
Ilusos aquellos que pensaron -como quien esto escribe-, que cuando la Presidenta Claudia Sheinbaum se refirió a la oposición en su discurso para celebrar su primer año de gobierno el domingo pasado, hablaba de los partidos políticos. Ayer quedó claro para quiénes era el mensaje. En su mañanera del miércoles despotricó contra intelectuales y articulistas, contra columnistas y medios, tildándolos de irrelevantes, mentirosos, manipuladores y defensores de sus intereses.
Colonizados los poderes del Estado y los órganos autónomos, con leyes a la medida del proyecto de reducir los derechos y acotar las libertades, el último contrapeso que queda en pie, chiquito pero hasta ahora resiliente, son algunos medios y periodistas. La pluralidad democrática se ha convertido en una molestia que estorba su misión, la que le encargó su mentor, el ex presidente Andrés Manuel López Obrador: terminar de cambiar el régimen y consolidarlo, para mantenerse eternamente en el poder. Sus “opositores” se han convertido en los obstáculos que enfrentan ella y la maquinaria de Morena.
Es evidente que le altera que los medios no den cabida en sus principales espacios a los mensajes que transmite diariamente en Palacio Nacional. Ayer reclamó que uno de los grandes periódicos de México no publicara en su primera plana que la tasa de homicidios dolosos cayera en un año 32%, que la prensa seria no toma en cuenta porque sabe que están manipulados para engañar a la gente.
Ese porcentaje, por ejemplo, se refiere solo al mes de septiembre, un dato engañoso. Pero como señala Eduardo Rivera (@edusax79 en X), que hace un seguimiento escrupuloso de las estadísticas oficiales sobre seguridad, el promedio de homicidios dolosos en el Gobierno de Sheinbaum es de 74.85 por día, solo abajo del que registró el de López Obrador, de 94.95 diarios.
La disgusta a la Presidenta que no se coma la prensa independiente sus mentiras. También la irrita, porque se ha visto, la cascada de revelaciones sobre la corrupción dentro de la cuatroté, en especial de la elite del obradorismo a la cual pertenece, aunque, hasta donde se sabe, esas debilidades e inclinación por el camino criminal, no las comparte. Pero aun así busca atajar las investigaciones periodísticas y descalificar a medios y periodistas para restarles credibilidad. Nadie los lee, los ve ni los oye, sugirió, pero no deja de atacarlos cada semana. Sabe bien que sí los leen, sí los ven y sí los oyen.
La revelación de las corruptelas de la cuatroté la coloca en una situación delicada y ambivalente: cómo actuar apegada a la ley, pero poner freno a los hallazgos expuestos en los medios sobre los caminos de ilegalidades que, muchos, llevan inexorablemente a Palenque. Quiere hacer las cosas, pero no puede. Avanza y se arrepiente. López Obrador es una sombra que pesa demasiado. Depende de su fuerza y conoce el control que tiene sobre el movimiento que la llevó a la Presidencia, porque ella, fuerza propia, aún no tiene.
El martes, fuera del ecosistema mediático, sucedió uno de esos momentos que mostraron la ambigüedad en la que se encuentra. Por la mañana, el fiscal general Alejandro Gertz Manero, dijo que habían logrado establecer vínculos muy claros de Hernán Bermúdez Requena con la delincuencia organizada. Y por la tarde, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, hizo un road show para decir que La Barredora, la organización criminal que creó Bermúdez Requena como secretario de Seguridad de Tabasco, era un grupo de alcance limitado, incluso dentro del Estado.
García Harfuch, quien de todo el gabinete es quien menos se manda solo, salió a desmentir a Gertz Manero y a él mismo. El secretario sabe que lo que señaló no es cierto -una vez dijo a Ciro Gómez Leyva y a Manuel Feregrino, que era un asesino-, pero se ha visto obligado a blindar al senador Adán Augusto López para que el fuego de su secretario de Seguridad cuando fue gobernador, no lo alcance y eventualmente escale la responsabilidad al ex presidente. Los medios y los periodistas son quienes más detalles han expuesto sobre los presuntos lazos criminales del senador, lo que tampoco deja a gusto a la Presidenta porque López Hernández mantiene la protección de López Obrador.
La presencia política de López Obrador es demasiado fuerte sobre ella. Medios y periodistas interpretan de esa manera la actitud política que oscila entre la admiración y la subordinación de ella con él, que la ha llevado a responder que los intentos por dividirlos -como procesa las observaciones críticas de su comportamiento-, no prosperarán. Medios y periodistas no están embarcados en que se peleen. La mayoría está consciente, por lo que dicen y escriben, que López Obrador y Sheinbaum son uno solo en objetivo y método. Cada vez, sin embargo, ella se va quitando la máscara de demócrata y mostrando la casaca de autoritaria, como lo fue su mentor. Que se lo digan, contradice lo que ella dice de sí misma. Sin embargo, cada vez encuadra mejor en la tipología del autoritario.
El autoritario necesita enemigos. No gobierna sin ellos. Construye una narrativa en la que los adversarios son “traidores”, “corruptos” o “golpistas”. La disidencia no es un derecho, sino una conspiración. En esa lógica, como se abundó en un reciente texto, la Suprema Corte es incómoda, la pluralidad legislativa un estorbo y los medios de comunicación independientes un dolor de cabeza. Para el autoritario, la división de poderes es un artificio que retrasa la eficacia de su proyecto, por lo que no sorprende que intente someter jueces, debilitar al Legislativo y asfixiar a la prensa.
Hay autoritarios más modernos que entendieron que no hace falta censurar a la prensa: basta con insultarla todos los días hasta convertirla en enemiga pública, como lo vivimos con López Obrador, y cada vez está más firme el mismo patrón con Sheinbaum. El perfil es reconocible: el autoritario nunca llega con la etiqueta de dictador, sino con la de salvador. Su narrativa es simple: antes de él todo era corrupción, traición o decadencia; después de él, todo será justicia, soberanía y bienestar. Exhibir medios y periodistas libres sus mentiras e hipocresías, es lo que no perdonan los autoritarios, aquí y en todos lados.
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Cortesía de El Informador
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