
En el año 2007, en un discurso pronunciado en el club Valdai, Vladimir Putin declaró la guerra a Europa. No fue una declaración abierta y clara, si no una manifestación de voluntad que se ha traducido en una suerte de acciones hostiles que, por el momento, se ha visto culminada con los ataques contra el espacio aéreo europeo que hemos visto en las últimas semanas.
Este conjunto de acciones, que van desde las violaciones del espacio aéreo hasta el sabotaje de las redes de comunicaciones, tienen por objetivo incrementar la desafección de los europeos hacia sus gobiernos, una táctica que quedó perfectamente recogida en las palabras del vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso Dimitri Medvedev cuando publicó en Telegram que Rusia debía convertir la vida de los occidentales en una pesadilla interminable hasta que ya no pudieran distinguir entre ficción y realidad.
Desde un punto de vista técnico esta estrategia ha sido calificada como guerra híbrida, pero quizás sea más claro llamarle “guerra silenciosa”.
Más allá de los daños materiales que se puedan causar con este tipo de acciones, el objetivo de Rusia es lograr que los ciudadanos duden de sus administraciones públicas y, sobre todo, de sus políticos, votando como respuesta a opciones extremas que sean más favorables a los planes imperiales del Kremlin.
En algunos lugares como Hungría, Eslovaquia o Estados Unidos, Rusia ya ha conseguido su objetivo y en otros como Reino Unido, Francia o Alemania está trabajando arduamente para lograrlo.
Objetivo: que nada funcione
La meta fundamental de Rusia es hacer que nada funcione en Europa. Para ello, no ha dudado en sabotear las redes de comunicaciones dejando a muchos ciudadanos europeos sin internet o telefonía móvil. Un ejemplo de esto ocurrió en octubre de 2022 en Marsella, cuando la ciudad se quedó sin fibra óptica. Dos años más tarde ocurrió lo mismo en seis departamentos franceses. Detrás de este incidente estaría el Grupo APT28, un comando vinculado a la inteligencia rusa (GRU) que opera en la clandestinidad atacando las redes.
En otros lugares como Estonia o Finlandia, sus acciones no han sido tan sutiles. En diciembre de 2024 la marina finlandesa capturó a uno de los barcos de la “flota fantasma” rusa –el Eagle S– cuando la embarcación estaba cortando el cable submarino Estlink 2 que conecta al país escandinavo con el resto del continente europeo. Aunque no lo lograron, el objetivo era dejar a Finlandia sin luz en el día de Navidad, justo cuando se produce la visita masiva de europeos a Rovaniemi, la ciudad de Papá Noel.
En las últimas semanas, Rusia ha dado una nueva vuelta de tuerca a la situación en Europa. En esta ocasión, el objetivo no fueron ni las redes de suministro eléctrico ni los cables de datos, sino el espacio aéreo. Rusia parece haber pisado el acelerador llevando a cabo una triple ofensiva: ciberataques contra los aeropuertos, violaciones del espacio aéreo y hackeo de los sistemas de navegación de los líderes europeos.
Comenzando por el final, tenemos que destacar que al menos dos líderes europeos –Úrsula Von Der Layen y Margarita Robles– han tenido que realizar aterrizajes de emergencia cuando sobrevolaban estados limítrofes con Rusia. Se trata de una agresión directa que se enmarca en el desafío ruso para con Europa.
En esta misma línea es imporante mencionar el ataque con misiles que sufrió la delegación diplomática de la UE en Kiev a finales de agosto. Sin duda, una advertencia para la UE.
En segundo lugar, tenemos que destacar los ciberataques que sufrieron los aeropuertos de Berlín, Bruselas, Copenhague y Londres. Debido a un malware, los pasajeros no pudieron ni facturar ni obtener sus tarjetas de embarque, provocando largas colas y gran malestar entre aquellos que iniciaban viaje.
Aunque no se ha podido demostrar que el ataque tuviera origen en Rusia, fuentes de la UE consideran que este comparte metodología con otros ciberataques perpetrados por hackers al servicio de la inteligencia rusa (GRU). De hecho, en 2023 y en 2024 aeropuertos de Alemania e Italia sufrieron ataques similares.
En tercer y último lugar está la aparición de drones rusos en el cielo de diferentes estados europeos. El caso más llamativo ha sido el de Polonia, cuyo cielo se vio invadido por 19 de esos aparatos no tripulados procedentes de Rusia. Además, un MIG-31 ruso estuvo sobrevolando Estonia durante al menos 12 minutos y un avión espía IL-20m hizo lo mismo sobre las aguas del Báltico, obligando a la aviación sueca a expulsarlo de su espacio aéreo.
Poniendo a prueba a la OTAN
Con estas acciones Rusia trata de poner a prueba a la OTAN, sobre todo la cohesión de la alianza y la actitud de los mismos ante una situación en la que un Estado, ante un ataque ruso, pudiera invocar la activación del artículo 5.
Resulta complicado pensar que la Alianza Atlántica activara su mecanismo de defensa colectiva como respuesta a un ataque ruso. Quizás por ello, tanto Estonia como Polonia solo hayan invocado las consultas que están recogidas en el artículo 4 y no el artículo 5.
Por su parte, la OTAN ha aprobado una nueva operación de vigilancia aérea que se une a las ya desplegadas por la Alianza desde 2014.
No obstante, la pregunta es si estamos dispuestos a hacer lo que Turquía hizo cuando un caza ruso entró en sus espacio aéreo en 2015 –es decir, derribarlo– o si vamos a seguir permitiendo que Rusia vaya dando pasitos hacia una situación como la vivida por Ucrania el 23 de febrero de 2022. Tal vez si Putin percibe debilidad, su actitud será cada vez más agresiva.
Cortesía de El Economista
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