
Donald Trump no sabe perder y sólo acepta como real lo que a él y a su egocentrismo conviene; el pasado 14 de junio se efectuó en Washington un fastuoso desfile militar del cual nunca se supo bien a bien si fue por los 250 años de la fundación del Ejército estadounidense o para conmemorar los 79 años en que una cigüeña de sangre inmigrante —escocesa y alemana— depósito en el barrio neoyorkino de Queens a un robusto bebé que con el tiempo sería un líder volátil, impredecible y, emocionalmente, alterado.
El susodicho desfile, demostración al mundo de poderío militar, fue opacado, el mismo día, por las protestas en 2,000 ciudades de Estados Unidos contra las redadas de inmigrantes y manifestaciones del movimiento ‘No kings’.
La necesidad de mostrar fortaleza y liderazgo, así como la inclinación del presidente estadounidense a dar la nota y su propensión a la hostilidad se conjugaron y aprovechó el conflicto Irán-Israel, para ordenar un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes, en apoyo a Israel y a su amigo de ocasión Benjamín Netanyahu. Sin embargo, aunque Trump consideró que la ‘Operación Martillo de Medianoche’ ‘fue un éxito militar espectacular’ que destruyó ‘completa y totalmente’ sus objetivos, el triunfalismo del inquilino de la Casa Blanca fue exagerado. Según la evaluación de los servicios de espionaje estadounidense la agresión ‘sólo retrasó entre tres y seis meses” el programa nuclear de Irán.
Después de dos reveses y de cara a las elecciones intermedias que se llevarán a cabo el próximo año, la creación de un ‘enemigo’ o ‘adversario’ puede ser una herramienta poderosa para movilizar el apoyo de una base electoral, desviar la atención de problemas internos graves y justificar políticas más duras. Si las narrativas del desfile y el ataque en Medio Oriente no fueron tan eficaces como la egolatría trumpiana hubiera querido, en busca de un mayor consenso para acciones drásticas, designar a un país como adversario, especialmente uno cercano y con problemas complicados como el fentanilo y el lavado de dinero, siempre será, aunque burdo y soez, un recurso efectivo.
En una sesión del Senado, sobre cuestiones de seguridad, luego de que el senador republicano por Carolina del Norte, Lindsey Graham, declarara que Estados Unidos no se dejaría intimidar por Irán, Pam Bondi, fiscal general de Estados Unidos, desde que Trump tomara posesión, sacó de su ronco pecho la siguiente expresión: “Donald Trump lo ha dicho fuerte y claro, no nos intimidarán y mantendremos a Estados Unidos (América) seguro gracias al liderazgo del presidente Trump (sic. que resuma zalamería), no sólo de Irán, sino también de Rusia, China y México, de cualquier adversario extranjero que intente matarnos”. (Que sea menos).
Antes de terminar, para que lectoras y lectores se den cuenta de la clase de araña lisonjera que es la tal Pam, voy a transcribir parte de un análisis de Juan Carlos López para CNN en Español: ‘Es un tema prioritario para Bondi el alabar al presidente Trump. En una reunión de gabinete el 30 de abril aseguró, que, gracias a las incautaciones de fentanilo durante los primeros cien días de gobierno, y gracias al presidente Trump, habían salvado 258 millones de vidas de Estados Unidos”. Lo anterior significa que si a Pitágoras no se le iban las cabras como se le van a Trump y a su aduladora fiscal, el 75% de las más de 340 millones de personas que viven en aquel país son afectas a la mortal droga.
El texto anterior es una advertencia para tranquilizar a las mexicanas —comenzando por la presidenta— y a los mexicanos —terminando por este textoservidor., que ella como los demás que le deben el empleo al magnate neoyorkino, saben que hablan para un público constituido por una sola persona: Donald Trump.
Punto final
-Mi amor, quiero tener otro hijo.
-¿A ti tampoco te gusta el que tenemos?
Cortesía de El Economista
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