Cada vez que Maritza Félix (Magdalena de Kino, Sonora, 42 años) inicia una charla, invita a los asistentes a cerrar los ojos. Les dice una palabra: “frontera” y les pide que le digan en voz alta lo primero que se le venga a la mente. Entonces se oyen las respuestas, disparadas desde la memoria y la experiencia. En Washington, se escucha “narcos”, “contrabando”, “muro”. En otros lugares, “armas”, “tráfico”, “miedo”. Pero en Arizona, donde ella vive y trabaja, la frontera se define con otras palabras: “tortillas de harina recién hechas”.
Esa diferencia no es menor. Habla del enfoque de quien la narra. Félix es la voz de Conecta Arizona, una plataforma de noticias hecha desde y para la comunidad migrante. Para los recién llegados a Estados Unidos, para los que llevan décadas, para quienes acaban de obtener su residencia o para quienes aún esperan su turno. Un espacio donde se cuentan las historias que otros ignoran, donde el periodismo se hace en español y con empatía. Lo que empezó como un modesto grupo de WhatsApp en la pandemia de coronavirus se ha convertido hoy en un medio independiente con múltiples formatos: el pódcast Cruzando Líneas, un programa de radio semanal, un newsletter y redes sociales que alcanzan a más de 150.000 personas al mes.

Su trabajo ha sido reconocido con cinco premios Emmy, varios galardones del Club de Prensa de Arizona, el Premio Cecilia Vaisman de la Universidad Northwestern, la distinción de Innovadora del Año por la Asociación de Medios Locales, y este mes, el Premio Coraje en el Periodismo de la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios de Comunicación (IWMF, por sus siglas en inglés). Pero la periodista mexicana reafirma en entrevista con EL PAÍS que este último premio no es solo suyo: “Es para todos los periodistas que siguen resistiendo en las sombras, luchando contra la invisibilidad y la hostilidad”. Porque para ella, la frontera no es solo una línea divisoria; es identidad, comunidad y resistencia.
Pregunta. ¿Cómo ha evolucionado Conecta Arizona en este nuevo contexto político?
Respuesta. Lanzamos Conecta Arizona oficialmente el 11 de mayo de 2020 para verificar la información que circulaba en WhatsApp sobre el coronavirus. Éramos solo 12 personas, principalmente familia y amigos. Pero ese pequeño grupo se convirtió rápidamente en una comunidad de miles, con diferentes productos y un compromiso firme con nuestros lectores. Ahora abordamos temas que van más allá de la migración: salud mental, educación, vivienda, política. Siempre desde las necesidades reales de quienes están de este lado y del otro de la frontera.
P. Hacer periodismo en un territorio donde convergen tantas líneas —la migratoria, la política y la cultural—, ¿qué significa para usted?
R. Somos todo lo que este país muchas veces no celebra: hablamos español, somos morenos, ruidosos, migrantes, con acento y hacemos las cosas con demasiada pasión. Para muchos, eso representa una amenaza o una confrontación directa. No es fácil, pero es necesario. Es por esta razón que el compromiso de Conecta Arizona es reclamar la narrativa.
P. En su grupo de WhatsApp tienen un espacio llamado “La hora del cafecito”. ¿Qué papel ha tenido en la construcción de comunidad?
R. “La hora del cafecito” es una conexión diaria que hacemos sin falta desde hace cinco años. Todos los días, a las dos de la tarde, nos juntamos para escuchar a la comunidad, saber qué necesitan. Invitamos a expertos, embajadores, funcionarios, quienes responden en tiempo real y sin censura. Las personas preguntan lo que quieren, como quieren, y eso ha sido clave para crear confianza y un vínculo sólido.

P. ¿Qué aprendizajes inesperados ha tenido a lo largo del camino?
R. Una vez en el grupo empezaron a preguntar sobre aceites esenciales: “¿Se pueden tomar?”, “¿Se pueden mezclar?”. Jamás pensé que eso formaría parte de nuestro periodismo, pero fue una lección: no podemos dar nada por sentado sobre lo que nuestra comunidad necesita o quiere saber. Organizamos sesiones con expertos y el interés fue enorme. Eso me enseñó que la migración es solo una parte de sus vidas.
P. ¿Cómo lo afronta mantener un medio independiente y sin fines de lucro en un entorno cada vez más hostil?
R. No es fácil. Escuchar a la comunidad no es solo abrir una línea de contacto, es hacer un compromiso, saber callar y aprender a enfrentar conversaciones difíciles. Al principio no teníamos financiamiento porque nuestro modelo basado en empatía y cuidado no era fácil de vender. Pero al demostrar que funcionaba, las cosas cambiaron. Ha sido un proceso de aprendizaje en cómo pedir apoyo y valorar nuestro trabajo.
P. Con el regreso de Donald Trump a la presidencia, ¿qué impacto ha observado en las comunidades migrantes?
R. El día después de la elección, recibimos 819 mensajes. No se me olvida ese número porque fue imposible responderlos todos. Intentaba avanzar al siguiente, pero tenía que regresar, y ya el dedo me dolía de tanto deslizar hacia arriba. Pensaba: “Nunca voy a terminar”. Y al día siguiente, otros 200 o 300. Y luego, con rumores de redadas, volvían a ser 500. Era una locura. Pero yo pensaba: “Si las personas se tomaron el tiempo de escribirnos, es porque tienen la necesidad de informarse y porque confían en que vamos a responder”.
P. ¿Qué riesgos ha enfrentado al realizar su labor periodística?
R. Este año en el equipo hemos enfrentado múltiples desafíos. Nos han lanzado gas lacrimógeno y nos han insultado en las protestas solo por hablar español. Ni siquiera saben para quién trabajamos, pero basta con escucharnos para que nos agredan. También hemos recibido amenazas y mensajes de odio en nuestro newsletter —que enviamos en español— donde nos insultan en inglés con frases como: “Fucking Mexican, go back to your country” y recientemente alguien escribió: “Ya estamos a punto de mandarles la ICE a su oficina”.
P. ¿Cómo se protege el equipo de Conecta Arizona para seguir informando?
R. PEN America nos ha brindado un valioso entrenamiento en seguridad digital para proteger tanto a nuestro equipo como a nuestras fuentes, y la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios de Comunicación nos apoya con acompañamiento psicológico y emocional para cuidar el bienestar de cada miembro del equipo.
P. Recibir el Premio Coraje en el Periodismo de la IWMF en este momento tiene un peso simbólico importante. ¿Qué significa para usted? ¿Lo esperaba?
R. La verdad, no me lo esperaba. Para mí es como sentirme vista por primera vez en un país que durante mucho tiempo se ha negado a mirarme a los ojos, que ha fingido no entender mi acento y que ha decidido ver solo la frontera que ellos quieren ver. He recibido otros premios, porque durante un tiempo —especialmente al hacer el proceso para la visa de trabajo y la Green Card— me volví una cazadora de becas para demostrar mi valía en este país. Tengo varios Emmy y otros galardones, que mis hijos hasta usan como juguetes en casa. Pero este premio es distinto. No envié ningún trabajo, no participé, ni me puse mis mejores “garras” para decir “¡Soy la mejor periodista!”. Ni siquiera sé quién me nominó o cómo siguieron mi trabajo. Fue un reconocimiento que llegó sin tener que competir, y eso se siente diferente.
P. ¿Qué le gustaría que entendieran los periodistas y medios del país sobre lo que realmente ocurre en Arizona y en la frontera?
R. La frontera hay que vivirla, aunque suene a cliché. Hay que saborearla, sentirla. Uno cruza la frontera, pero la frontera también nos cruza a nosotros. Es algo muy profundo. Esa es la dinámica que muchos periodistas no entienden ni retratan. Por eso, tomarse el tiempo para conocer la frontera es fundamental. Sí, tiene muchas sombras: narcotúneles, el muro que siempre ha estado, contrabando de ambos lados. Hay muchas cosas grises. Pero también hay muchas luces que no se reflejan ni se conocen.
Cortesía de El País
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