gallego se reservara la del Estado y el ejército.
El vuelo de Mola, en un Airspeed Envoy que había partido de Vitoria con cinco personas a bordo, tenía como destino Valladolid, desde donde el general deseaba supervisar el enfrentamiento con tropas republicanas que habían llevado a cabo la denominada ofensiva de Segovia.
Cuando sobrevolaron el monte de La Brújula, en la localidad de Alcocero (Burgos), este se encontraba rodeado de abundante niebla. Se atribuye a esta que el aparato se estrellase con un tremendo estruendo, que escucharon los agricultores que se encontraban faenando en la zona.
Pero también aquí se extendió otra posible versión: como el aparato utilizado por Mola era un avión republicano de matrícula inglesa que había sido llevado al bando nacional por un desertor, podría haber sido derribado equivocadamente por algún aviador o batería antiaérea de los rebeldes que lo hubiera confundido. Sin embargo, no hay ningún indicio que apoye tal eventualidad, más allá de la rumorología.
Dice Serrano Suñer en su autobiografía: “Cuando supe de la muerte de Mola, guardé las últimas palabras que le escuché en el cofre sin fondo de lo que pudo ser y no fue, comprendiendo que el último escollo había desaparecido, que ya nada se interpondría a mi cuñado. Su baraka no lo abandonaba”.
Cortesía de Muy Interesante
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