“Mi testimonio falso condenó a 3 adolescentes a cadena perpetua y la culpa me ha perseguido desde entonces”

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    • Autor, Jo Fidgen, Rebecca Vincent
    • Título del autor, Podcast Lives Less Ordinary*

Ron Bishop sabía que estaba mintiendo. Tenía 14 años y estaba frente a un juez acusando a tres menores de edad de la ciudad de Baltimore del asesinato de su mejor amigo, DeWitt Duckett, ocurrido el 18 de noviembre de 1983.

El caso en contra de Alfred Chestnut, Andrew Stewart y Ransom Watkins se veía sólido, respaldado por el testimonio de otros tres supuestos testigos del crimen, por lo que Bishop tenía miedo de lo que podría pasar si él los contradecía.

“Si yo decía la verdad, iba a contradecirlos a todos, porque ellos tenían a tres testigos diciendo que esos tres tipos eran culpables,” le dice al podcast Lives Less Ordinary de la BBC.

“Y como yo tenía 14 años, pensé que el jurado iba a pensar que estaba mintiendo cuando, en realidad, estaba diciendo la verdad”.

Basándose en el falso testimonio de Bishop y en el de los otros testigos —también menores de edad—, el jurado encontró a Chestnut, Stewart y Watkins culpables del asesinato de Duckett y los sentenció a cadena perpetua en prisión.

Durante más de 30 años, Bishop cargaría con la culpa de haber mentido y de haber sido responsable de enviar a tres personas inocentes a la cárcel.

Pero en 2019, una revisión del caso por parte de la Fiscalía de Baltimore reveló graves inconsistencias en el caso y le abrió a Bishop por fin una puerta para poder contar la verdad que mantuvo en secreto desde ese fatídico día de noviembre en la escuela Harlem Park de Baltimore, en 1983.

Un asesinato escolar

DeWitt Duckett, un joven de 14 años, vistiendo una chaqueta de Georgetown

Fuente de la imagen, Ron Bishop

Creciendo en la ciudad de Baltimore, Bishop sentía que su escuela era el sitio más seguro en el que podía estar.

Su hermano había sido asesinado sin que se hubiera encontrado un culpable y eso le había dejado una sensación perpetua de intranquilidad.

En el colegio, pasaba gran parte del tiempo con dos amigos, uno de ellos era Duckett.

“DeWitt era un chico callado, calmado, y nos empezamos a conocer. Después nos hicimos otro amigo que había crecido en el barrio también”, cuenta.

Harlem Park era una escuela grande y difícil, por lo que los tres empezaron a descubrir atajos que los ayudaban a evitar las grandes multitudes que solían formarse en ciertos sitios, y donde normalmente se ocasionaban problemas entre estudiantes.

Un día de noviembre de 1983 tomaron uno de estos atajos.

Ron Bishop, de 14 años

Fuente de la imagen, Ron Bishop

“Estábamos caminando por el corredor, haciendo lo que mejor sabíamos hacer: contar historias, hablar y contar chistes. Fue entonces cuando oí que alguien decía: ‘¡Ey, dame esa chaqueta!’.”

Duckett no era un joven atlético, pero tenía una prenda de ropa que en aquel entonces todos en el área de Baltimore querían tener: una chaqueta del equipo de baloncesto de la Universidad de Georgetown, que en la época se vendía por unos US$60 (US$200 actuales).

“Cuando volteé, me di cuenta que tenía un arma en la cara y cuando di dos pasos hacia atrás, la persona la apuntó al cuello de DeWitt”.

Bishop describe un momento de caos, en el que el otro amigo que iba con ellos se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y echó a correr, dándole la oportunidad a Bishop de hacer lo mismo.

“Fue cuando atravesamos el corredor y bajamos las escaleras que oímos el tiro”.

Empieza la investigación

Un emblema de la policía de Baltimore

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Bishop recuerda que él y su amigo siguieron corriendo hasta llegar al comedor principal, donde se encontraron con el rector del colegio.

“Nos le acercamos y le dijimos: ‘Nos acaban de disparar’, y en ese instante entra DeWitt cogiéndose el cuello. Cuando llegó hasta donde estábamos, se desplomó en el piso”, narra.

Ambos chicos se fueron a sus respectivas casas sin mayores noticias de lo que había ocurrido con DeWitt y, a las pocas horas, llegó la policía a buscarlos.

Por primera vez llevaron a Bishop a la estación de policía de Baltimore. Fue allí donde conoció al detective Donald Kincaid.

“Me pareció un tipo muy buena gente, con cierto aire de extravagancia, que tenía liderazgo, y me entregó su atención completa, lo que me sorprendió mucho”.

El adolescente le describió al sospechoso y el detective tomó atenta nota: alguien más alto que Bishop, entre 1,80 y 1,83 metros de estatura, delgado, de tez oscura, bigote delgado, posibles jeans azules, posible buzo de capucha gris o blanca.

“Después de un rato, el detective Kincaid salió de la habitación. Cuando volvió, me dijo que DeWitt no había sobrevivido”.

“No podía creer lo que estaba pasando. No hay palabras para describirlo. Era como que yo estuviera en otro mundo. Quería que me dejaran ir y poder tirarme en la cama”, cuenta.

Cuando finalmente llegó a su casa, su madre lo estaba esperando desesperada en la puerta, también en shock por la noticia.

De uno a tres sospechosos

Kincaid fue a la casa de Bishop unos días después.

“Yo estaba dormido y mi madre me tuvo que despertar. Me mostraron varias fotos de posibles sospechosos y yo conocía a todos. Vi a Alfred, Andrew y Ransom, y le dije a Donald Kincaid que no podía ver a nadie relacionado con el asesinato de DeWitt”.

“Vi en su cara un gesto de desilusión, como cierta rabia, y luego se fue. Dejó de ser ese tipo súper buena gente”, asegura.

Pasaron más días y el detective volvió a llevárselo nuevamente a la estación: “Fue ahí cuando se encerró conmigo en el salón de interrogatorios que pasó todo lo malo que pasó”.

En diferentes ocasiones, Kincaid ha negado la versión de los hechos que cuenta Bishop a continuación.

“Me dijo que tenía nueva información que yo les había estado mintiendo, que me estaba reservando información. Llegó a ser incluso más directo, gritando y apuntándome con el dedo”.

Kincaid le dijo que un nuevo testigo había señalado a tres sospechosos del asesinato de Duckett y que había recibido el apoyo de otras dos personas.

Pero Bishop sabía que solo había un responsable del crimen.

Una panorámica en blanco y negro de Baltimore

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Pasaron días antes de que Bishop volviera a saber de Kincaid, pero el acoso escaló.

Bishop dice que sabía que debía ser poco confrontacional: “Es lo que aprendes viviendo en el oeste de Baltimore. No le dices a un policía blanco del calibre de Donald Kincaid que está loco o que miente”.

Sin embargo, mantuvo su versión y Kincaid empezó a perder la paciencia.

“Fue cuando empezaron las amenazas: que no saldré a menos que cuente la verdad, que me iban a estrellar contra la pared y atravesar la ventana con mi cabeza”.

Bishop cuenta que, en algún punto, el detective se enfureció tanto que empezó a “fanfarronear con su pistola”.

“Tenía su mano en la pistola y, en ese momento, estábamos muy familiarizados con historias de policías que mataban gente y les plantaban armas o un cuchillo para decir que los estaban tratando de agredir y que ellos se estaban defendiendo”.

“Y yo era un chico negro de 14 años en medio de todos estos oficiales blancos: podían matarme, hacerme desaparecer”.

Fue cuando, en medio del desespero, Bishop le dijo a Kincaid que declararía cualquier cosa que él quisiera oír.

Chestnut, Watkins y Stewart

Bishop cuenta que, a continuación, Kincaid empezó a mostrarle una serie de fotos, en las que aparecían los tres jóvenes acusados: Alfred Chestnut, Andrew Stewart y Ransom Watkins.

“Señaló la foto de Alfred Chestnut y me dijo: ‘Él tenía el arma, ¿verdad?’, pero cuando dije que no, comenzaron de nuevo las amenazas”.

“Sabía lo que estaba diciendo: me estaba presionando para que incriminara a esta persona que resultó ser Alfred Chestnut”.

Bishop explica que a medida que miraban las fotos, el detective iba desplegando la narrativa que había construido hasta el momento.

Al final del interrogatorio, Bishop dice que firmó un documento en el que identificaba a Chestnut, Watkins y Stewart como implicados en el asesinato de su amigo, lo que muy pronto llevó al arrestó e imputación de cargos de los jóvenes.

Bishop tomó la decisión de no contarle a su familia lo que había pasado por miedo a la reacción de su mamá y la respuesta que esto pudiera generar en la policía.

“Yo sé que ella hubiese actuado y eso era poner a mis padres en una confrontación directa con el Departamento de Policía de Baltimore”, explica.

El juicio

El juzgado de la ciudad de Baltimore

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Con los tres jóvenes imputados, la fiscalía de Baltimore presentó cuatro testigos, todos menores de edad, entre los cuales estaban Bishop y el otro amigo que se encontraba en el momento del incidente.

Bishop cuenta que en la primera reunión que tuvieron con Kincaid y el fiscal encargado del caso, Jonathan Shoup, los oficiales intentaron hacer coordinar las historias de los cuatro testigos en detalles clave. El principal era que el crimen lo habían cometido tres personas y no una, como Bishop lo había mencionado en su testimonio oficial.

Cuando llegó su turno de hablar, se puso tan nervioso que empezó a temblar.

“No podía hilar mis ideas”, recuerda Bishop. “Estaba nervioso porque me habían pedido que recordara algo que no pasó, me habían pedido que mintiera”.

Luego dice que incluso, en algún momento en el que el detective salió de la habitación, trató de alertar al fiscal.

“Algunas de las cosas que estamos diciendo aquí, no fue cómo ocurrieron”, le dijo. “Cuando el fiscal me respondió: ‘Está bien, solo toma asiento’, me di cuenta que él era parte de este montaje”.

En un último intento desesperado, Bishop dice que hizo un pacto con el tercer amigo, comprometiéndose ambos a decir la verdad cuando llegara el juicio.

“Pero lo desafortunado fue que el día del juicio, cuando se suponía que yo iba a ser el primero en testificar, terminé siendo el último. Y lo que me impidió decir la verdad fue ver al amigo mío y de DeWitt decir que el crimen lo habían cometido tres personas y no una”.

“Con 14 años, yo pensaba que el jurado iba a pensar que yo estaba mintiendo cuando decía la verdad. Y el detective Kincaid ya me había amenazado diciendo que podían acusarme a mi también como cómplice del asesinato por estar protegiendo a estos tres”.

Finalmente, Bishop identificó a los tres menores de edad como responsables del asesinato: “Yo sabía que estaba mintiendo y me dolió cuando me tocó identificar a estos tres chicos. Recuerdo cuando me pidieron que identificara a la persona que estaba jalando la chaqueta, yo señalé a Andrew y su cara de confusión, como diciendo: ‘Está mintiendo'”.

Después de los testimonios y la deliberación del jurado, Chestnut, Stewart y Watkins fueron sentenciados a cadena perpetua por el asesinato de DeWitt Duckett.

El peso de la culpa

Ron Bishop sentado con una camisa a cuadros, las manos cruzadas y mirando a la cámara

Fuente de la imagen, Ron Bishop

Después del juicio, Bishop cambió por “tener que vivir con la culpa”.

“Ver cómo estos chicos se van a prisión por el resto de sus vidas y que los están enviando a la Prisión Estatal de Maryland, este sitio con muy mala reputación, compartiendo celdas con asesinos y ellos con apenas 16 y 17 años”.

“Al mismo tiempo no confías en nadie, sabes que ellos no lo hicieron y sabes que alguien allá afuera sí lo hizo, así que no sabes si alguien en cualquier momento se te va a acercar y te va a matar”.

A pesar de las dificultades, Bishop logró graduarse del colegio y estudiar psicología, siempre con la idea de querer contar la verdad de lo que había ocurrido el día en el que mataron a su mejor amigo.

La oportunidad de decir la verdad llegaría más de tres décadas después, en 2019, cuando gracias a los esfuerzos de Chestnut y su equipo legal, se encontraron suficientes irregularidades en el caso como para que la oficina respectiva de la fiscalía de Baltimore iniciara una nueva investigación del caso.

Bishop fue citado y su primera reacción fue entrar en pánico.

“Me pareció sospechoso”, dice. “Era misma institución que me acusó de mentir y de repente volvieron todos estos viejos sentimientos: ¿me van a incriminar nuevamente? ¿Por qué hablar conmigo ahora?”.

“Pero fui resignado al hecho de que esta vez sí contaría la verdad, así me tocara ir a prisión”.

Para la fiscalía, el testimonio de Bishop terminó siendo la pieza que necesitaba del rompecabezas para poder lograr un avance en la investigación: logró localizar a los otros tres testigos quienes también retractaron sus testimonios y la fiscalía reportó que la policía había coartado y entrenado a los testigos para dar falso testimonio.

Además se encontró que, debido a la teoría de los tres asesinos, no se investigó una segunda hipótesis, según la cual un testigo había identificado a otra persona como el autor del crimen. El otro sospechoso era Michael Willis, un hombre del área que había sido visto rondando el colegio y que luego se le vio con una chaqueta de Georgetown.

Pero con el fallecimiento de Willis en una balacera en 2002, el crimen de DeWitt quedó sin resolverse.

En solo cuatro semanas, la unidad encargada del caso en la fiscalía de Baltimore encontró que Chestnut, Stewart y Watkins habían sido condenados erróneamente y debían ser exonerados.

Los tres hombres fueron liberados de prisión el 25 de noviembre de 2019, 36 años después de haber sido arrestados. En octubre de 2023, la ciudad de Baltimore llegó a un acuerdo de compensación con las víctimas de la equivocación por US$ 48 millones.

Y a pesar de la emoción que le generó a Bishop haber sido parte integral de su liberación, la culpa nunca lo dejó completamente y dice que si pudiera hablar con ellos, les pediría disculpas.

“Pienso todos los días en ellos”, dice, “en si dejaron de tener familias, sus propios hijos, y saber que yo jugué mi parte en impedirles poder hacer la vida productiva de una persona libre”.

“Lo pienso todos los días”.

Esta es una adaptación al español de un episodio del podcast Lives Less Ordinary producido por la BBC. Si quieres escuchar el episodio completo en inglés, haz clic aquí.

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Cortesía de BBC Noticias



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