Durante más de dos siglos, un grupo de soldados persas sembró respeto y temor por igual en el corazón de Asia y Europa. Eran conocidos como los “Inmortales” (o Melóforos), una unidad militar de élite que protegía al emperador y encabezaba las campañas más decisivas del Imperio aqueménida. A diferencia de otras fuerzas antiguas, su reputación no se basaba únicamente en victorias, sino en su imagen casi mítica de invulnerabilidad y poder absoluto.
El nacimiento de una leyenda militar
El origen de los Inmortales se sitúa en el contexto de uno de los imperios más poderosos de la Antigüedad: el Imperio aqueménida, fundado por Ciro II, conocido como Ciro el Grande, en el siglo VI a.C. Conquistando regiones como Media, Lidia y Babilonia, Ciro no solo construyó un imperio territorialmente vasto, sino que también supo consolidarlo con una estructura administrativa y militar inédita para su época.
Dentro de esta maquinaria imperial surgió una necesidad: una fuerza selecta que actuara tanto como escolta personal del monarca como vanguardia del ejército en el campo de batalla. De esta necesidad nacieron los Inmortales, un cuerpo permanente de exactamente 10.000 hombres, reclutados entre la élite militar del imperio. Su nombre no se debía a la inmortalidad literal, sino a la sustitución inmediata de cualquier baja, manteniendo siempre intacto su número y, por tanto, su aura de invulnerabilidad.

Formación, selección y vida de los Inmortales
Ser un Inmortal no era una distinción accesible para cualquiera. Solo los mejores soldados del ejército, conocidos como “spada”, podían aspirar a formar parte de esta élite. Desde los cinco años, los niños de familias acomodadas eran entrenados en equitación, tiro con arco, supervivencia y combate cuerpo a cuerpo. A los veinte, se convertían en soldados, y solo aquellos que demostraban una combinación de habilidad, coraje y lealtad excepcionales eran promovidos al rango de Inmortales.
El grupo estaba formado principalmente por persas, pero también incluía medos y elamitas, pueblos que en el pasado habían sido enemigos del imperio. Esta inclusión estratégica servía no solo para premiar la lealtad de los conquistados, sino para consolidar el poder del imperio sobre sus territorios recién incorporados.
A diferencia del soldado común, los Inmortales gozaban de privilegios especiales. Tenían derecho a tierras, recibían pensiones al jubilarse y podían mantener sirvientes y concubinas durante sus desplazamientos. Esto los convertía en una casta aparte, una nobleza armada que vivía en la opulencia y el honor.
Armas, tácticas y aspecto imponente
La apariencia de los Inmortales jugaba un papel fundamental en su leyenda. Vestían armaduras de escamas metálicas que brillaban al sol, creando un efecto visual impactante en las formaciones militares. Cubrían su rostro con tiaras o velos de fieltro que los protegían del polvo del desierto y reforzaban su carácter misterioso. Sus escudos, grandes y revestidos de cuero, les daban una protección eficaz sin sacrificar movilidad.
Portaban lanzas de casi dos metros, con contrapesos en forma de frutas metálicas, siendo las manzanas doradas símbolo del subgrupo más prestigioso: los “portadores de manzana”, encargados de custodiar al emperador. También llevaban hachas de guerra, espadas cortas y dagas, lo que los hacía letales tanto a distancia como en combate cercano.
En el campo de batalla, los Inmortales marchaban justo detrás de los arqueros y eran respaldados por la caballería. Su función era romper las líneas enemigas cuando estas ya habían sido debilitadas por la lluvia de flechas, una táctica que demostraba disciplina, coordinación y experiencia táctica.

Termópilas y el principio del fin
La historia de los Inmortales no está exenta de derrotas. La más famosa ocurrió en el desfiladero de las Termópilas, en el año 480 a.C., cuando el rey persa Jerjes I intentó someter a Grecia. Allí, una fuerza reducida liderada por el rey espartano Leónidas I resistió de manera épica al avance persa. Cuando las tropas regulares fallaron, Jerjes envió a sus Inmortales, confiado en que aplastarían a los griegos. Pero, sorprendentemente, estos también fueron contenidos.
Esta derrota reveló una realidad que Heródoto, el historiador griego, no dejó pasar: los Inmortales ya no eran invencibles. La diferencia tecnológica y táctica entre los espartanos y los persas se había inclinado a favor de los helenos. En las siguientes batallas, como la de Platea, la tendencia se repitió.
Tras la caída del Imperio aqueménida ante las tropas de Alejandro Magno en la batalla de Gaugamela (331 a.C.), los Inmortales desaparecieron como cuerpo formal. Sin embargo, su legado persistió. Alejandro, admirador declarado de Ciro el Grande, conservó una unidad de soldados persas de élite en su guardia personal, manteniendo viva la esencia de los Inmortales en su propio imperio.
Siglos más tarde, el Imperio sasánida, heredero cultural de los aqueménidas, resucitó el concepto de los Inmortales. Aunque esta nueva versión no tenía conexión directa con la original, su creación demuestra la profunda huella que dejaron aquellos 10.000 soldados en la memoria histórica de Persia.
Más allá de su eficacia militar, los Inmortales representaban una herramienta de propaganda imperial. Su sola presencia, reluciente y numerosa, era suficiente para desmoralizar al enemigo. Ciudades enteras se rendían sin luchar al ver acercarse la formación de escudos y lanzas que parecía moverse como un solo cuerpo, impecable e imparable.
Los emperadores los utilizaban no solo en campañas militares, sino también como escoltas en ceremonias y desplazamientos oficiales. Eran la encarnación física del poder del monarca, un recordatorio constante de la fuerza con la que gobernaba.
Legado de una fuerza irrepetible
Hoy, los Inmortales siguen fascinando a historiadores, novelistas y cineastas. Su nombre evoca un ideal casi mítico de perfección militar. Aunque fueron vencidos en varias ocasiones, su leyenda trascendió a través de los siglos como sinónimo de disciplina, lealtad y supremacía.
En un mundo antiguo donde las fronteras cambiaban con rapidez y la guerra era constante, los Inmortales lograron algo que pocas unidades militares han conseguido: convertirse en símbolo de un imperio y en referente eterno del poderío persa.
Cortesía de Muy Interesante
Dejanos un comentario: