El Museo del Louvre, para sorpresa de los visitantes que hacían cola el lunes por la mañana, permaneció inaccesible durante varias horas debido a una protesta sorpresa de los agentes de recepción que denuncian el exceso de turismo y el deterioro de sus condiciones laborales. De este modo, el museo más visitado del mundo no pudo abrir hasta alrededor de las 14:30, provocando enormes colas en el exterior del recinto.
Los agentes de recepción y vigilancia protestaban contra la “sobrefrecuentación” del museo y los problemas de “falta de personal”, explicó a la agencia AFP Christian Galani, miembro de la oficina nacional del sindicato CGT-Culture y su representante en el Louvre. Cuando salieron de una reunión de una “hora mensual de información sindical” a iniciativa del sindicato SUD-Culture Solidaires, los empleados se negaron a volver a sus puestos hasta que la dirección escuchara sus demandas. Los sindicatos lamentan que en los últimos 15 años han perdido unos 200 puestos de trabajo a tiempo completo y las condiciones de trabajo se han visto degradadas.
Las protestas no son nuevas y se suceden desde hace años. De hecho, fueron una de las causas del plan de remodelación que la pinacoteca pidió al Ministerio de Cultura. Un proyecto que se consensuó con el presidente de la República, Emmanuel Macron, que lo anunció a finales de enero con toda la pompa posible.
La directora del Louvre, Laurence des Cars, la primera mujer en gobernar esta institución en 230 años, había enviado días antes una explosiva carta a la ministra de Cultura, Rachida Dati. En el documento, que teóricamente era privado y confidencial, hablaba de un panorama de extrema decadencia: goteras, mala conservación de las obras de arte, deterioro de un edificio “vetusto” y, sobre todo, una experiencia insatisfactoria para los visitantes.
La institución tiene en principio un aforo limitado a 30.000 visitantes diarios. La pirámide debía permitir al Louvre recibir a cuatro millones de visitantes anualmente. Pero hoy tiene más del doble (8,7 millones en 2024) y un año antes del coronavirus el museo superó los 10 millones. Las condiciones de visita se han degradado y hay muchas colas. Además, el espacio bajo la pirámide se construyó cuando las normas medioambientales no eran las mismas que hoy en términos de ventilación y confort de la gente que trabaja y visita el museo.

La última gran reforma del Louvre se produjo a mediados de los años 80, cuando el presidente socialista François Mitterrand ocupaba el Palacio de Elíseo. Entonces, entre otras cosas, se encargó a Ieoh Ming Pei, uno de los arquitectos más prolíficos y venerados del mundo, el diseño y construcción de la gran pirámide de cristal y hierro que serviría para acoger a los visitantes de forma más ordenada. Terminaba entonces el caos. Pero comenzaba la era del turismo de masas. Y ni siquiera esa reforma mantiene hoy ya los estándares medioambientales y de confort, explican fuentes del Elíseo. De hecho, la construcción se convierte en verano en una especie de horno donde se cuecen a fuego lento los visitantes que hacen cola pacientemente.
Des Cars, convencida de la necesidad de acometer la reforma, describió el Louvre en enero como una institución envejecida que enfrenta, entre otros problemas, filtraciones de agua y dificultades de control de temperatura en las salas para la conservación de las obras. En respuesta, Macron anunció un proyecto de renovación colosal, cuyo coste se estima en unos 800 millones de euros a lo largo de una década.
Bautizado como Nuevo Renacimiento del Louvre, el proyecto prevé para 2031 una nueva entrada para descongestionar la pirámide de cristal, una sala de exposición dedicada a La Gioconda, así como un boleto de entrada más caro para los visitantes no europeos, con el objetivo de alcanzar los 12 millones de visitantes anuales a largo plazo. Los trabajadores, sin embargo, se han plantado con la llegada del verano, la subida de las temperaturas y el aumento del flujo de visitantes.
Cortesía de El País
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