Aunque no lo parezca, todos los días voy al gimnasio y me pongo a correr hacia el futuro. Mi objetivo es sobrevivir por lo menos hasta el año 2054, quinto centenario de la publicación del Lazarillo de Tormes. No sé si para entonces todavía existan los suplementos culturales, pero me gustaría publicar en alguno de ellos un homenaje a esa novela picaresca a la que alguna vez quise dedicar mi vida profesional.
Mis detractores dirán que lo que yo hago no es correr sino caminar atropelladamente a seis kilómetros por hora. En cualquier caso termino exhausto y con el pulso acelerado. Aunque procuro “correr” hacia un futuro sin derrames cerebrales, lo hago viendo hacia el pasado. Esto se debe a que las caminadoras están orientadas hacia un muro lleno de televisiones, como en una caverna fitness de Platón. Yo me concentro en la pantalla de los noticieros, que mezclan noticias de muy diversa índole y escala. Justo después de ver alguna nota sobre la guerra en Ucrania me entero de que alguien en la Ciudad de México, cito, “Se negó a pagar la quesadilla” en una fonda. Aparte de enterarme de que Belinda se tropezó en un prado mientras la grababan, veo que en Tlaquepaque, Jalisco, llevan “Tres días inundados por desbordamiento de Arroyo El Seco”, cuyo nombre resultó incompatible con el cambio climático.
No obstante los efectos saludables del ejercicio cardiovascular, correr estáticamente sobre una banda tiene algo de ridiculez urbana, de alienación hamsteril, de estupidez colectiva. Si ya vamos a correr, ¿por qué no hacerlo para llegar a algún lado? Uno puede responder: es que no puedo llegar con el traje empapado de sudor a la oficina. O también: es que las banquetas de la ciudad son carreras de obstáculos devastadores para las rodillas. Hay lugares más aptos que otros para hacerlo. La avenida Ámsterdam de la Condesa, por ejemplo, que es un óvalo arbolado con camellón. Si tiene esa forma tan proclive al ejercicio se debe a que antes era un hipódromo. Por donde antes corrían caballos ahora corren millennials, en su mayoría extranjeros. Los primeros eran de carreras y los segundos son nómadas digitales. Unos eran apresurados por diminutos jockeys para llegar a la meta y los otros vienen huyendo del costo de vida en sus países nativos, para encontrarse aquí con una sociedad cada vez más indignada por la gentrificación de las colonias más céntricas de la ciudad.
Espero que en 2054 haya muchos festejos del Lazarillo, que hayamos logrado mitigar el cambio climático y que la vivienda digna ya no sea un bien tan escaso y susceptible de acaparamiento insaciable. Seguiré sudando en las mañanas, para ver si llego a ese mundo.
TW: @jorgecomensal
Cortesía de Chilango
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