Metal Gear Solid Delta: Snake Eater me demostró dos cosas: es imposible acercarse a Kojima, pero el intento de Konami es admirable

Cuando muchos pensábamos que Konami se iba a quedar atrapada en juegos como servicio —con eFootball como bandera— o en explotar franquicias seguras como Yu-Gi-Oh!, parecía que esa Konami creativa, la de los 90 y 2000 que sorprendía con ideas únicas, había desaparecido. Sin embargo, el año pasado Silent Hill 2 Remake marcó un renacer, un recordatorio de que la compañía todavía podía mirar a su legado con respeto y darle nueva vida. Ahora, con Metal Gear Solid Delta: Snake Eater, esa impresión se fortalece: estamos ante un remake que no solo revive uno de los capítulos más emblemáticos de la saga, sino que reafirma que Hideo Kojima siempre estuvo adelantado a su tiempo.

FERIA DE SAN FRANCISCO

La tercera entrega numerada de la serie es, en realidad, la primera cronológicamente, y fue clave para cimentar a Kojima como un genio creativo absoluto. Ahora, su regreso no solo sirve como un homenaje a su visión, sino también como una carta de presentación para nuevas generaciones. Para muchos jóvenes que no vivieron la saga en PlayStation 2, este podría ser su primer gran amor dentro de los juegos narrativos de espionaje y sigilo. Y para los veteranos, es la oportunidad de reencontrarse con una obra maestra, ahora vestida con las herramientas de última generación.

El año que marcó a una generación

Lanzado en 2004 para PlayStation 2, Metal Gear Solid 3: Snake Eater apareció en una época dorada para los videojuegos, cuando la industria estaba dando saltos creativos y tecnológicos decisivos. Ese mismo año, títulos como Grand Theft Auto: San Andreas o Halo 2 mostraban que el mercado podía apostar por mundos más grandes y experiencias multijugador masivas, mientras que poco después Resident Evil 4 revolucionaría la acción en tercera persona con su cámara sobre el hombro. En medio de todo eso, Hideo Kojima decidió mirar hacia atrás y llevarnos a la Guerra Fría, con un juego de sigilo y supervivencia en la jungla.

Halo 2

Venía del impacto de Metal Gear Solid en PS1, que redefinió la narrativa cinematográfica en el medio, y de Metal Gear Solid 2: Sons of Liberty en PS2, que dividió opiniones pero terminó marcando a toda una generación al hablar del control de la información, un tema que hoy se siente profético. En contraste, Snake Eater optó por ser un viaje introspectivo: menos futurista, más humano, con mecánicas de supervivencia que obligaban al jugador a pensar en comida, camuflaje, heridas y entorno.

Este cambio lo hizo disruptivo, porque demostraba que un videojuego podía ser más que acción y gráficos: podía contar una historia de lealtad, traición y sacrificio sin dejar de lado la jugabilidad. Traerlo de vuelta hoy no solo significa revivir a un clásico, sino también recordar que hace 20 años Kojima ya estaba empujando la frontera de lo que un videojuego podía ser.

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Iniciando con el tercer juego

Aunque en el título aparezca el número 3, Metal Gear Solid 3: Snake Eater es el inicio de todo. Kojima decidió llevarnos a los años sesenta, en plena Guerra Fría, para narrar los orígenes de Naked Snake, quien eventualmente se convertiría en Big Boss, el personaje clave de toda la mitología de Metal Gear.

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Este enfoque fue brillante en su momento porque permitió a jugadores nuevos entrar sin necesidad de haber jugado los dos títulos previos, y a la vez construyó un cimiento narrativo que dio coherencia a toda la saga. Así, Snake Eater se transformó en el “episodio cero” de la franquicia, al mismo tiempo que funcionaba como un juego independiente.

Konami retomó esa misma lógica para su regreso con Metal Gear Solid Delta. Además, abre la posibilidad de que el futuro de la saga se reconstruya de forma cronológica, iniciando con Snake Eater y, quizá, siguiendo con remakes de otros capítulos que encajen de forma natural en la línea de tiempo.

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De esta manera, Delta no solo es un homenaje, también es un punto de reinicio. Para los veteranos significa revivir el clásico con un aspecto renovado, y para quienes nunca jugaron la saga, es la oportunidad ideal de comenzar por donde realmente empieza la historia.

Un homenaje fiel al legado de Kojima

El primer impacto al iniciar Metal Gear Solid Delta: Snake Eater está en lo visual. Todo ha sido reconstruido desde cero, lo que significa que no hay texturas recicladas ni escenarios calcados del original. La jungla luce densa, llena de vida y con un nivel de detalle que hace justicia a lo que Hideo Kojima imaginó en su momento, pero que la tecnología de 2004 no podía ofrecer. Ahora, cada hoja, cada reflejo en el agua y cada cambio de luz en el follaje transmite una sensación inmersiva que te atrapa desde el inicio.

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Las físicas también marcan un salto notable: desde cómo Snake se arrastra entre el lodo hasta la manera en que las ramas se mueven al contacto o cómo la lluvia modifica la visibilidad. Todo esto contribuye a que el sigilo se sienta más realista y dinámico. La inteligencia artificial de los enemigos también acompaña, reaccionando mejor al entorno, lo que hace que cada infiltración requiera más precisión que nunca.

Un detalle interesante es que, aunque este remake hereda animaciones que recuerdan mucho a The Phantom Pain, todo ha sido pulido para adaptarse a la ambientación selvática de Snake Eater. Esto le da al juego una mezcla especial: se siente fresco, moderno y con fluidez propia, pero al mismo tiempo conserva esa tensión estratégica que caracterizaba al original. Es un juego que logra algo muy complicado: verse como un título actual, pero sentirse como el clásico de hace 20 años.

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Incluso podríamos ponernos exigentes y decir que, en ciertos momentos, The Phantom Pain todavía luce superior en sus escenarios abiertos y llenos de vida. Sin embargo, eso solo subraya el trabajo de Kojima y su equipo en su momento, más que un defecto del remake.

Juégalo como quieras

Uno de los mayores aciertos del remake es que no se limita a imponer un solo estilo de control. Metal Gear Solid Delta ofrece dos formas completamente distintas de vivir la experiencia: el modo clásico y el modo moderno. En el primero, se mantienen intactos los controles originales de la versión de PS2, con esa cámara elevada casi cenital y la disposición de botones que, para muchos jugadores veteranos, se sienten como un regreso directo a 2004. Es un sistema tosco para los estándares actuales, pero cargado de nostalgia para quienes se saben de memoria cada comando.

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Por otro lado, el modo moderno transforma el juego en algo mucho más familiar para quienes están acostumbrados a los títulos de acción actuales. La cámara pasa a colocarse detrás del hombro de Snake, con controles que recuerdan a los de The Phantom Pain o a otros juegos de la última década. El resultado es inmediato: moverse, disparar, cubrirse o apuntar resulta natural para cualquier jugador de hoy, sin importar que nunca haya tocado la saga.

Lo mejor es que estas dos opciones no compiten entre sí, sino que conviven. Los veteranos podrán jugar la campaña con el modo clásico y luego repetirla con los controles modernos, descubriendo nuevas maneras de afrontar las misiones. Los nuevos jugadores, en cambio, tienen la puerta abierta para adentrarse al universo de Metal Gear con un control accesible, y luego sentir curiosidad por experimentar “cómo se jugaba antes”. Konami encontró la forma de tender un puente generacional entre viejos fans y recién llegados.

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Uno de los ejes que definen a Metal Gear Solid Delta es el sigilo. La premisa sigue siendo clara: avanzar sin ser visto es siempre más efectivo que entrar disparando. Snake se esconde entre la vegetación, aprovecha la hierba alta y los troncos caídos para camuflarse, y puede arrastrarse pecho a tierra para pasar desapercibido frente a patrullas enemigas. Cada movimiento tiene un peso: correr genera ruido que alerta a los guardias, mientras que caminar agachado o reptar reduce la probabilidad de ser detectado. Aquí entra en juego el famoso sistema de camuflaje, que nos indica en todo momento qué tan visibles somos dependiendo de la ropa, el entorno y la postura que adoptemos.

El armamento ofrece un balance entre letalidad y estrategia. Por un lado, tenemos pistolas silenciadas, rifles de asalto, cuchillos de combate y explosivos que permiten enfrentar a los enemigos de manera directa. Por el otro, la magia del juego está en las armas no letales: dardos tranquilizantes, golpes cuerpo a cuerpo y la posibilidad de interrogar soldados para obtener información. Decidir entre eliminar o neutralizar marca la experiencia de cada jugador: una incursión sin bajas se siente tan válida como una misión cargada de balas, y ambas son recompensadas por la narrativa del juego.

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Además, el remake conserva las mecánicas de supervivencia que hicieron icónico al original. Snake necesita curarse manualmente cuando sufre heridas —vendajes, suturas o incluso extrayendo balas— y debe cazar animales o recolectar plantas para mantener su resistencia física. Estos elementos, lejos de sentirse accesorios, profundizan la inmersión: comer una serpiente o curar una fractura bajo presión mientras los enemigos buscan en la jungla añade una tensión que va más allá del combate. Es el recordatorio perfecto de que este no es un héroe invencible, sino un soldado en una misión de vida o muerte.

El detalle más pequeño, es el más importante

Uno de los mayores logros de Metal Gear Solid Delta: Snake Eater es que no se limita a la acción y el sigilo tradicionales, sino que te obliga a integrarte al entorno. El sistema de camuflaje vuelve a ser crucial: dependiendo de la ropa y patrones que elijamos, tendremos un índice de visibilidad que nos dice qué tan ocultos estamos en la jungla. Cambiar uniformes no es solo estético, sino que define si un guardia nos detecta o si pasamos inadvertidos entre la vegetación. Todo esto ahora es mucho más intuitivo gracias a menús renovados y un HUD más claro, sin perder la esencia original.

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A esto se suma la gestión del cuerpo de Snake, otro de los elementos más característicos del título. Las heridas no se curan solas: tendremos que aplicar vendas, suturar, desinfectar o hasta retirar balas. Cada lesión requiere un tratamiento específico y, de no atenderla, Snake perderá movilidad, precisión o resistencia. El remake respeta esa crudeza, pero lo hace con interfaces más rápidas, logrando que la supervivencia siga siendo un reto pero sin romper el ritmo del juego.

El entorno también cobra vida de una forma mucho más palpable. Animales como serpientes, ranas y, en especial, los cocodrilos, generan momentos de tensión absoluta. Ver cómo se mueven en el agua con un realismo impresionante refuerza la sensación de que la jungla es un enemigo más. No solo debemos cuidarnos de soldados enemigos, sino de un ecosistema que puede atacarnos en cualquier momento. Esa interacción con la naturaleza convierte cada incursión en una experiencia impredecible y profundamente inmersiva.

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El renacer para Metal Gear

Aunque Metal Gear Solid Delta: Snake Eater llega con una puesta al día impecable en lo visual y lo jugable, hay un detalle que no podemos ignorar: el doblaje sigue estando limitado al inglés y al japonés, con textos únicamente en castellano. Para quienes esperaban escuchar voces en español latino, esto seguirá siendo un sueño, aunque la calidad de las actuaciones originales son espectaculares.

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Pero si queremos algo más allá de la campaña principal, Metal Gear Solid Delta: Snake Eater también recupera uno de los añadidos más curiosos de la versión original: el modo Snake vs. Monkey (disponible en PS5 y PC). En este minijuego, Snake debe capturar a un grupo de monos que se esconden en distintos escenarios, combinando sigilo y persecución con un tono mucho más ligero y humorístico. Es una propuesta que contrasta totalmente con la seriedad de la historia principal, pero que funciona como un respiro divertido y que recuerda cómo Kojima siempre supo romper la cuarta pared y jugar con las expectativas de sus fans.

Además, se incluye el inesperado añadido de Guy Savage, un modo desarrollado por PlatinumGames que marca su regreso a la saga después de Metal Gear Rising: Revengeance. Aquí el juego da un giro total: se convierte en un hack and slash ambientado en un cementerio oscuro, con un protagonista diferente enfrentándose a oleadas de enemigos inéditos. Es una experiencia breve, pero arriesgada y experimental, que sorprende por lo bien lograda que está dentro de un remake tan fiel. Puede que no tenga conexión directa con la historia de Snake, pero sí demuestra la capacidad de la franquicia para explorar géneros distintos y dejar la puerta abierta a nuevas interpretaciones en el futuro.

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Lo importante es que este remake logra conectar con dos audiencias: los veteranos que lo jugaron en su día y que ahora lo ven revitalizado con gráficos de última generación, y los nuevos jugadores que quizá nunca tocaron un Metal Gear y que encontrarán aquí una puerta de entrada perfecta. El respeto por la obra original se respira en cada cinemática, en cada diálogo y en cada toma que Konami decidió mantener intacta, a la vez que introduce controles modernos que amplían las posibilidades de juego.

Konami parece haber entendido el valor de esta franquicia y lo que significa para la industria. Este remake no solo revive uno de los juegos más importantes de la historia, sino que también abre la puerta para repensar la saga de manera cronológica. Si este es el inicio de una nueva etapa para Metal Gear, los fans pueden estar tranquilos: 20 años después, las ideas de Kojima siguen tan frescas y vigentes como el primer día. Y eso, más que nostalgia, es la prueba de que estamos ante una obra inmortal.

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Metal Gear Solid 3 no necesitaba cambios: lo único que pedía era un lienzo más moderno para seguir brillando.

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de Xataka



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