Los juegos del hambre: Memorias de un abuelo psicodélico

Hubo una época en la que existió un restaurante distinto a todos. Cuando la Santa María la Ribera apenas advertía las migraciones que se avecinaban desde las colonias venidas abajo después de aquel histórico 2025: el de las marchas, los coros xenofóbicos y los aranceles. Irónicamente, aquel paraje fue conceptualizado y creado por extranjeros; gente que visiblemente había andado por el mundo y que desembarcó en México con la bandera de la supervivencia y no la del conquistador. Contrario a la noción del restaurante atendido por mexicanos y diseñado para dar servicio al gringo de ocasión, aquellos foráneos —encabezados por un cocinero argentino— montaron un concepto radical para servir a los vecinos y a quienes se atrevieran a cruzar el umbral de la Ribera de San Cosme.

FERIA DE SAN FRANCISCO

Nunca fueron muchos los que hicieron el viaje que los sacara de la zona de confort, pero tampoco faltó el comensal que entendía la existencia de un restaurante diferente, imposible de explicar, pero franco, sabroso y divertido. Ante la ineludible necesidad de categorizar el tipo de espacio, Nicolás López, el autor de esta demencia, lo llamó “cantina de abuela psicodélica”

Chilango

Sobrevolando la gran mesa de trabajo desde donde salían los platillos de Pink Rambo, se encontraba el primer choque cognitivo con el que se topaban todos aquellos que esperaban un bistró con mesas color olivo y música de Poolside: un cristo rubio y de espaldas, ejercitándose en shorts, libre de ataduras. Antes de que Pink Rambo abriera sus puertas, ese cristo ya estaba ahí, como un manifiesto de libertad absoluta. La propuesta visual y sonora se construía a partir de neones en rosa iluminando muros de concreto y una alta dosis de funk y electrónica de la que los vecinos nunca se quejaron. Por el contrario, parecían celebrarlo. Alguien le estaba poniendo onda al rumbo.

Recuerdo aquella pareja que iba con su hija los domingos de brunch a comer pollo frito y beber negronis. Eran vecinos de la zona que salían ya pedones a esperar la llegada del lunes. Eso era un restaurante de barrio. Pero también era más. Era su cocina: irreverente pero pensada, y ejecutada con alto nivel de obsesión. Como ese pinche taco de aguacate con cebolla y shiso, y la ensalada más sencilla pero más perfecta que he comido. Esa, como decía Diego, no podía faltar.

Tampoco faltaban las empanaditas de carne como las que probé en julio de 2022 en Salta —tierra natal de Nico— antes de bajarme una botella de fernet con Lulú Martínez y Alfredo Villanueva. Precisamente Alfredo se solía expresar de la propuesta de Nico como “cocina que no pretende gustarle a todos y por eso funciona; resultado de años de calle, fogón y viaje, pero con una claridad brutal: sabores profundos, técnica sin alarde y cero bullshit”. Mención honorífica, desde luego, para el mejor flan de dulce de leche que la Ciudad de México ha visto jamás. 

Cognac Agrumes Pink Rambo
Fotos: Cortesía Pink Rambo

No sé cuándo cerró Pink Rambo o si sigue abierto, pero ustedes jóvenes que andan por ahí, leyendo esto en pleno 2025, déjense de cosas, enderecen la avioneta, y apunten hacia el número 66 de la calle Cedro, en la —aún inmaculada— Santa María la Ribera.

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de Chilango



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