Durante décadas, imaginamos a los dinosaurios como criaturas imponentes, dominantes y esencialmente salvajes, reinando sin oposición sobre los paisajes prehistóricos. Sin embargo, un descubrimiento reciente en el yacimiento de Dinosaur Ridge, en Colorado, ha desafiado esa imagen. A casi 100 millones de años de distancia, nuevas evidencias sugieren que algunos dinosaurios no solo cazaban y migraban… también “bailaban”.
Un equipo de investigadores ha identificado un conjunto inusual de marcas en la roca que no corresponden a simples huellas de paso, ni a lugares de descanso o nidos. Se trata de una colección de arañazos, surcos y patrones en el suelo que, analizados en conjunto, revelan un comportamiento sorprendente: dinosaurios macho realizando danzas para atraer a las hembras, en lo que se conoce como un comportamiento de “lek”, típico hoy en día en especies como el urogallo o el ave del paraíso.
Un escenario de cortejo del Cretácico
Dinosaur Ridge, ya conocido por su riqueza en huellas fósiles, acaba de sumar un nuevo y fascinante capítulo a su historia. En una zona del yacimiento, los paleontólogos han hallado un área de más de 70 metros cuadrados repleta de marcas de garras dispuestas en patrones circulares, diagonales y en zigzag. Estos rastros no encajan con actividades como la caza o el desplazamiento: muestran repeticiones, giros e incluso zonas donde las marcas se superponen, como si los animales hubieran repetido ciertos movimientos una y otra vez.
Los protagonistas de este antiguo espectáculo de danza fueron pequeños terópodos, dinosaurios bípedos carnívoros emparentados con el Tyrannosaurus rex, aunque mucho más pequeños: se estima que medían poco más de un metro de alto y hasta cinco metros de largo. Los investigadores creen que varios machos se reunían en este espacio abierto para impresionar a las hembras con movimientos elaborados, arrastrando sus patas, girando sobre sí mismos y dejando una especie de coreografía tallada en el suelo.
Este comportamiento, extremadamente raro de identificar en el registro fósil, se ha interpretado como una forma de exhibición sexual. Las hembras, al igual que muchas aves actuales, probablemente elegían a sus parejas en función de la energía, destreza y persistencia mostradas durante estos rituales. No se trataba solo de exhibirse: era una competición en toda regla.

El rastro fósil de un ritual olvidado
Las marcas, estudiadas mediante drones, escaneo 3D y análisis sedimentológicos, presentan diferentes profundidades y orientaciones. Algunas muestran una clara intención de arañar el suelo hacia atrás, otras giran parcialmente sobre un eje. Incluso se han hallado secuencias que indican pasos hacia atrás combinados con movimientos laterales, casi como si los dinosaurios estuvieran ensayando una suerte de “moonwalk” prehistórico. Y lo más curioso: en muchos casos, los surcos borran parcialmente los anteriores, indicando que los animales repetían sus danzas en el mismo lugar varias veces.
La hipótesis del comportamiento de lek no es nueva, pero nunca antes se había encontrado una evidencia tan extensa ni tan detallada. La importancia del hallazgo reside precisamente en eso: en la posibilidad de reconstruir un fragmento de vida social de los dinosaurios. Porque mientras los huesos nos hablan de su tamaño y fuerza, los rastros de comportamiento son una ventana a su mente, a sus relaciones, a sus rituales.
Este tipo de cortejo es habitual en muchas aves modernas, lo que fortalece la ya ampliamente aceptada teoría de que los dinosaurios y las aves comparten un ancestro común. De hecho, algunos rasgos observados en las marcas de Colorado coinciden con los rituales de especies actuales, como los avestruces o los chorlitejos, que también rascan el suelo en círculos para impresionar a sus parejas. Es decir, este comportamiento puede tener una raíz evolutiva profunda, transmitida durante decenas de millones de años.
Más que huesos: una mirada al alma de los dinosaurios
Lo extraordinario de este hallazgo no es solo su carácter inédito, sino el hecho de que ofrece algo muy poco común en la paleontología: pruebas de comportamiento. Mientras que la mayoría de descubrimientos se limitan a esqueletos, dientes o huellas de locomoción, aquí hablamos de un acto social, de una conducta instintiva grabada en piedra.
Además, el descubrimiento también cambia nuestra visión sobre la vida en comunidad de estas criaturas. La existencia de una zona concreta de exhibición sugiere que los terópodos podían tener comportamientos más complejos de lo que creíamos, organizándose espacialmente en lugares comunes para cortejar. No se trataba simplemente de individuos solitarios deambulando por vastas praderas, sino de animales que seguían rituales sociales definidos, incluso sofisticados.
Este lugar, que podríamos llamar sin exagerar una “pista de baile del Cretácico”, también nos muestra que la reproducción era una cuestión competitiva. No era suficiente ser fuerte o rápido; también había que saber moverse. La selección sexual no solo premiaba los genes más resistentes, sino también los más creativos.

Una visita al pasado que aún se puede pisar
A diferencia de otros yacimientos paleontológicos que permanecen cerrados al público, la zona de Dinosaur Ridge donde se encuentran estos rastros está abierta a los visitantes. Allí, cualquier persona puede caminar sobre las huellas de estos antiguos bailes de amor, literalmente sobre los mismos surcos donde los terópodos dejaron su marca.
Esta accesibilidad convierte el hallazgo no solo en un triunfo científico, sino también en una oportunidad educativa y cultural. Permite a las nuevas generaciones imaginar a los dinosaurios no como monstruos cinematográficos, sino como animales complejos, con comportamientos sociales que reflejan un mundo más parecido al nuestro de lo que imaginamos.
Y así, entre rocas marcadas por el tiempo, podemos contemplar una escena congelada en el pasado: un grupo de dinosaurios pavoneándose, bailando, compitiendo con movimientos cuidadosamente ensayados en busca de una pareja. Un espectáculo que ningún ser humano presenció, pero que la tierra decidió conservar.
El estudio ha sido publicado en Cretaceous Research.
Cortesía de Muy Interesante
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