México llegará al Mundial 2026 como uno de los países con mayor arraigo futbolero en el planeta, pero también como uno de los que menos logra monetizarlo. Mientras la pasión domina ratings y genera conversación global, la economía del futbol nacional sigue siendo pequeña frente a su propia afición y frente a sus socios norteamericanos, co-anfitriones de la gesta deportiva.
De acuerdo con cifras de la Federación Mexicana de Futbol (FMF), la Liga MX y la Selección mexicana reúnen una afición combinada de alrededor de 150 millones de personas, de las cuales 90 millones viven en México y el resto en Estados Unidos. Sin embargo, esa masa crítica no se traduce en un poder económico equivalente. En México, el deporte apenas aporta 0.6% del PIB, y más de la mitad de ese porcentaje lo genera el futbol.
Aun así, el gasto por aficionado en México es muy inferior al de Estados Unidos, país que se quedó con la mayor parte de los partidos del Mundial.
Mientras el mercado estadounidense ha logrado desarrollar ecosistemas comerciales robustos —desde derechos de transmisión y experiencias en estadios hasta merchandising y consumo digital— en México persiste un aficionado de alto compromiso emocional pero con una cartera limitada y un patrón de consumo más fragmentado.
Un estudio de Sports Innovation Lab muestra que el aficionado al futbol soccer en Estados Unidos tiene un patrón de consumo mucho más robusto que el de otros mercados. Por ejemplo, 72% de los seguidores asiste al menos a un partido por temporada y 71% compra productos oficiales cada año, ya sea jerseys, ropa deportiva, accesorios o artículos de colección.
Según un estudio de TUDN, el aficionado mexicano gasta aproximadamente 2,400 pesos al año en futbol, una cifra muy por debajo de la de sus pares en Estados Unidos. Quienes asisten al estadio desembolsan unos 3,300 pesos por partido, mientras que quienes no van gastan alrededor de 900 pesos al año en consumo futbolero.
En contraste, datos del Bank of America Institute muestran que los hogares estadounidenses destinan más de 19,000 pesos anuales al deporte, y los aficionados más entusiastas pueden gastar hasta casi 80,000 pesos al año. La diferencia ilustra no solo la brecha de ingresos entre ambos países, sino también la distancia en la monetización del aficionado, un punto clave para entender por qué México tiene una de las mayores aficiones del mundo, pero una industria relativamente pequeña.
Estas cifras ayudan a dimensionar la diferencia en hábitos de gasto entre un mercado de alto poder adquisitivo y uno como el mexicano, donde la afición es igual o más intensa, pero la capacidad de monetización y el consumo estructurado siguen siendo significativamente menores.
Los mexicanos en Estados Unidos, una fuente de ingresos
Para Mikel Arriola, presidente de la Liga Mx, el fenómeno futbolístico mexicano solo puede entenderse en clave norteamericana, es decir, como bloque comercial y deportivo. En una conferencia llevada a cabo en la Universidad Panamericana, señaló que la Liga MX y la Selección no son productos locales, sino binacionales, de hecho, 157 millones de aficionados entre México y Estados Unidos, una audiencia que en territorio estadounidense supera por ocho a la MLS, y un mercado hispano cuyo ingreso anual “ronda los 100,000 dólares per cápita”.
De ahí que México sea “el único país del mundo que exporta futbol como producto de consumo”, aunque gran parte de los beneficios se quede al norte de la frontera.
Al otro lado del Río Bravo viven cerca de 60 millones de aficionados mexicanos e hispanos, un mercado de alto poder adquisitivo que sostiene buena parte del valor actual de la Liga MX y de la Selección. México “exporta futbol” a Estados Unidos, principalmente a través de televisión, plataformas digitales y productos oficiales ligados a equipos y Selección.
Sin embargo, la derrama del Mundial 2026 también reflejará esa asimetría: aunque México será sede de 13 partidos y recibirá un impulso económico estimado en 3,000 millones de dólares, la mayor parte del gasto global, la presencia internacional y el boom turístico se concentrarán en Estados Unidos.
Oxford Economics estima que ese país captará 1.24 millones de visitantes internacionales durante el torneo, de los cuales 742,000 serán adicionales a los flujos normales, lo que elevará hasta en 10% el crecimiento del turismo internacional en junio de 2026.
A nivel doméstico, el aficionado mexicano enfrenta un fenómeno adicional: según estudios recientes, si bien es uno de los más fieles del continente, hoy experimenta una sensación creciente de desconexión e identidad difusa con varios clubes de la Liga MX. Las encuestas muestran que una parte significativa de los seguidores considera que las decisiones comerciales han desplazado las prioridades deportivas, lo que deteriora el vínculo emocional entre afición y equipos.
A pesar de este contexto, Arriola sostiene que 2025 ha sido uno de los mejores años deportivos para las Selecciones Nacionales. Señala como ejemplo el bronce obtenido por México en el Mundial Sub-17 Femenil, celebrado en Marruecos, donde destaca que 60% de las jugadoras nacieron en Estados Unidos pero eligieron representar a México. Para el dirigente, este fenómeno demuestra que la formación binacional —sobre todo la proveniente de Estados Unidos— está rindiendo frutos.
De cara al Mundial, Arriola asegura que un “buen desempeño deportivo” no solo puede elevar el entusiasmo de la afición, sino también duplicar los recursos disponibles para las fuerzas básicas y el desarrollo de talento en el futbol mexicano. En su visión, el torneo de 2026 no será solo una vitrina deportiva, sino una coyuntura estratégica para equilibrar una ecuación que México arrastra desde hace décadas: una afición gigantesca, pero una industria futbolera que aún no alcanza su verdadero tamaño.
Cortesía de Expansión
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