Los moáis de la Isla de Pascua y otras impactantes creaciones humanas: ¿cómo lo hicieron?

El 5 de abril de 1722, domingo de Pascua, el almirante neerlandés Jakob Roggeveen alcanzó una isla remota. Aunque él no lo sabía, se trataba del territorio habitado más aislado de todo el planeta. Al este, la costa más cercana es la de Chile, a 3.700 km; al oeste, la de las islas Pitcairn, a 2.100 km.

Misteriosas imágenes

Roggeveen había partido de su país natal en busca de una isla supuestamente plagada de riquezas, la misma que el corsario Edward Davis había descrito unos años antes. En su lugar encontraría un rincón del mundo igualmente único, pero en otro sentido. Su excepcionalidad se basaba en una presencia misteriosa: la de las colosales esculturas que miraban desafiantes a los visitantes desde las laderas de la isla.

El marino neerlandés Jakob Roggeveen arribó al lugar el domingo de Pascua de 1722 y quedó extasiado ante el espectáculo de los moáis: hay 900 de estas colosales estatuas allí. Foto: Shutterstock.

“Las imágenes de piedra nos llenaron de asombro, porque no podíamos comprender cómo estas gentes, que carecían de madera fuerte y pesada para construir ningún tipo de maquinaria, así como de sogas resistentes, habían conseguido, no obstante, erigir unas imágenes semejantes, que al menos tenían 10 metros de alto y eran proporcionalmente gruesas”, escribió Roggeveen en su diario.

Se trataba de los moáis, unas extraordinarias esculturas sobre las que comenzaron a surgir decenas de teorías que seguirían circulando siglos después. Entre ellas, la del suizo Erich von Däniken, que en su libro El mensaje de los dioses (1977) apuntaba a un origen extraterrenal. “De ninguna manera se puede admitir que tan enormes trozos de lava hayan sido despejados con primitivas y diminutas hachas de piedra”, argumentaba el escritor, convencido de que “cosmonautas de otro mundo visitaron a los nativos y les suministraron herramientas perfeccionadas, que podían manejar los sacerdotes o hechiceros”.

Las evidencias científicas demostrarían que no hubo ninguna ayuda extra por parte de seres de otro planeta. Hoy, la teoría aceptada por el colectivo científico es que las 900 estatuas que se encuentran en la isla de Pascua fueron talladas por los polinesios que la habitaban entre los siglos IX y XVI. En cuanto a su significado, se cree que eran representaciones de sus antepasados, erigidas con el fin de que estos proyectasen un poder sobrenatural sobre sus descendientes para protegerlos.

Diferentes hipótesis

Lo que no ha obtenido aún una respuesta que acepte toda la comunidad científica es la pregunta que a Roggeveen más le intrigaba: cómo una civilización tan aislada y sin prácticamente medios había podido trasladar esas colosales esculturas. La única certeza es que los polinesios esculpieron los moáis empleando roca volcánica de una cantera, Rano Raraku, en cuyo interior aún se encuentran cientos de ellos en diferentes fases del proceso de tallaje. De esta cantera parten tres caminos hacia el norte, el sur y el oeste, el más largo de 15 km. Decenas de moáis abandonados en estos caminos parecen probar que eran los que se usaban para trasladarlos. Pero ¿cómo una sociedad como la que encontró el explorador holandés, sin animales de tiro ni ruedas, pudo llevar estas gigantescas estructuras hasta los ahu, las enormes plataformas de piedra donde se encuentran los moáis?

Cantera de los moáis
La roca volcánica de Rano Raraku (en la imagen) es la materia prima de estas fascinantes esculturas. Foto: AGE.

La teoría de los descendientes de aquellos rapanui que las esculpieron es que los moáis “caminaban”. Y, en realidad, algo de cierto puede haber en la leyenda. Los arqueólogos Terry Hunt y Carl Lipo, de las universidades de Hawái y California respectivamente, afirmaron tras estudiar durante una década la isla que es la explicación más plausible. Se refieren a que la propia forma de estas esculturas se ideó para poder moverlas de pie: las barrigas abultadas añadían peso en la parte frontal, mientras que la base en forma de D permitía balancear las esculturas de un lado a otro.

Hunt y Lipo incluso llegaron a poner en marcha una prueba con la ayuda de 18 personas, que con tres cuerdas resistentes lograron mover unos cientos de metros la réplica de un moái de 3 metros de altura y 5 toneladas de peso.

Sin embargo, no pudieron probar que fuera posible recorrer varios kilómetros con un moái más grande, y la talla media de estos es de 5 metros. Algunos, como el moái Paro, superan incluso los 9 metros y las 80 toneladas de peso. Por eso, para el antropólogo y doctor por la Universidad de Cambridge Jared Diamond, esta técnica no fue la utilizada.

Reconstrucción traslado de moáis
Hay diferentes teorías sobre la construcción y el traslado de los moáis, desde las más extravagantes a las más plausibles, pero todas chocan con la escasez de madera y de población en la isla (arriba, una ilustración). Foto: Getty.

Según Diamond, el modo de transporte consistió en colocar los moáis tumbados en unos trineos de madera para arrastrarlos sobre troncos, una técnica que probó, y con éxito, la arqueóloga Jo Anne Van Tilburg. No obstante, este proceso requeriría de una gran población y mucha madera, dos factores que no abundaban en la isla de Pascua y que hacen cuestionar la hipótesis. Hasta la fecha, el misterio sigue, pues, sin una resolución que sea aceptable para todos.

Petra, capital nabatea

Otro fascinante hallazgo que quizá hoy seguiría siendo privilegio de unos pocos de no ser por la entrada en escena de un explorador suizo es la ciudad de Petra (Jordania). Cuentan que, al haber quedado oculta tras varios terremotos, los beduinos quisieron mantener en secreto su ubicación.

Sabían que entre las montañas se encontraba una antigua ciudad distinta a todas las conocidas, excavada entre formaciones rocosas de contornos redondos y rosados y que un día había sido capital de los nabateos: una rica urbe en la que llegaron a confluir hasta siete rutas desde donde se distribuían productos hacia Alejandría, Jerusalén, Damasco y muchas otras ciudades. Pero, para la mayoría, no se trataba más que de una leyenda.

Sin embargo, Jean Louis Burckhardt creyó que podría tratarse de una fantasía con base real e inventó una historia para poder llegar a las puertas de la ciudad oculta. Buen conocedor de las costumbres musulmanas, dijo ser un peregrino que había prometido sacrificar una cabra en honor de Aarón, hermano de Moisés, cuya tumba se encontraba en la cumbre de una montaña del mismo valle donde parecía estar la ciudad. Fue así como logró que unos beduinos lo guiaran hasta una impresionante urbe que enseguida identificó como Petra. Fue en 1812, y a partir de aquel día poder contemplarla pasaría a ser privilegio de todos los ciudadanos del mundo.

Monasterio de Petra
El Monasterio de Petra es, junto con el Tesoro, el edificio más conocido, fotografiado e impresionante de todo este increíble conjunto arqueológico tallado en la roca arenisca en las montañas jordanas. Foto: Shutterstock.

Según los expertos, fue abandonada hacia el siglo VI tras los terremotos sufridos y la apertura de nuevas rutas comerciales, pero antes vivió tal esplendor que historiadores como Estrabón aseguraron haber quedado maravillados al verla. Se la conocía como “la ciudad de los muertos” porque, una vez consolidadas las estructuras del reino, los nabateos empezaron a construir en ella la necrópolis real. Los monarcas pasarían siglos compitiendo entre sí por lograr fachadas cada vez más extraordinarias para sus tumbas, talladas en las paredes rocosas, y convertirían así la ciudad en un gran tesoro.

Además, en ella recalaban cientos de mercaderes que llegaban con sus caravanas cargadas de productos, y las altas tasas que debían pagar hicieron de Petra un emporio económico. Prueba de ello son los restos de magníficos espacios públicos como el teatro, tallado en la roca durante el reinado de Aretas IV (9 a.C.-40) y remodelado tras la incorporación de la ciudad al Imperio Romano para dar cabida a millares de espectadores; o el Gran Templo, donde había otro teatro que se usaba para certámenes musicales y, posiblemente, también como lugar de reunión del consejo de la ciudad y para celebrar sesiones judiciales.

Pero las dos creaciones más impactantes son el Mausoleo del Tesoro, al que se llega atravesando el imponente desfiladero del Siq y que fue tallado hace 2.000 años, y el Monasterio, un fantástico templo del siglo II de 47 metros de anchura y 48 de altura, esculpido en la roca. Todo formaba parte de una extraordinaria ciudad que un día fue centro del comercio mundial.

Guiza y su enigmática esfinge

A solo unos cientos de kilómetros al oeste de Jordania se encuentra otra enigmática creación. Se trata de la Gran Esfinge de Guiza, que, como todas las de la civilización egipcia, simboliza los valores del poder y la fuerza del faraón. Pero esta imponente figura siempre ha supuesto un caso excepcional, y no solo por su tamaño descomunal. Ubicada cerca del Nilo, a pocos kilómetros de El Cairo, su cabeza humana contempla el este desde lo alto –mide unos 20 metros– mientras reposa sobre su cuerpo de león.

Gran Esfinge de Guiza
La Gran Esfinge de Guiza causó asombro y entusiasmo a Napoleón durante su campaña de Egipto (1798-1801). Foto: Shutterstock.

Las escasas menciones que se hacen a esta espectacular creación en la Antigüedad apuntan a que esa cabeza podría ser la del faraón Kefrén. Por eso se cree que se levantó hace aproximadamente 4.500 años, aunque los arqueólogos no han sido capaces de concluirlo con certeza. La razón es que la vinculación con Kefrén está basada en las similitudes de estilos arquitectónicos, pero no hay respaldos documentales de ningún tipo.

De hecho, no aparece en los textos de los antiguos cronistas. Y Heródoto, que describe con detalle las pirámides de Guiza, pasa por alto su existencia. Una explicación es que podría haber estado enterrada durante décadas en la arena, al menos hasta los tiempos de Plinio el Viejo, que sí habla de ella, aunque asegurando que quien allí se encontraba enterrado era el rey Harmais (Horemheb). Para la comunidad científica, el historiador se equivocaba, al igual que al afirmar que la Gran Esfinge había sido tallada y transportada luego a la meseta.

Pero no solo la fecha de su creación o cómo se levantó esta colosal figura han sido motivo de debate: también ha suscitado distintas teorías la desaparición de su nariz. Según el historiador Muhammed al-Husayni Taqi Al-Din, el responsable de su destrucción pudo ser un fanático religioso que, en 1378, llevó a cabo un ataque contra la Gran Esfinge, por lo que fue condenado a muerte por las autoridades locales.

Otra idea que circuló durante un tiempo es que fue Napoleón Bonaparte el culpable del destrozo, debido a un cañonazo durante su campaña de Egipto. Sin embargo, el arquitecto danés Frederic Louis Norden realizó unos dibujos en 1737 en los que la Esfinge ya no tenía nariz, por lo que esta teoría quedó descartada. La hipótesis que a día de hoy cuenta con más adeptos es la que apunta a una explicación más sencilla: el efecto de las lluvias podría haber provocado que la nariz, así como otras partes de la estructura, se hubieran caído de forma natural. No obstante, esta teoría tampoco ha podido ser comprobada hasta la fecha.

Los Guerreros de Xi’an

Hace 50 años, unos agricultores que se encontraban entre la ladera del monte Li y el río Wei, en la provincia china de Shaanxi (cuya capital es Xi’an), realizaron un descubrimiento asombroso. Iban a cavar un pozo cuando encontraron un tesoro que llevaba siglos oculto: un ejército de estatuas compuesto por 8.000 guerreros con sus armas y caballos, realizado a tamaño real y en terracota.

Ejército de Terracota de Xi'an
El Ejército de Terracota de Xi’an fue hallado por unos agricultores e identificado en 1974 por el arqueólogo chino Zhao Kangmin. Foto: Getty.

El arqueólogo Zhao Kangmin desentrañó el misterio: se trataba del mausoleo del primer emperador de la dinastía Qin y unificador de China, Qin Shi Huang (259-210 a.C.), quien habría ordenado crear este fabuloso ejército para que custodiase su tumba y seguir teniendo a las tropas bajo sus órdenes en el más allá. Los artesanos del Imperio usaron mercurio para reproducir los grandes ríos de China en el mausoleo, así como el océano en el que desembocan.

Resuelto el misterio de su origen, quedan por descifrar otros dos enigmas: cómo las armas han podido mantenerse en perfectas condiciones y sin oxidarse durante 2.000 años y qué aguarda en la tumba del emperador. En cuanto a las primeras, presentan un revestimiento cromado que se creyó una revolucionaria y desconocida forma de conservación del bronce, pero un reciente estudio del University College of London y el Museo del Ejército de Terracota afirma que, en realidad, el buen estado del metal se debe a las condiciones del suelo, con un pH moderadamente alcalino y un bajo contenido orgánico; no hay aún una respuesta concluyente. Como tampoco en cuanto a la sepultura imperial, a la que aún no se ha accedido por diversos obstáculos técnicos.

Cortesía de Muy Interesante



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