El pasado 27 de julio la policía austriaca lanzó una operación a larga escala en el valle alpino de Bad Eisenkappel tan inusual que alarmó a todo el país. Desplegó coches patrulla, numerosos agentes —incluidos agentes de la oficina federal de inmigración—, drones, perros y un helicóptero para reducir lo que definieron como una violación de las leyes de acampada y conservación de la naturaleza. Los señalados eran los miembros del Club de Estudiantes Eslovenos de Viena, que estaban allí en colaboración con el Museo Peršmanhof. No es un lugar cualquiera de Carintia. El Peršmanhof es una granja-memorial donde las SS asesinaron brutalmente a 11 vecinos de la comunidad eslovena en 1945, entre ellos siete niños, apenas unos días antes del final de la Segunda Guerra Mundial. La convulsa redada fue descrita en la prensa por los descendientes de las víctimas como una “retraumatización”.
La granja familiar de Maja Haderlap (Bad Eisenkappel – Železna Kapla, Austria, 1961) se encuentra a solo tres kilómetros de allí. La escritora creció en este valle de la frontera austriaca con Yugoslavia marcado por la resistencia partisana contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Un festín de la naturaleza con bosques de avellanos y crestas de abetos donde se sucedían las granjas de montaña deshabitadas, cuyos dueños fueron asesinados en campos de concentración, con las granjas habitadas, cuyos propietarios habían logrado sobrevivir o se habían alistado en la Wehrmacht. Un mapa con historias de Auschwitz, Ravensbrück, Dachau, Mauthausen, Lublin.

El abuelo de Haderlap fue partisano. Su abuela, que de niña le daba esmerados consejos para sobrevivir en un campo de exterminio, fue deportada a Ravensbrück. El padre de la escritora estaba cuidando las vacas cuando llegaron unos agentes nazis preguntando por el patriarca. Le colgaron con una soga de la rama de un nogal hasta que perdió el sentido. Entonces lo bajaron y al cabo de un rato lo volvieron a alzar. Tres veces seguidas. Tenía 10 años. Luego se lo llevaron atado a comisaría para seguir torturándole. “Después de regresar, estabas tan asustado que ni siquiera te atrevías a abrir la boca”, cuenta Leni, tía abuela de Haderlap, también torturada en los interrogatorios de la Gestapo, en El ángel del olvido.
El libro de Haderlap deambula con elegancia entre la novela autobiográfica y la no ficción histórica. Seduce con un lenguaje lleno de lirismo e ingravidez que es en realidad un atajo para llegar antes a la barbarie. Así narra la historia del partisano más joven, su padre, que lo fue con 12 años y envejeció desahuciado por los horrores de su infancia, siempre tentado por el suicidio, por la amenaza de pegarse un tiro o pegárselo a su esposa y sus hijos. O la marcha de la muerte de su abuela y sus compañeras desde Ravensbrück, primero custodiadas por las SS y luego vagando solas a lo largo de la primera línea del frente. Los dos conocieron a Anči, superviviente del Peršmanhof gracias a que fingió estar muerta tras recibir seis balazos: tenía siete años cuando las SS fusilaron a toda su familia.
Haderlap, dramaturgista principal del teatro estatal de Klagenfurt durante tres lustros y autora de poemarios en esloveno, su lengua natal, eligió el alemán —el idioma que aprendió en el colegio— y la narrativa para destilar la gran novela de la memoria personal y colectiva de los eslovenos de Carintia. Cuando en 2011 fue la primera escritora austriaca en recibir el prestigioso Premio Ingeborg Bachmann, en Klagenfurt, la capital de Carintia, estaban premiando la belleza del lenguaje poético de El ángel del olvido, pero también su compromiso con la causa eslovena.
El libro seduce con un lenguaje lleno de lirismo e ingravidez que es un atajo para llegar a la barbarie
Los eslovenos de Carintia son un grupo étnico que, consultado en referéndum en 1920, decidió formar parte de la naciente república de Austria tras el derrumbe del Imperio Austrohúngaro. El jefe de las SS, Heinrich Himmler, decidió luego durante la Segunda Guerra Mundial que su destino fuera la deportación a campos de concentración, y muchos se atrevieron a resistir como partisanos en los bosques de la cordillera Karavanke. La osadía de combatir contra su patria —contra Hitler, contra la Austria anexionada por la Alemania nazi— es tachada como una traición por grupos nacionalistas, agitados por la ultraderecha, que consideran un estigma que se hable otra lengua distinta al alemán en Carintia.
En su segunda novela, Mujeres en la noche (también traducida por José Aníbal Campos y publicada en Periférica), la escritora regresa a los bosques densos de su infancia. Esta vez, para retratar el abismo generacional entre una mujer y su hija. Una madre campesina alienada por la religión, un catolicismo místico castrante —la primera paliza de su marido borracho es una vía para recibir los estigmas de Cristo, un anticipo de la eternidad— y una hija formada en la universidad y el libre albedrío aterida ante el vértigo de una emancipación sin referentes. De fondo, el ruidoso conflicto de las identidades cruzadas de los eslovenos de Carintia.
Y de nuevo se cuela la noción carintia de patria, un concepto fluorescente, como ha definido la autora en más de una ocasión. “Parece que un carintio con un fuerte sentimiento de pertenencia a su tierra natal debe ser antiesloveno. Esta idea se ha repetido hasta la náusea en la política local”.
Tras la cuestionada redada policial del 27 de julio, el Ministerio del Interior austriaco abrió una comisión de investigación para esclarecer lo sucedido en Peršmanhof. A finales de octubre concluyeron que la policía de Carintia, en un lugar para la memoria contra la violencia nazi, en el espacio más simbólico de la resistencia partisana, ante un grupo de estudiantes, había actuado de forma desproporcionada e ilegal.

Mujeres en la noche
Maja Haderlap
Traducción de José Aníbal Campos Periférica, 2025
280 páginas. 21 euros
Cortesía de El País
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