
Recientemente tuve oportunidad de participar en el NADBank Summit’25, un foro anual organizado por el Banco de Desarrollo de América del Norte (NADBank por sus cifras en inglés) en San Antonio, Texas, junto con representantes de los sectores públicos y privados de ambos lados de la frontera.
Este importante banco fue creado en 1994 como parte de los acuerdos del tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN) y su mandato desde entonces ha sido el desarrollo social de la zona fronteriza entre Estados Unidos y México, aportando créditos y asistencia financiera para obras de infraestructura.
Hablé sobre el desarrollo agropecuario de esta región tan privilegiada y a su vez compleja, al tratarse de una zona fronteriza que presenta características culturales propias, con una identidad particular, un lenguaje común y sobre todo con una economía muy integrada, incluso desde mucho antes de que se suscribiera el acuerdo de libre comercio.
Compartimos con nuestros vecinos del norte una frontera de 3,175 kilómetros, a lo largo de los cuales se ubican 14 ciudades paralelas en donde viven aproximadamente 23 millones de habitantes y por donde se registran anualmente más de 200 millones de cruces fronterizos, muchos de ellos derivados de una intensa actividad económica.
La región goza de un potencial agroalimentario y agroindustrial enriquecido por la oferta de capital humano altamente calificado tanto para las labores agropecuarias como para la alta tecnología industrial, la inteligencia artificial o la robótica y el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación. Sin embargo, este potencial de crecimiento se ve limitado por los impactos climatológicos y por la falta de agua para su pleno desarrollo urbano, industrial y agropecuario.
Uno de los retos más importantes para alcanzar el pleno desarrollo de esta región es precisamente la escasez de agua, a lo que se suma la degradación de los suelos agropecuarios y la pérdida de la biodiversidad que por muchos años ha sido agravada por el cambio climático, en una región donde ya eran frecuentes las temperaturas extremas y las escasas precipitaciones pluviales. También habría que señalar que la desigualdad y discriminación social limitan la verdadera integración socioeconómica de sus pobladores.
Para superar algunos de esos desafíos, la región puede transformarse en un sistema agroalimentario que aproveche las capacidades y las ventajas competitivas en ambos lados de la frontera.
Esta propuesta se sustenta en que hay actividades que ya se realizan pero que tendrían que expandirse con base en tres pilares: 1. El territorio como cruce eficiente de alimentos a ambos lados de la frontera; 2. Como centro de excelencia con la más alta tecnología para el procesamiento de alimentos y 3. La región trasformada para la productividad agrícola y pecuaria en forma sustentable y altamente productiva.
Por sus cruces fronterizos transitan diariamente 70 mil camiones de carga en ambos sentidos; si bien no todos llevan productos alimenticios, una gran proporción de ellos transporta frutas, verduras, granos, lácteos, cárnicos, forrajes y animales vivos.
Tan solo el año pasado las principales exportaciones mexicanas realizadas vía terrestre fueron: un millón de toneladas de aguacate, 1.9 millones de jitomate, 525,000 toneladas de frutillas y 1.2 millones de cabezas de ganado.
A su vez de Estados Unidos importamos; 25 millones de toneladas de maíz; 5 millones de toneladas de soya; 1.2 millones de toneladas de carne de cerdo y casi un millón de toneladas de pollo; todo bajo estrictas medidas de control sanitario realizadas por inspectores apostados en ambos lados de la frontera.
Esta dinámica comercial ya genera empleos, desarrollo tecnológico, infraestructura y bienestar social para la región. Adicionalmente es el paso de productos alimenticios que contribuyen a la seguridad alimentaria de ambos países.
No obstante, esta importantísima actividad no debería limitarse al simple paso de los productos agropecuarios de un lado al otro. Por el contrario, la frontera podría convertirse en un centro de procesamiento de alimentos estratégico mediante el desarrollo toda una cadena de agregación de valor de clase mundial. Por ejemplo, en vez de exportar ganado en pie, como sucede hasta hoy, podríamos exportar cortes procesados en rastros con alta tecnología, certificación sanitaria y trazabilidad, establecidos en lugares estratégicos de la frontera.
Para alcanzar una mayor integración en la zona y crear economías de escala en las cadenas de valor se requiere de inversión y financiamiento; es aquí donde sería clave la participación conjunta del NADBank y de los gobiernos de los estados fronterizos en la búsqueda de coinversión que permita atraer mayores recursos provenientes del sector privado destinados a desarrollar una mayor infraestructura y nuevos modelos de negocio. El gobierno federal puede apoyar haciendo más eficiente el tránsito y modernizando los trámites relacionados con los productos agrícolas y alimentarios que cruzan diariamente la frontera.
Igualmente, es necesario invertir en el establecimiento de industrias procesadoras de alimentos con la más alta biotecnología para el envasado y enlatado de frutas, hortalizas, lácteos y carnes; técnicas de liofilización; síntesis de compuestos secundarios; extracción de aceites; desinfección de productos por irradiación, entre otras.
Este emprendimiento agroindustrial disminuiría riesgos sanitarios, generaría empleos bien remunerados y agregaría valor a los productos agrícolas y pecuarios. Otra oportunidad para el NADBank y los gobiernos de los estados fronterizos sería la de financiar investigaciones en tecnología de alimentos y procesamiento postcosecha, empleando avances biotecnológicos y de certificación a la vez que se implementan acciones de capacitación especializada.
Se reconoce que el territorio fronterizo tiene una alta capacidad productiva tanto en agricultura como en ganadería, lo que puede incrementarse significativamente si se promueve el acceso al crédito, si se invierte en tecnificación de los sistemas de riego, si se incentiva la reconversión a cultivos tolerantes a sequía y si se llevan a cabo prácticas de conservación de suelos, agricultura de precisión y uso de variedades biotecnológicas que demandan menos agua y menos agroquímicos.
Desde el punto de vista agrícola, lo que es válido para la región fronteriza entre México y los Estados Unidos, lo es también para muchas zonas agroecológicas de nuestro país y del mundo. Lo que hace único este territorio compartido es que ahí convergen factores sociales, ambientales, sanitarios, económicos y políticos comunes, a pesar de las marcadas diferencias entre las dos naciones. Se cuenta además con una experiencia que ha superados obstáculos y logrado integrar un eficiente intercambio de alimentos que garantiza en alta proporción la seguridad alimentaria de sus sociedades.
No existen en el mundo muchas fronteras con tal capacidad de movimiento de alimentos por vía terrestre como la que compartimos con los Estados Unidos.
Los retos para superar en el futuro serán el cambio climático, la escasez de agua, los problemas sanitarios, la inseguridad, la mejora en los sistemas de inspección en el cruce fronterizo y la falta de un financiamiento a la altura de su potencial estratégico.
Estoy convencido de que en la frontera entre México y Estados Unidos es posible incrementar aún más la capacidad productiva con esquemas de integración que constituyan un verdadero sistema agroalimentario binacional, como un modelo económico sustentable que sea ejemplo mundial.
Cortesía de El Economista
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