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- Autor, Penny Roberts
- Título del autor, The Conversation*
En 1570, un francés fue arrestado por contrabandear correspondencia clandestina entre Francia e Inglaterra. Un comentario casual en el documento de su interrogatorio revela que también llevaba una bolsa de cuero “en la que había tres o cuatro docenas de bolas de lana para jugar al tenis”.
El término francés utilizado era “jeu de paume” (juego de palma). Este deporte se practicaba con la palma de la mano, a menudo enguantada, en lugar de con una raqueta. Esto evolucionó al juego que en inglés se suele llamar “real tennis” (un deporte distinto al tenis sobre césped que se juega actualmente en Wimbledon).
El interrogador creía que esta mercancía barata era simplemente una treta para su verdadero propósito: comunicarse con los exiliados hugonotes (protestantes franceses).
He escrito un libro, “Huguenot Networks” (Las redes de los hugonotes), basado en este documento de interrogatorio, que será publicado por la Cambridge University Press a finales de este año. Pero, como historiadora, me intrigaron tanto la cantidad como la composición de los artículos que transportaba el detenido.
La lana estaba tan bien envuelta que, sin duda, podría haber hecho que estas pelotas rebotaran.
Por casualidad, encontré objetos similares en una pequeña exposición en el Palazzo Te de Mantua, Italia. Al parecer, estas pelotas habían sido recuperadas del tejado del palacio y varias otras provenían de una iglesia cercana. Estaban hechas de cuero, tela y cuerda en lugar de lana, probablemente rellenas de tierra o pelo de animal.

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Al igual que las pelotas de tenis de verdad hechas a mano de hoy en día, eran más duras y de tamaño más variable que las pelotas de tenis normales, y por lo general no tan coloridas, aunque a veces presentaban un sencillo diseño pintado en el exterior.
Hoy en día, al tenis se le conoce como el “deporte de reyes”, elogiado por poner a prueba la agilidad y la destreza atlética.
La cancha más famosa de Inglaterra está en (el Palacio de) Hampton Court (a las afueras de Londres), pero muchas otras sobreviven en Reino Unido. Por ejemplo, hay una cerca de donde trabajo en la Universidad de Warwick, en Moreton Morrell, Warwickshire.
Un deporte de alto riesgo
En el siglo XVI, el tenis atraía a los jugadores, lo que lo convirtió posteriormente en un objetivo para los puritanos. Se dice que Ana Bolena apostó en un partido que estaba viendo el día de su arresto. Y el rey Enrique VIII supuestamente jugó un partido el día que la ejecutaron.
Y si cabe duda de lo peligroso que podía ser el tenis, se le atribuyen varias muertes de miembros de la realeza en Francia.
El rey Luis X era un apasionado del “jeu de paume” y fue el primer gobernante en ordenar la construcción de pistas cubiertas y cerradas. Posteriormente, esta práctica se popularizó en toda Europa.

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En junio de 1316, tras un partido particularmente agotador, se dice que Luis X bebió una gran cantidad de vino frío y murió poco después, probablemente de pleuresía, aunque existían sospechas de envenenamiento.
Asimismo, en agosto de 1536, la muerte del delfín (heredero al trono) de 18 años, el hijo mayor de Francisco I, se atribuyó a su secretario italiano, el conde de Montecuccoli, quien le había traído un vaso de agua fría después de un partido.
El conde fue ejecutado posteriormente a pesar de que una autopsia sugería que el príncipe había muerto por causas naturales.
Para el siglo XVI, existían dos canchas en el Louvre y muchas más en los alrededores de París, así como en otras residencias reales.
Los relatos de los embajadores describen frecuentes partidas entre cortesanos de alto rango y el rey, que en ocasiones podían resultar en lesiones, especialmente si eran golpeados por una de las duras pelotas.

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Nuestro hombre, quien llevaba muchas pelotas de tenis en 1570, probablemente vio una oportunidad lucrativa en respuesta a la creciente demanda. El juego francés se había vuelto cada vez más popular en Inglaterra en la época Tudor.
Para esa época, toda corte europea que se preciara tenía sus propias canchas de tenis, construidas específicamente para este fin, donde los monarcas y sus séquitos ponían a prueba su destreza y habilidad. A menudo lo hacían ante los embajadores, quienes podían informar a sus gobernantes, lo que lo convertía en un deporte internacional verdaderamente competitivo.
Afortunadamente, el juego actual tiene muchos menos peligros: no existe el riesgo de ser golpeado por una bola llena de tierra ni el miedo a una retribución mortal después de vencer a un oponente de alto rango exhausto.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para ver la versión original.
**Penny Roberts es catedrática de Historia, especializada en Historia Europea Moderna, y también es directora del Centro de Excelencia para la Investigación Doctoral en Arte (CADRE) de la Universidad de Warwick (Reino Unido).

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Cortesía de BBC Noticias
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