En 1644, la caída de la dinastía Ming y la posterior fundación del Imperio Qing marcaron un punto de inflexión no solo en la historia de China, sino también en la percepción que Europa tenía del militarismo y la organización de los ejércitos. Apenas cuatro años después, los tártaros de Crimea se aliaron con los cosacos en una devastadora revuelta contra la Mancomunidad Polaco-Lituana. Estas dos incursiones casi simultáneas de pueblos considerados “nómadas” sobre grandes imperios agrícolas y armados con pólvora generaron un intenso debate en la Europa de la Edad Moderna.
Un reciente estudio, firmado por Gianamar Giovannetti-Singh y publicado en Annals of Science, analiza la figura del jesuita Martino Martini (1614-1661), testigo directo de la conquista manchú y uno de los intelectuales que intentó comprender este fenómeno. En su obra De bello Tartarico historia, propuso una teoría dialéctica de la historia, donde las civilizaciones oscilaban entre dos polos: el sedentario-agricultor y el nómada-pastoral. Según Martini, los pueblos nómadas, endurecidos por la escasez de recursos y la movilidad constante, eran capaces de vencer a imperios aburguesados, ricos y complacientes.
El caballo como símbolo de supremacía militar
Martini subrayó el papel crucial del caballo en las culturas guerreras tártaras, desde los grupos de los jurchen manchúes hasta los tártaros crimeos. La caballería rápida, ligera y hábil en el uso del arco era vista como un recurso más eficaz que las armas de fuego en muchos contextos, sobre todo ante la lentitud de respuesta de los ejércitos sedentarios. Esta superioridad táctica se convirtió en un motivo de reflexión para los pensadores europeos, enfrascados en la llamada “querella de los antiguos y los modernos”.
Mientras Michel de Montaigne defendía la nobleza del caballo frente a la “cobardía” de la pólvora, autores como Francis Bacon consideraban que el uso de los cañones constituían una fuerza transformadora del arte de la guerra. Martini, sin adoptar una posición radical, mostró cómo los jurchen derrotaron a los Ming, armados con mosquetes, gracias a su movilidad y organización militar basada en el sistema de banderas.

La lección china: aprender del enemigo
El jesuita no fue el único que insistió en la necesidad de aprender de los supuestos bárbaros. A lo largo de la historia china, emperadores como Wu, de la dinastía Han ya habían reconocido la superioridad de la caballería tártara e incluso habían intentado importar caballos de de las regiones de los nómadas en la célebre Guerra de los caballos celestiales. Esta práctica de “usar a los bárbaros contra los bárbaros” inspiró también a los Ming en sus últimos años, cuando intentaron incorporar cañones portugueses al frente de batalla. Sin embargo, Martini recalcó que la integración de la equitación nómada resultó más eficaz que la simple adopción de tecnología extranjera.
Europa frente a su propio “problema tártaro”
La obra de Martini, por otro lado, no solo ofrecía un análisis de la guerra en China, sino que tenía implicaciones directas para Europa. La alianza entre cosacos y tártaros contra la Mancomunidad polaco-lituana, así como las incursiones anuales de los tártaros crimeos, reavivaron el temor al “bárbaro” nómada en el continente. Para Martini, estos episodios eran un espejo de lo ocurrido en Asia oriental: imperios sedentarios incapaces de responder con rapidez a ataques montados.
Así, dedicó su obra al rey Juan II Casimiro de Polonia, lo que implicaba que las lecciones de China en materia de tecnología militar eran pertinentes para Europa. Su mensaje era claro: para sobrevivir, las potencias europeas debían incorporar elementos de la táctica tártara —sobre todo su dominio ecuestre— en sus estructuras militares.

Críticas y matices a la lectura de Martini
No obstante, esta visión no se libró de las críticas. Martini partía de una interpretación simplificadora que clasificaba las culturas según su modo de subsistencia —pastoril o agrícola— y, a partir de ello, recreó todo un sistema histórico. Las investigaciones modernas han demostrado que los manchúes, lejos de ser nómadas puros, practicaban también la agricultura y se habían integrado en redes sedentarias mucho antes de la conquista. Además, su éxito no solo se debió a la caballería, sino también a su capacidad para apropiarse y adaptar las armas de fuego, la artillería y las tácticas militares occidentales.
Otros historiadores han mostrado cómo el discurso sobre la identidad “manchú” fue una construcción política posterior, basada en ideales de rusticidad y virilidad que sirvieron para mantener la supremacía étnica dentro del Imperio Qing. De hecho, la persistencia del caballo como emblema militar no significó la negación del progreso tecnológico, sino su integración en una cultura híbrida.

El legado de una idea persistente
Pese a estas críticas, la narrativa de Martini tuvo una profunda influencia en los ambientes de la Europa moderna. En pleno siglo XVII, cuando las fronteras políticas estaban constantemente amenazadas por las rebeliones, las guerras civiles y los conflictos interreligiosos, la imagen del tártaro como el otro poderoso y amenazante proporcionó una clave de lectura alternativa para explicar la vulnerabilidad de los estados modernos.
Autores como Milton o Shakespeare aludieron a los tártaros en sus obras, reforzando su estatus simbólico como enemigos temibles, veloces e impredecibles. Esta imagen se perpetuó también en crónicas, tratados militares y relatos de viajeros que retrataron a los tártaros como herederos de los escitas, refractarios a la civilización cristiana. La propuesta de Martino Martini, así como la recepción europea de las guerras tártaras, por tanto contribuyeron a reconfigurar la concepción de la guerra en la Edad Moderna.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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