
El viernes 4 de julio, se llevó a cabo la “primera marcha contra la gentrificación”, de acuerdo con sus organizadores. Desgraciadamente terminó en proclamas y panfletos llenos de discurso de odio a los estadounidenses: “sacrifica a un gringo”, “mueran los blancos” y brutalidades similares. Resurgieron los matagringos. El odio al gringo no es reciente, si uno lee las impresiones de los habitantes de Ciudad de México durante la revolución y las décadas posteriores, es fácil hallar desprecio y resentimiento legítimos, causados por la historia del siglo XIX, especialmente la guerra y la pérdida del territorio; y los acontecimientos de las primeras décadas del XX: tomaron Veracruz, negaron reconocimiento a presidentes, operaron a favor de los dictadores y de los capitales ligados a sus intereses petroleros.
Pero sabemos que nuestra relación no termina ahí: millones de mexicanos han hecho su vida allende la frontera norte, incluso desde antes de que se trazara la mentada división territorial. Además, debemos tomar en cuenta la cada vez más multimillonaria relación comercial entre nuestras economías, el turismo, los intercambios académicos y la relación cultural. Todas influyen en vínculos fuertes y, con todo, persiste la desconfianza. Es normal que los mexicanos sientan que los del norte nos menosprecian, porque muchos lo hacen, ya sea desde los escritorios del poder con leyes y políticas discriminatorias, hasta en lo cotidiano: siempre hay un blanco que le dice a un mexicano que se regrese a su país.
Lo más sencillo, pero también lo menos fructífero, sería imitar a los xenófobos y los racistas: si tú me insultas yo te insulto; si tú violas derechos, yo violo derechos; si tú me corres yo te corro. Me parece que tenemos motivos morales y pragmáticos para no repetir esas conductas ignorantes y despreciativas. Todos los lunes nuestros hijos repiten en la escuela: “Bandera de México, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y justicia que hacen de nuestra Patria la nación independiente, humana y generosa a la que entregamos nuestra existencia”. Deberíamos ser fieles a la libertad, la justicia, a comportarnos humana y generosamente. Pero además, la migración de muchos de los gringos tan despreciados por los que incendian las calles y las redes con proclamas detestables, bien podría impulsar nuestra economía, nuestra cultura y nuestro conocimiento científico. Como antes sucedió con españoles, argentinos, chilenos y tantos otros. La migración enriquece con las políticas públicas adecuadas. Más que marchar contra los gringos, marchen contra los gobiernos de la ciudad que no han logrado detener la destrucción de nuestros vínculos como ciudadanos, de nuestro patrimonio arquitectónico; que no han descentralizado los lugares de trabajo ni han desarrollado una política de vivienda social adecuada.
Cortesía de El Economista
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