“La política exterior será una sola: la prioridad es Estados Unidos”. Con esa frase, Marco Rubio juró como secretario de Estado y se convirtió en una pieza fundamental del nuevo esquema de Donald Trump: será el máximo jerárquico diplomático del país norteamericano. Y mientras Javier Milei apuesta todas sus fichas a que los guiños con Rubio se traduzcan en dólares frescos, la historia que vincula al nuevo funcionario con nuestro país data de hace varios años. Y no precisamente es buena.
Rubio inició su carrera política al asumir como senador por la Florida en 2011. En 2012, cuando ya sonaba como candidato a vicepresidente republicano, intentó imponer a la Argentina gobernada por Cristina Kirchner una norma de bloqueo económico, a menor escala, que la aplicada contra Cuba, la que Diana Mondino osó condenar en la ONU, como la historia diplomática argentina lo indicaba, hasta la llegada de Milei.
En aquel 2012, el gobierno argentino se enfrentaba la persecución del financista y titular del fondo Elliott Management, Paul Singer, quien logró retener la Fragata Libertad como parte de su reclamo por el pago de deuda que quedó fuera del canje. Singer fue financista de la campaña de Rubio y el senador de la Florida le respondió presentando en el Senado un proyecto, conocido como “enmienda Rubio”, que buscó que Estados Unidos bloqueara la llegada de préstamos de organismos internacionales a la Argentina, bajo condición para forzar la deuda reclamada por los bonistas como Singer.
Aquel proyecto no tuvo éxito, Rubio siguió su carrera política y, en 2016, fue rival de Trump en las internas republicanas. Se mantuvo en la contienda hasta que el magnate fue torazo en ruedo ajeno y lo venció en la Florida. Por aquellos años, el hijo de cubanos mantenía una relación irreconciliable con Trump, al que calificaba como “estafador”. Rubio tampoco lo acompañó en los reclamos del magnate sobre un supuesto fraude en las elecciones que perdió frente a Joe Biden en 2020.
En 2024 todo cambió: Trump necesitaba los votos de los hispanos. Y el senador de la Florida -hijo de inmigrantes cubanos- le calzaba al pelo para la campaña. Por eso se volvieron a juntar, las rencillas quedaron atrás, y mientras ambos hacen campaña por el cierre de las fronteras, Rubio se convirtió en el primer latino en llegar al estratégico puesto de Secretario de Estado.
Desde allí, Rubio seguramente seguirá su cruzada contra Cuba, Venezuela y Nicaragua; país al que sí logró aplicarla una enmienda similar a la que intentó contra Argentina en 2012. Se denominó “Nic Act” y fue aprobada en el primer gobierno de Trump para imponer sanciones y limitar el acceso a créditos para el país gobernado por Daniel Ortega. En Venezuela, en tanto, Rubio mostró su apoyo para que EE.UU. participe de una intervención armada y elabore un golpe de Estado comandado por Trump. Al final no ocurrió eso pero sí pusieron la logística para la movida de Juan Guaidó.
Al frente de la política exterior norteamericana Rubio ya anticipó también su línea dura contra China e Irán en particular y su posición favorable a poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania, al punto de considerar que Kiev tendría que renunciar a su objetivo de recuperar todo el territorio anexado por Rusia. Si Milei quiere consagrarse con Trump, ¿también cambiará de parecer respecto al apoyo a Volodímir Zelenski?
Sea como resulte la guerra en Europa, la cabeza del Gobierno argentino está puesta en mendigar fondos al FMI. Y sabe que, en el fondo, la voz que pesa el organismo internacional es la del presidente nortamericano.
Para saber cómo resultará esa solicitud, Rubio anticipó cómo funcionará su metodología de política exterior. “Todas las acciones del Departamento de Estado deben responder a tres preguntas fundamentales: si hacen a Estados Unidos más fuerte, más seguro o más próspero. Si no hace una de esas tres cosas, no lo haremos”, comentó.
Cortesía de Página 12
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