
En una canción de Charly García (en realidad de Serú Girán, pero digamos que de Charly) el maestro argentino habla de la llegada del rock, de Elvis, de cómo nadie podía entender “qué era esa furia”. Esa furia que recorre como electricidad el espinazo, que rompe las pelvis en bailes diabólicos, que estrella las guitarras hasta destrozarlas. La manía de la música que nadie había oído antes.
Para esta generación, Rosalía es esa furia.
Díganme hiperbólica, pero en estos días toda mi personalidad se ha basado en ser fan de Rosalía. Es terrible cuando un crítico dice de entrada que es seguidor de un artista porque se dejan de ver los errores obvios para entronizar los pocos o muchos aciertos de la pieza. Pero es que a Lux, el nuevo álbum de la catalana, no le veo los hilos. O sí le veo un hilo: el hilo negro en sus medias. Porque Rosalía está inventando hasta dónde puede extenderse el dominio del género urbano.
Desde Los ángeles, su álbum debut, una producción netamente flamenca, la Rosalía destacó por su ambición, aunque la producción voló fuera del radar hasta que llegaron los años de éxito. Después vino El mal querer, un álbum misil que nació absurdamente como la tesis de licenciatura de una alumna de nombre Rosalía Vila Tovella. Con El mal querer Rosalía empujó la frontera entre la música tradicional de nicho, como el flamenco, y el reguetón. Porque hay que decirlo, Rosalía hace género callejero, no teme irse por el dembow y el perreo, su música invita tanto al baile como al análisis intelectualoide de las letras.
Después vino Motomami y la fanaticada creció por su sonido descaradamente reguetonero y antisolemne (porque si El mal querer tiene un pecado es su exceso de drama). Con Motomami, Rosalía salió a divertirse y nuestros oídos fueron su campo de juego. Diré esto como fan más que como periodista: el mejor concierto de mi vida fue verla en Auditorio Nacional en la gira de este álbum. Me hubiera gustado más música en vivo, pero incluso cuando no había una gran orquesta en escena, Rosalía llenaba la tarima (así le dicen los reguetoneros al escenario, ¿ya soy cool?) como pocos artistas a los que he visto. ¿Se puede ser mejor que eso? Sin duda. El asunto es que la mayoría de los artistas son —muy— inferiores. Rosalía impresiona por su forma de hacerse del público y pone una barrera infranqueable al resto de sus colegas del urbano.
No sólo Rosalía es una artista sobresaliente, también es su mejor promotora. Entregó la portada de Lux con un live alucinante, lanzó una campaña con Calvin Klein con su canción “De madrugá” y hasta ha hecho aquí y allá alguna declaración política (tuvo una controversia con el diseñador Androver sobre su falta de compromiso con Palestina y Rosalía contestó con un comunicado más bien tibio). Su cuenta de TikTok es una obligación de esa red en la que sube pequeños videos que ironizan sobre su vida diaria.
Todo muy bien con Rosalía, pero Motomami, con todo su carisma, me resultó un retroceso con respecto a El mal querer. Aun cuando su éxito la consolidó como artista internacional —en especial entre el público angloparlante—, para mí es simplemente una broma. Para muchos, Motomami es una especie de tótem urbano, una meditación cagada, me parece que exageran diciendo que es un estado de gracia callejero, indiscutiblemente reguetonero. Para mí fue un calentamiento para lo siguiente. ¿Qué vas a hacer, Rosalía? ¿Vas a dejar de aventarte y toda tu carrera será de más motomamis y motopapis? ¿Eh, qué dices?
Y entonces vino Lux, una moto que acelera de cero a doscientos y que sólo ella puede conducir. Bajo el amparo de Björk, experimento y juego, Lux es el mejor disco de Rosalía hasta la fecha. Es muy atrevido pero también pop. Cuando lanzó esa locura dramática que es “Berghain”, el primer sencillo, pensé “interesante, pero no va a pegar”. Y entonces pasó un camión blasteando la canción. Me quedé callada porque Rosalia tiene mucha más sabiduría pop que cualquier otro crítico de ocasión as yours truly.
Lux es un álbum en cuatro facetas: la pop, la urbana, la operística y la de experimentación. A veces las cuatro en una sola, como es el caso de “Berghain”. Cantado en tres idiomas, alemán, español e inglés, el sencillo es una colaboración entre Björk, Yves Tumor e, inesperadamente, la London Symphony Orchestra. “Su furia es mi furia”, canta el coro en alemán. Rosalía confiesa un amor destructivo que la derrite como un terrón de azúcar, como ofreciendo su cordura en un sacrificio vital en directo. Björk canta sobre la intervención divina como única salvación posible. Yves Tumor grita en inglés: “Te voy a coger hasta que me ames”. Mientras, la orquesta le da la dimensión trágica a esta especie de aria. Su miedo es mi miedo, su furia es mi furia, su sangre es mi sangre.
(Por cierto, el título de la canción viene del Berghain, histórico club alemán de techno. El único hint de la relación entre la canción y el club parece ser la letra en alemán, pero no hay mayor dato al respecto. Me gusta cuando los artistas tienen esos pequeños secretos).
Más pop y urbano es el resto de la tracklist. “Reliquia”, con la que Rosalia presentó el disco en una entrega de premios en España, tiene una letra que invite al descifre: los fans ya están interpretando los detalles de la vía amorosa de la compositora. La canción habla de lo que ha perdido y ganado en su trasiego por el mundo. Dice, por mencionar algo para picar las costillas, que en LA perdió el tiempo: ¿se refiere a su relación con el actor Jeremy Allen White? En Puerto Rico nació el coraje, ¿un jab a Rauw Alejandro? ¿Por “un mal amor en Madrid” se refiere a C. Tangana?
Todas estas conjeturas románticas son entretenidas pero también ociosas, por no decir injustas y retrógradas. Una artista hace una joya y lo único que nos importa es cómo machaca a los hombres de su vida en una canción que ni siquiera es la mejor del álbum.
Mi canción preferida es “La perla”, una colaboración entre la catalana y el conjunto mexico-estadounidense Yaritza y su esencia. La letra canta con gracia de “un terrorista emocional… medalla olímpica de oro al más cabrón”. La colaboración es interesante, aunque a diferencia de “Berghain”, en la que la colaboración con Björk es primer plano, a Yaritza se la devora Rosalía casi sin dejar rastro. Sin embargo, la canción es una muestra de la versatilidad pop de Rosalía.
Lux me parece el triunfo de una carrera llena de aciertos. Rosalía va al ritmo de su propio tambor y a la velocidad de una Kawasaki Ninja que acelera y no parará hasta ¿dónde? Dios la bendiga, que nunca se vaya a caer, aun cuando el choque sería la culminación de su leyenda. Pero otra cosa hay que decir de Rosalía: se ve serena y madura, como si ya supiera el siguiente acto de la obra. Escritora, directora y actriz de la tragedia en cuatro actos de Lux, Rosalía vuela pero no cae. Ojalá así sea siempre.
Cortesía de El Economista
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