México amurallado: del Gran Muro de Tenochtitlán a las vallas de la democracia

La Ciudad de México parece una escena de posguerra, lo que puedo pensar es en los escritos de Curzio Malaparte, La piel, en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, cuando veo estas vallas tan horripilantes, desplegadas sobre nuestra ciudad por el Gobierno actual, y que nos han sumido a los habitantes en un estado psicológico de depresión, incertidumbre, desorden; es la desesperación absoluta ante el presente que intentamos construir cada día.

FERIA DE SAN FRANCISCO

Palacio Nacional lleva varios años así, y rodeando la Glorieta del Ahuehuete, sobre la avenida más hermosa que tenemos, Reforma, dando un espectáculo grotesco, y alrededor del Monumento a la Revolución, tapando totalmente la pulcritud arquitectónica de esa plaza, y para remate, la embajada de Estados Unidos y sus calles aledañas con especial monstruosidad, y en las circulaciones, en las que sin dar explicaciones, desvían el tráfico, estas vallas son puestas como para ganado de animales.

Estas vallas grotescas, estéticamente burdas, violentas, pintarrajeadas y cochinas, son un golpe de ignorancia y vulgaridad hacia lo sensible, la finura y arte de las arquitecturas y espacios que he nombrado, la valla como sustituto de la ley, como pañal gigante que cubre la incapacidad política, ¿por qué las ponen alrededor de los monumentos y edificios?

Porque dicen que temen a las manifestaciones, muros que no protegen, sino que niegan el diálogo, ¿pues entonces por qué no dialogan?, ¿no es para lo que votamos, la democracia?, pregunta retórica: ¿qué se protege en realidad: nuestro patrimonio histórico o el momentáneo poder que se esconde detrás?, aquí el contraste duele, Tenochtitlan también estuvo amurallada, pero no con fierro gris sino con agua y piedra, los albarradones no eran un signo de miedo al pueblo, sino un sistema de defensa y de orden cósmico, protegían la ciudad de las inundaciones, regulaban la vida del lago y sostenían un equilibrio entre lo humano y lo divino, se protegía del peligro que podría venir del exterior, el muro mexica resguardaba la vida.

El muro actual la niega, hoy, los muros no defienden: asfixian, niegan la belleza de la Ciudad de México creada desde hace muchos años, y nos reducen a ser extras de una película de ocupación, es la estética del estado de sitio psicológico, la ciudad como campo cercado: terror oficial frente a la protesta, miedo a poner orden, permanecen ahí después de las manifestaciones, supongo que el plan es mantenerlas por todo el sexenio, impidiéndonos admirar la grandeza de nuestra ciudad, incluso el Zócalo está convertido en una feria enjaulada constante, hoy es foro de conciertos masivos, con sus rejas correspondientes, cuando debería seguir siendo un espacio de contemplación único en el mundo, antiguo centro del Universo, e inicio del Nuevo Mundo en México.

La ciudad ya no nos pertenece, las ciudades son para vivirlas, habitarlas y deben provocar felicidad, asombro, orgullo y sentido de integración, deben producir sensaciones de estabilidad, de libertad y de esperanza por el futuro, cuando los monumentos se amurallan, no es la piedra la que se defiende, es el poder el que confiesa su miedo.

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Cortesía de El Economista



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