Apenas visible desde el valle, en la cima del Cerro Patlachique —una montaña ubicada al sur del sitio arqueológico de Teotihuacan—, yacen decenas de piedras grabadas que durante siglos pasaron desapercibidas. No hay pirámides espectaculares ni grandes esculturas, pero los hallazgos recientes revelan que este lugar desempeñó un papel crucial en las creencias y prácticas rituales de las comunidades mesoamericanas. Allí, al borde del cielo y la tierra, los antiguos habitantes dejaron inscripciones y figuras que hablaban con los dioses.
Un estudio publicado en la revista Antiquity por un equipo internacional de investigadores encabezado por Nawa Sugiyama ha documentado 40 elementos tallados en piedra, 34 de ellos inéditos, que confirman que el Cerro Patlachique fue un santuario de peregrinación asociado al culto al agua, los calendarios rituales y las montañas sagradas. El artículo, titulado “Carved monuments from Cerro Patlachique in the Teotihuacan Valley, Mexico”, ofrece nuevos datos arqueológicos que transforman la manera en que se entiende la geografía sagrada de Teotihuacan.
Un santuario escondido en la cima
Aunque Patlachique no es un nombre popular en las rutas turísticas de México, su importancia dentro del mundo mesoamericano podría ser comparable a la de otros cerros venerados. La cima del Cerro Patlachique alberga una plataforma ceremonial, canales, depósitos de agua y una serie de piedras talladas con motivos religiosos, alineados en consonancia con la orientación urbana de Teotihuacan. Estos elementos no fueron ubicados al azar: según los autores, forman parte de un complejo que “evocaba a deidades del agua celestiales y terrestres”.
Este conjunto de elementos arqueológicos se distribuye en torno a una avenida ceremonial que une distintas zonas del cerro. Los investigadores utilizaron tecnología lidar para mapear 61 hectáreas de terreno, revelando no solo la arquitectura oculta bajo la vegetación, sino también la conexión entre los grabados y las fuentes estacionales de agua. La distribución espacial de las piedras sugiere una intención simbólica precisa, ya que las figuras del Dios de la Lluvia aparecen principalmente en el lado este, tradicionalmente vinculado con la salida del sol y el inicio del ciclo agrícola.

Imágenes que invocan lluvia
Entre los elementos tallados, destaca la recurrencia de ciertas figuras. El estudio registró nueve representaciones del Dios de la Lluvia (conocido como Tlaloc en época mexica), con sus característicos ojos circulares y boca dentada, y tres de la Diosa del Agua, a menudo vinculada a ríos y manantiales. Estas deidades aparecen juntas en tres ocasiones, lo que sugiere una conexión deliberada entre agua celestial y agua terrestre.
Las tallas no siguen un solo estilo: algunas son de gran calidad, cercanas al arte clásico de Teotihuacan; otras, más simples, parecen grabados hechos por individuos fuera de la élite. En algunos casos, las figuras más recientes se superponen sobre imágenes anteriores, lo que indica reutilización del espacio ritual a lo largo de varios siglos. Esta combinación de estilos sugiere que el santuario era tanto un espacio oficial como un sitio de peregrinación personal, donde distintos grupos y generaciones dejaron su huella espiritual.

Piedras que marcan el tiempo
Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es la presencia de signos calendáricos. En trece piedras aparecen fechas del calendario de 260 días (tonalpohualli), el sistema ritual mesoamericano usado para determinar ceremonias, augurios y eventos importantes. Ocho de estas inscripciones están relacionadas con los llamados “portadores del año”, días que marcaban el inicio del ciclo solar de 365 días: Caña, Pedernal, Casa y Conejo.
Los grabados muestran una profunda comprensión del tiempo sagrado. Algunas de las fechas inscritas son “3 Caña”, “13 Casa”, “8 Casa” y “13 Pedernal”. Aunque aún no se ha confirmado su correspondencia directa con eventos históricos, los arqueólogos sugieren que podrían haber sido usados para registrar ceremonias específicas o momentos clave del ciclo agrícola, como el inicio de la temporada de lluvias o rituales de renovación relacionados con el fuego.
El uso de este sistema calendárico en Cerro Patlachique refuerza la hipótesis de que el sitio estuvo activo antes, durante y después del apogeo de Teotihuacan, lo que lo convierte en una pieza clave para entender la continuidad de las prácticas religiosas en el altiplano central mexicano.
Una geografía ritual más amplia
Tradicionalmente, los estudios sobre la orientación sagrada de Teotihuacan han centrado su atención en el norte, especialmente en el Cerro Gordo y su vinculación con la Pirámide de la Luna. El nuevo análisis, sin embargo, propone que el Cerro Patlachique funcionaba como un “contrapunto sagrado” en el sur del valle, creando una especie de eje vertical entre las montañas que delimitaban simbólicamente el territorio ritual de la ciudad.
En este contexto, los peregrinos que ascendían al Cerro Patlachique no solo se desplazaban físicamente, sino también simbólicamente: pasaban del plano terrenal al ámbito divino, del calendario cotidiano al tiempo sagrado. Las ceremonias que allí se realizaban estaban probablemente conectadas con las realizadas en el centro urbano, lo que refuerza la idea de que la religiosidad teotihuacana se extendía más allá de los templos y plazas, abarcando todo el paisaje circundante.
Además, las cerámicas halladas en la cima confirman una ocupación continua del lugar desde el 100 a.C. hasta el periodo mexica, más de mil años de actividad ritual documentada. Este dato convierte al cerro en una referencia religiosa de largo aliento, anterior incluso a la fundación de la ciudad.
Referencias
- Sugiyama, N., Taube, K. A., Sugiyama, S. & Texis Muñoz, A. (2025). Carved monuments from Cerro Patlachique in the Teotihuacan Valley, Mexico. Antiquity, 99(408), 1604–1622. https://doi.org/10.15184/aqy.2025.10221.
Cortesía de Muy Interesante
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