Marisa Paredes, la musa de todo el mundo

En mucho tiempo no habían repicado con tanta tristeza y con tanto calor las campanas que despiden a una actriz. Y esta vez ese sonido de rabia, dolor y despedida ha sido para Marisa Paredes, 78 años, la hija de una portera de Madrid que se hizo querer como actriz, como personaje y como mujer.

Marisa Paredes apostó siempre por la grandeza del cine y del teatro y también por el compromiso político contra la dictadura en la que nació. Ahora alertaba de la posible involución española. Hasta el último instante convocó las manifestaciones a las que también acudía como una muchacha cuya pasión no presagiaba la muerte.

El estupor por la repentina noticia de su último día tiñe ahora todos los elogios que merece su figura como actriz y como manifestante contra la injusticia.

En los últimos tiempos agarró el micrófono para hacerse notar como defensora de los derechos del cine, del teatro, de la democracia y de la vida, que fueron sus argumentos rabiosamente humanos. Musa de los grandes del cine, hizo de sus trabajos con Pedro Almodóvar una obra de arte, igual que tuvo como guía suya, en el teatro, a Lluis Pasqual, su amigo más querido en ese espejo que fue su vida en el escenario. Enigmática y risueña, cuando quería, no era tan sólo la actriz que dominó los escenarios sino, también, la ciudadana cuya rabia queda latente en la España que el destino ahora deja huérfana.

En una de las entrevistas que le hice me contó qué hacía de chica para saber más. Leía a Corín Tellado, pero llegó a sus manos el Quijote de Cervantes, “y allí encontré todos los cuentos posibles que pudiéramos inventar”. El embeleso de la literatura la hizo “una niña muy soñadora”. Jamás dejó atrás ese abrazo a la utopía que llevaba a los escenarios del teatro o del cine y que la acompañó también, hasta el último instante, a las manifestaciones con que distinguió las calles de las últimas décadas españolas.

Marisa Paredes amaba a Federico García Lorca. Solía decir que Marisa Paredes amaba a Federico García Lorca. Solía decir que “él lo era todo”. Foto: EFE

Vivir otras vidas

Esa estancia en la imaginación que le nació con el Quijote la hizo convertirse “en muchas cosas que tenían que ver con el teatro, porque yo pensaba que en el teatro estaba todo: la capacidad de vivir en otra época, de ser y de llamarme de otra manera, de interpretar otras vidas”.

Fue el Quijote, me dijo, el que la llevó por esa senda de la imaginación “y por la total fascinación por la vida, por el amor, por todo lo que uno pueda imaginar y que yo pensaba que también podía tener si me acercaba al teatro”.

Dejó de estudiar a los once años (“porque no teníamos posibilidades en casa”) y a partir de entonces se encontró, por ejemplo, con William Shakespeare… “Me resulta difícil definirlo, es tan grande… Se dice que el hombre es capaz de lo más grande y de lo más pequeño, de lo más miserable y lo más hermoso: el hombre y su complejidad, eso sería. (Leer a Shakespeare) fue casi como acercarse a la filosofía…”

Shakespeare y Cervantes fueron los creadores de la ficción que ya marcaría el resto de su vida. Pero aquella niña que supo del terrible latigazo de la tristeza que hubo en los años de la portería jamás dejó a un lado el compromiso, el ramalazo civil que la hizo, en la dictadura y más acá, en el estandarte de un país que provenía de las sombras que ella misma conoció.

Marisa Paredes tuvo que dejar de estudiar a los 11 años. Pero después descubrió la literatura. Más tarde, el teatro y el cine.

Una novela de Luis Martín Santos (Tiempo de silencio) marcó el conocimiento del país al que ella amanecía. “Esa novela era la idea de país que yo tenía: triste, encerrado como si todos estuviéramos en una cárcel en la que unos vivían muy bien y otros muchos, millones, morían prácticamente sin poder tener lo más elemental, lo más indispensable y fundamental para el ser humano: la libertad…”.

Este, me dijo Marisa cuando ya había frisado los setenta años, “era un país encarcelado”, en el que se vivía “un miedo terrible” y se respiraba “una injusticia absoluta”, en la que había “gente muy humilde como mi propia familia, ganando unos sueldos muy pequeños…” Era, en fin, aquel sol oscuro al que ella amaneció como joven actriz, y como chiquilla, “un país encarcelado en el que también había mucha gente que se jugaba la vida con una enorme capacidad de lucha”.

Lecturas, cine y teatro

En aquella época, y en las que vinieron, hasta la hora inesperada de su muerte, Marisa Paredes tuvo como emblema de su presente, y del futuro que esperaba, ese dolor que vio crecer en su familia y en la calle. El mundo del cine y el de la literatura, donde tuvo muchos amigos también (ella me citó a Juan Benet, a Javier Marías, a Enrique Vila-Matas, a Vicente Molina Foix), la llevaron también por el mundo de los libros… “Un día le pregunté a Vicente que me recomendara algunos libros, y me dijo: ´¿¡Qué voy a decirte? ¿Elliot, Faulkner!?` Yo le dije que con eso me conformaba, y a esos dos leí, naturalmente”.

Y leyó teatro y lo hizo… Leyó, por ejemplo, para encontrarse con resquicios de su familia (como en Nada, de Carmen Laforet), y conoció a gente como Juan Marsé o Juan García Hortelano, que la ilustraron de la vida y de la noche, junto con poetas como Jaime Gil de Biedma o Ángel González, “que eran otra moneda de mi propia realidad, que por otra parte me venía contada en cierto modo por Nada, aquella novela formidable”.

Aquella conversación que tuvimos, y que ahora evoco, precedió a otra que hicimos junto con uno de sus grandes amigos, Lluis Pasqual, cuyo teatro la tuvo a ella como actriz.

Marisa Paredes fue presidenta de la Academia española de cine. Foto: EFE
Marisa Paredes fue presidenta de la Academia española de cine. Foto: EFE

Él dirigiendo, ella interpretando, hicieron La estrella de Sevilla (Lope de Vega) y Comedia sin título (Lorca) o Hamlet (Shakespeare)… Estuve oyéndolos rememorar sobre Federico o Shakespeare y eran como dos niños jugando a las casitas…

“Soy”, le decía Marisa a su amigo, “una actriz cuya máxima ambición era ser distinta y moderna, con el alma puesta en el mundo de los sentimientos. Mi trabajo se fundamenta en los sentimientos, en qué le pasa al personaje en ese momento y por qué. Luego viene todo lo demás. Siempre he ido por ahí. Es lo que necesitaba, una suerte de psicoanálisis. Ese era el proceso creativo que llevaba dentro”.

Le pregunté a su director qué había visto en ella, y acaso eso ahora sirve como epitafio: “Una energía de un color determinado. Los actores son como instrumentos. Algunos no se parecen en nada al otro, incluso entre dos violines Stradivarius el sonido es distinto. Yo veía en ella un nuevo instrumento. En las relaciones siempre hay un prólogo y un cortejo para conocerse, convencerse, seducirse; así también en las relaciones artísticas, pero en nuestro caso sólo hubo un minuto, no hubo preliminares…”.

Ella lo interrumpió y le dijo: “…Como si nos conociéramos de toda la vida… En aquel momento hubo un chispazo, que era Lorca, en quien los dos creíamos y a quien queríamos con toda el alma… Evidentemente teníamos que querernos nosotros, no había otra manera, y así surgió… Federico lo tiene todo: todo el arte, toda la poesía, la gracia, el compromiso, la verdad, el sexo, la alegría, la música, el teatro…. ¡Federico es todo!”

En aquel momento, en aquellos momentos, el director y la actriz, como en otro tiempo serían ella y Almódovar, por ejemplo, empezaron a ser a la vez Lorca y la vida, el teatro y la pasión, el eje de la alegría y del compromiso, “un vínculo muy claro”, decía Marisa, “que se logra con meses de ensayos, de búsqueda, entre técnicos, iluminadores, actores, creativos, todos poniendo su energía para llegar a un punto común: la pasión que te atrae“.

El Café Gijón, donde hablábamos, se fue oscureciendo, como ahora ya es noche para Marisa. “Sigue Lorca”, le dijo Lluis, “en un país de pobres ignorantes”. Y Marisa replicó: “Hemos tenido momentos gloriosos y los seguiremos teniendo, pero…” Alguien terció: “También se cantará en los tiempos oscuros, dijo Bertolt Brecht…”

Y entonces Marisa Paredes subrayó el final que ahora ya parece oscuro como la noche que la ha visto morir: “¡También! ¡Eso nos salva!”

Cortesía de Clarín



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