Ni religioso ni ateo: la desconcertante visión cósmica de Einstein sobre el sentido de la vida

Una vez, a Einstein le preguntaron si creía en Dios. Su respuesta, como tantas veces, desconcertó: “Creo en el Dios de Spinoza”. No fue una afirmación teísta ni una negación rotunda, sino un guiño filosófico hacia una idea de divinidad que no actúa ni castiga, sino que se manifiesta en el orden del universo. Esa ambigüedad ha alimentado durante décadas toda una literatura de interpretaciones sobre la supuesta espiritualidad de Einstein. Desde físicos hasta místicos han intentado apropiarse de su figura, cada uno trazando un Einstein a su medida. Pero, ¿podemos realmente encajar su pensamiento en una tradición religiosa o espiritual concreta?

El artículo académico de Galina Weinstein, “The Spiritual Recasting of Einstein”, aborda con profundidad esta pregunta, examinando críticamente la tesis del libro I Am a Part of Infinity de Kieran Fox. Este último propone que Einstein recorrió un auténtico camino espiritual que culminó en una especie de misticismo panteísta, influido tanto por la filosofía oriental como por pensadores occidentales como Spinoza y Schopenhauer. Weinstein, sin embargo, desmonta con detalle estos excesos interpretativos y devuelve a un Einstein más racionalista, escéptico y cuidadoso con sus palabras.

La “sensación religiosa cósmica”: entre asombro y razón

Uno de los conceptos más citados en la vida intelectual de Einstein es su idea de una “sensación religiosa cósmica”. Según explicó en su ensayo de 1930, Religion and Science, este tipo de religiosidad no se basa en dogmas ni en deidades personales, sino en el asombro profundo ante el orden natural del universo. “No hay una concepción antropomórfica de Dios que se le corresponda”, escribió, añadiendo que lo esencial es una “sublimidad y un orden maravilloso” que se revelan tanto en la naturaleza como en el pensamiento.

Fox convierte esta formulación en el núcleo de su tesis: para él, Einstein era un místico moderno que sustituía los rituales por la contemplación racional. Sin embargo, Weinstein advierte que esta lectura desdibuja el rigor con que Einstein evitaba los compromisos metafísicos. Su noción de “milagro”, por ejemplo, aparece en textos como Physics and Reality, pero puntualiza que se trata de un milagro en el sentido más modesto: el hecho de que podamos organizar nuestras percepciones sensoriales mediante conceptos. No se trata de una revelación sobrenatural, sino de una constatación racional sorprendente.

En términos sencillos

Einstein no creía en un dios con barba que castiga o premia. Tampoco seguía ninguna religión. Lo que él sentía era una especie de respeto enorme por el universo, por lo bien que funciona todo sin que nadie lo dirija. Eso es lo que llamaba “sensación religiosa cósmica”: quedarse asombrado al ver que la naturaleza tiene leyes que podemos entender. Para él, eso ya era suficiente. No hacía falta creer en milagros ni en fuerzas ocultas. Lo verdaderamente increíble, decía, es que podamos hacer preguntas y encontrar respuestas sobre cómo funciona el mundo.

Fuente: ChatGPT / E. F.

¿Influencia oriental o proyección occidental?

El libro de Fox dedica un apartado importante a explorar las supuestas influencias de filosofías orientales en Einstein: budismo, vedanta, taoísmo. Afirma que conceptos como la no dualidad, la reverencia por la vida o el desapego del yo habrían moldeado su ética y su pensamiento. Para Fox, la lectura de Schopenhauer y el aprecio por Gandhi serían señales de esa conexión espiritual.

Pero Weinstein plantea una interpretación más prudente. Einstein podía admirar ciertos elementos del pensamiento oriental, como el pacifismo o la importancia del autocontrol, sin adoptar sus fundamentos metafísicos. De hecho, nunca se identificó con una tradición religiosa concreta. En sus palabras: “Soy un no creyente profundamente religioso” (según conversaciones con Hermanns), una frase que combina su rechazo al teísmo con su respeto por el misterio del universo.

Einstein no era ni devoto ni ateo militante: rechazaba tanto el dogma religioso como el ateísmo fanático. Su espiritualidad era racional, emocional y ética, pero no doctrinaria. Fox, según Weinstein, toma estos matices y los ensambla en una narrativa de desarrollo espiritual que Einstein nunca suscribió.

En términos sencillos

Einstein no se hizo budista, ni creía en la reencarnación ni en energías ocultas. Le gustaban algunas ideas de esas filosofías, como vivir en paz, no hacer daño y tener autocontrol, pero no creía en lo mágico o espiritual. Leía a pensadores como Schopenhauer y admiraba a Gandhi, pero eso no quiere decir que pensara igual que ellos. Einstein era una persona muy curiosa, que se hacía muchas preguntas sobre el universo, pero no buscaba respuestas en la religión ni en lo místico. Decía que no creía en Dios, pero que sentía algo muy profundo al ver lo bien que funciona la naturaleza. Eso era todo. Nada de dogmas, nada de milagros. Solo asombro y ganas de entender.

Fuente: ChatGPT / E. F.

El papel del asombro en la ciencia y en la vida

Donde Fox y Weinstein coinciden parcialmente es en el papel que el asombro juega en la visión de Einstein. Como él mismo expresó, “la emoción fundamental que se encuentra en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia”es la experiencia del misterio. También consideraba ese asombro el origen de lo que llamaba “sensación religiosa cósmica”. En esto, Fox acierta al identificar el asombro como impulso motor del pensamiento científico, pero vuelve a sobrecargarlo de significado espiritual, llevándolo más allá de lo que Einstein realmente expresaba.

Fox insiste en que para Einstein el asombro no era una emoción pasajera, sino una forma de vida, una disposición permanente a contemplar el misterio. Y en parte eso es cierto. Pero como aclara Weinstein, Einstein entendía el asombro como una respuesta intelectual, no como una puerta hacia lo trascendental. No buscaba la iluminación espiritual, sino la comprensión racional.

Además, Fox sugiere que este asombro incluye una dimensión ética: sin sentido crítico, dice, puede degenerar en fanatismo o idolatría. Einstein, en cambio, defendía un asombro orientado por la curiosidad, la honestidad intelectual y la humildad. “La educación debe fomentar una ‘santa curiosidad’”, afirmó en sus conversaciones con Hermanns, pero no se refería a una santidad religiosa, sino al valor de hacer preguntas.

Un niño con gran intuición no puede llegar muy lejos sin conocimiento

Albert Eistein, Life (1955)

Spinoza, Schopenhauer y el error de la coherencia forzada

Fox describe a Einstein como el heredero moderno de Spinoza y Schopenhauer, y extiende la genealogía hasta los Upanishads y el taoísmo. Ve en su pensamiento un intento de alcanzar la unidad del todo, una especie de “religión sin religión”. Einstein, sin embargo, nunca se definió como panteísta en sentido estricto. Cuando dijo creer en “el Dios de Spinoza”, se refería a la naturaleza ordenada y racional, no a una divinidad con voluntad ni propósito.

Weinstein explica que Fox comete un error común: forzar la coherencia espiritual donde hay ambigüedad filosófica. Einstein se inspiraba en muchos autores, pero no los asumía como doctrina. Admiraba la ética de Gandhi, el racionalismo de Spinoza, la introspección de Schopenhauer, pero no los integró en un sistema cerrado. Su pensamiento, como subraya Weinstein, era más bien una mezcla de escepticismo, ironía y respeto por el misterio.

Incluso cuando hablaba de Dios, lo hacía con ironía. Frases como “Dios no juega a los dados” eran más bien críticas filosóficas que afirmaciones teológicas. Usaba el lenguaje religioso como metáfora, no como afirmación de fe. Su “Dios” era el orden natural, no una figura personal ni trascendente.

Albert Einstein lengua afuera

Una espiritualidad sin dogmas… ni revelaciones

Fox intenta construir una narrativa espiritual que conecte todas las etapas de la vida de Einstein: su infancia con el compás, su fascinación por la geometría, sus estudios de campo unificado. Pero Weinstein le reprocha que confunde emoción estética con espiritualidad, y fusión conceptual con coherencia filosófica.

Por ejemplo, Fox afirma que el interés de Einstein por unificar las leyes físicas reflejaría una búsqueda espiritual de la unidad. Pero Weinstein muestra que esa búsqueda era técnica y científica, no mística. La unificación era una hipótesis metodológica, no una revelación. Lo mismo ocurre con el uso de términos como “armonía” o “sublimidad”: en Einstein, estos son descripciones racionales de patrones observables, no apelaciones al misticismo.

Fox también tiende a usar fuentes poco fiables: fragmentos descontextualizados, recuerdos de terceros o frases traducidas libremente. Frente a esto, Weinstein defiende un análisis más riguroso de los textos originales de Einstein, con atención al contexto histórico y al lenguaje preciso.

Una figura evocadora, pero no un profeta

¿Entonces, cómo entender hoy la figura de Einstein en relación con la espiritualidad? Para Weinstein, la clave está en reconocer su originalidad sin convertirlo en mito. Einstein fue un pensador profundamente ético, admirador del conocimiento, sensible al misterio, pero reacio a las etiquetas y a las ortodoxias. Su religiosidad era una forma de respeto intelectual y emocional hacia el cosmos, no una doctrina ni un camino espiritual formal.

Fox, en su afán por elevar a Einstein a la categoría de sabio espiritual, corre el riesgo de desdibujar su verdadero perfil. Como dice Weinstein, “Einstein, con su característico iconoclasmo, quizá habría respondido a esta lectura con una sonrisa irónica, antes de volver a sus cálculos físicos”.

Referencias

Cortesía de Muy Interesante



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