Los musulmanes de hoy: esta es la lucha interna (y constante) entre integristas y moderados

Los uzbekos afganos constituyen la nacionalidad más pendenciera entre todas las del Asia Central, algo comprensible si tenemos en cuenta que sus antepasados eran parte integral de las hordas de Gengis Kan. Sin embargo, su proverbial fiereza no fue suficiente para frenar a los talibanes cuando llegaron al poder en 1996.

Con el apoyo de Pakistán, Arabia Saudí y Osama Bin Laden, el nuevo régimen integrista suní machacó a los grupos disidentes, cercenó las pocas libertades de que disfrutaba el pueblo y prohibió a las mujeres instruirse y realizar cualquier tipo de trabajo, salvo el que estaban “obligadas” a hacer en la intimidad de sus hogares.

“El islam dice que las mujeres son iguales a los hombres y que se las debe respetar, pero las acciones de los talibanes contra la libertad hacen que la gente se vuelva en contra del islam”, cuenta Ahmed Rashid en su libro Los talibán (Península, 2014).

Osama Bin Laden esperaba que los ataques del 11-S propiciaran una retirada estadounidense de Oriente Medio. Foto: Getty.

Este periodista de origen pakistaní afirma que, años antes de que se instaurara la dictadura fundamentalista talibán, la élite femenina de la ciudad de Herat hablaba francés como segunda lengua y copiaba las modas que imperaban en la corte del sah en Teherán. Nadie las obligaba a utilizar el burka, ese pesado manto que cubre por completo a las mujeres e impide sus movimientos.

El 40% de las mujeres de Kabul trabajaban, tanto bajo el régimen comunista como con el gobierno muyahidín posterior a 1992. Mujeres con una educación incluso mínima y un empleo cambiaban su indumentaria tradicional por faldas, zapatos de tacón alto y maquillaje. Iban al cine, practicaban deportes, bailaban y cantaban en las bodas”, recuerda Rashid. Pero la llegada de los integristas lo cambió todo. Incluso tras su derrocamiento en 2001, en las ciudades que todavía controlan los talibanes, grupos de jóvenes patrullan armados de largos palos y látigos con los que azotan a las mujeres que no guardan los preceptos de decencia en el vestir y en su comportamiento en público.

Deriva hacia el fanatismo

Arabia Saudí, Pakistán y los Estados del golfo Arábigo nunca han cuestionado la interpretación de la sharía que hacen los talibanes. Algo que no debería chocar a nadie, sobre todo, si se tiene en cuenta que algunos de estos países han servido de santuario para los terroristas de Al Qaeda. Por el contrario, sorprende lo que dijo el ayatolá iraní Ahmad Jannati en 1996, cuando criticó los métodos educativos de los radicales integristas de Kabul: “Con su política fosilizada, los talibanes impiden que las niñas asistan a la escuela y que las mujeres trabajen fuera de sus casas, y todo ello en nombre del islam”.

Desaparecido el régimen talibán, sus actividades de insurgencia en forma de terrorismo se siguen produciendo en Afganistán. Sus líderes mantienen vínculos con los de Al Qaeda y estos, a su vez, están relacionados con los del ISIS. El fanatismo integrista de todos ellos continúa amenazando a Occidente y, sobre todo, a algunas regiones de Oriente Medio y África Occidental. Su presencia en algunas naciones musulmanas es un quebradero de cabeza para una gran mayoría de musulmanes moderados, que no quieren saber nada de la yihad emprendida por estos grupos fanatizados.

Mujer musulmana se manifiesta tras un atentado yihadista en 2015
Una mujer musulmana se manifiesta en Alemania en una vigilia por la tolerancia, tras los atentados de París de enero de 2015. Foto: EFE.

La primera manifestación histórica de terrorismo religioso se produjo en Palestina en el año 66 con los sicarii, un grupo radical judío que luchó contra los invasores romanos y los palestinos que los apoyaban. Su arma era una espada corta (sica) que escondían bajo las túnicas. Los que fueron atrapados y condenados a muerte consideraron su ejecución como un martirio gozoso que los acercaba a Dios. Un anhelo similar debió animar a Mohamed Atta cuando estrelló el avión que pilotaba contra la Torre Norte del World Trade Center de Manhattan el fatídico 11 de septiembre de 2001.

Días después de aquel ataque, en Ceuta aparecieron pintadas contra la comunidad hebrea y varios menores lanzaron una botella incendiaria al interior de la iglesia de San José, quemando sus archivos. Si los radicales musulmanes mostraron su alegría por el derrumbe de las Torres Gemelas y aplaudieron sin rubor las acciones violentas auspiciadas por Bin Laden, los moderados expresaron su horror y mostraron su preocupación por las consecuencias que iban a acarrear aquellos atentados. A partir de entonces, pensaron, todos los musulmanes pasaban a ser sospechosos a ojos de los ciudadanos de Occidente.

Atentados del 11-S
Los atentados del 11-S de 2001 en Estados Unidos conmocionaron al mundo y supusieron una sacudida a esta superpotencia, tanto social como económica. Foto: Getty.

Musulmanes moderados

El ejemplo de Ceuta sirve para explicar lo que hoy ocurre en buena parte del mundo musulmán, dividido entre los que apoyan directamente el integrismo, los que lo justifican, los que miran hacia otro lado y una gran mayoría de moderados que rechaza las posturas más extremistas, y cuyo principal temor es que los europeos confundan su religión y su cultura con el terrorismo. Pero ¿qué está haciendo la comunidad musulmana moderada para evitar que los occidentales confundan el islam con el integrismo?

El escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, ganador del Premio Goncourt, trata de responder esta pregunta: “Cada vez que el islam se utiliza de forma falsa, hay que explicar de nuevo que todo eso que ocurre no tiene absolutamente nada que ver con los valores y las tesis de la religión musulmana –que, por otro lado, se inspira en la religión judeo-cristiana”.

Jelloun cree que los atentados de Al Qaeda en Estados Unidos o los de Madrid, Londres o París fueron también ataques contra el islam, porque los criminales que los perpetraron pusieron una diana en la frente de todos los musulmanes. “Si llevas un pasaporte árabe, eres sospechoso de terrorismo. Los musulmanes y los árabes son los que pagan en primer lugar la factura del 11- S y del 11-M en España”.

Atentados del 11-M en Madrid
A menudo se relacionan los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid con la invasión estadounidense de Irak y la participación de tropas españolas en la coalición internacional que se desplegó en ese país. Hubo 192 víctimas mortales y casi 2.000 heridos. Foto: EFE.

La enfermedad del islam es el título de un libro del tunecino Abdelwahab Meddeb, escritor y profesor de literatura comparada en la Universidad de París X Nanterre, en cuyas páginas analiza desde una perspectiva histórica los males que aquejan al mundo musulmán. Meddeb se apoya en la tesis de Voltaire de que la intolerancia era la enfermedad del catolicismo y la traslada a nuestros días para demostrar que el integrismo es la enfermedad del actual islam. Para combatirlo, el autor propone dos acciones principales: reconocer el valor que tiene el mundo musulmán no integrista en la formación de la civilización universal, algo que ignoran los fundamentalistas, y reformar los planes educativos en los países islámicos para recuperar la memoria de su pasada diversidad.

Renovación y apertura

Seyran Ates, abogada turca educada en Alemania, considera un tremendo error decir que el yihadismo no tiene nada que ver con la religión: “Hay musulmanes que son terroristas, y por eso debemos denunciar que existe un extremismo islamista y hacer esfuerzos para combatirlo”. Este tipo de afirmaciones le han granjeado el odio de los musulmanes más radicales y también el de muchos conservadores.

Abogada Seyran Ates junto al imán activista Ludovic-Zahed
La abogada turco-alemana Seyran Ates lee el Corán con el imán Ludovic- Mohamed Zahed, activista homosexual. Foto: Getty.

La publicación de su libro El islam necesita una revolución sexual en 2009 y su implicación en la creación de una mezquita en Berlín donde rezan juntos hombres y mujeres y donde son admitidos creyentes de todas las ramas del islam y de otras religiones no ha sentado nada bien en algunos círculos religiosos islámicos: la Universidad cairota de Al Azhar (la máxima autoridad religiosa del islam suní), la Dirección de Asuntos Religiosos de Turquía y diversos mulás iraníes han lanzado fatuas contra Ates.

Los grupúsculos más radicales del ISIS la señalan como objetivo a batir, razón por la que esta mujer valiente va acompañada siempre de guardaespaldas. Para ella, esta es la prueba definitiva de que su cruzada contra la intolerancia y el radicalismo va por buen camino.

La periodista española Amanda Figueras, que se declara musulmana desde hace unos años, recuerda en su libro Por qué el islam que, al igual que los terroristas trabajan en Internet para difundir sus mensajes de odio y violencia, “también están quienes difunden en las redes mensajes contra ellos, contra los radicalismos, advirtiendo a los musulmanes para que no caigan en sus garras”. Figueras subraya que estos mensajes conciliadores provienen tanto de musulmanes a título individual como de asociaciones y organizaciones casi siempre islámicas.

Una fe malinterpretada

Muchos ulemas señalan que el islam nunca ha predicado el suicidio ni el crimen, y que la yihad no consiste en ir a matar a creyentes de otras religiones: el verdadero sentido de la yihad es el esfuerzo que debe hacer cualquier musulmán para aceptar la vida y sus adversidades. Jelloun, en cambio, apunta que en tiempos de Mahoma hubo yihad, pero que el problema de los integristas del siglo XXI es que piensan que siguen viviendo en el siglo VII.

Entretanto, Occidente tiene la tendenciosa sensación de que en el mundo musulmán hay una absoluta preponderancia del conservadurismo y un inquietante auge del integrismo que, en parte, estaría subvencionado por algunas ricas monarquías del Golfo. El avance de los sectores más radicales en Irak, la permanencia del poder talibán en algunos territorios de Afganistán, la dictadura fundamentalista en Pakistán, el auge de grupos del ISIS y Al Qaeda en África y los apoyos financieros de Arabia Saudí al wahabismo parecen confirmar una crisis profunda en el mundo musulmán.

Miembro de las fuerzas de seguridad afganas en una operación contra el Daesh
En la imagen, un miembro de las fuerzas de seguridad afganas apunta con su arma durante el desarrollo de una operación contra militantes del grupo yihadista Daesh en Khot, Afganistán, en julio de 2016. Foto: EFE.

En un artículo publicado en 2009, Sami Naïr afirmaba que el islam se ha convertido en sinónimo de terror o de violencia autoritaria de los poderes fundamentalistas desde principios de los años 90 y, sobre todo, desde el 11 de septiembre. “Y esa percepción mediática aumenta gracias a un potente trabajo de adoctrinamiento emprendido por algunos ideólogos como Samuel Huntington [politólogo estadounidense que en 1993 puso de moda el concepto de “choque de civilizaciones”] o Bernard Lewis [historiador con doble nacionalidad israelí y estadounidense, fallecido recientemente]”.

Una batalla interna

Aunque la idea de choque de civilizaciones entre Occidente y el mundo musulmán es una completa exageración, no lo es tanto afirmar que el integrismo aumenta en algunos países musulmanes y, también, en las comunidades musulmanas asentadas en ciudades del Viejo Continente. Muchos europeos se preguntan: ¿cómo impedir que el islam sea manipulado por ideologías totalitarias? ¿Qué medidas están tomando los país musulmanes?

Naïr cree que las sociedades islámicas son en su conjunto pacíficas, mantienen buenas relaciones internacionales (salvo Irán) y cuentan con poderes fuertes. Este escritor de origen argelino, educado en Francia y actualmente director del sevillano Centro Mediterráneo Andalusí de la Universidad Pablo de Olavide, opina que Europa y Estados Unidos no logran ver la enorme batalla cultural que se está librando en esas sociedades entre tres protagonistas principales: los poderes políticos autoritarios, los defensores del islam conservador y los intelectuales de nuevo cuño que se enfrentan a los dos primeros en el plano ideológico.

Los escritos de estos intelectuales, asegura Naïr, revelan que la verdadera batalla por la reforma ya se está produciendo en el mundo árabe-musulmán. “Se trata de una batalla interna que apunta tanto al conservadurismo religioso de la sociedad como al reformismo de las élites”, subraya Naïr. Menos de dos años después de ser publicado este artículo de Naïr, multitudes de personas tomaron las calles en todo el mundo árabe para que sus dirigentes pusieran fin a decenios de opresión.

Egipcios se manifiestan en El Cairo contra la condena a Hosni Mubarak
Cientos de egipcios se manifiestan en la plaza Tahrir de El Cairo para mostrar su ira hacia la condena a cadena perpetua del ex presidente Hosni Mubarak y su ex ministro del Interior en 2011. Foto: EFE.

Lo que ocurrió desde finales de 2010 fue un estallido sin precedentes de protestas populares y de exigencias de reformas que se sucedieron casi al mismo tiempo en Oriente Medio y en algunos países del norte de África. Comenzó en Túnez y se extendió a Egipto, Yemen, Baréin, Libia y Siria.

Aquellas revueltas lograron la caída de líderes autoritarios, como Hosni Mubarak en Egipto o Zin el Abidín Ben Alí en Túnez. La denominada Primavera Árabe parecía anunciar una revolución que iba a cambiar muchas cosas en el mundo musulmán. Pero, pasados los primeros momentos de euforia, lo cierto es que la violencia y la guerra han vuelto con más fuerza si cabe a muchas de esas naciones. Egipto está gobernado por un militar autoritario y Siria y Yemen se desangran ante la mirada impasible de muchos políticos occidentales. Solo en Túnez parece que ha prosperado por ahora ese espíritu de cambio.

Cortesía de Muy Interesante



Dejanos un comentario: