
Tomemos dos ejemplos de la política estadounidense del siglo XXI para mostrar mi punto. Primero la decencia: el 13 de diciembre de 2000, Al Gore aceptó públicamente su derrota frente a George W. Bush tras la batalla legal más reñida de la historia electoral de Estados Unidos. La Corte Suprema de Florida había ordenado, el 8 de diciembre, un recuento manual de votos debido a la mínima diferencia en ese estado. Sin embargo, el 12 de diciembre, la Corte Suprema de Estados Unidos, revocó esa decisión al considerar que no existía un criterio uniforme de conteo y que continuar violaba el principio de igualdad de protección constitucional. Con ello se detuvo el recuento y Bush ganó en Florida por apenas 537 votos, lo que le aseguraba la presidencia. Al día siguiente, Gore apareció en televisión para reconocer el fallo: “Acepto la naturaleza definitiva del resultado (…) esta noche, en nombre de nuestra unidad como pueblo y de la fortaleza de nuestra democracia, ofrezco mi concesión”.
Ahora la indecencia: El 6 de enero de 2021, el Congreso de Estados Unidos se reunió para certificar los resultados de las elecciones presidenciales de 2020, que daban la victoria a Joe Biden. El entonces presidente Donald Trump había denunciado sin pruebas un fraude y convocó a sus seguidores a marchar hacia el Capitolio. Esa jornada derivó en la irrupción violenta de manifestantes en el Capitolio y la suspensión temporal de la sesión. Pese a la violencia, los congresistas retomaron la sesión esa misma noche y confirmaron a Biden como presidente electo.
La diferencia fundamental entre los dos ejemplos es la “decencia política”, que según varios filósofos, entre ellos Margalit, puede concebirse como un umbral moral mínimo que debe respetar todo agente que se conduzca en lo público, más allá de las preferencias partidistas. Implica reconocimiento mutuo y un trato leal hacia los adversarios. Rechaza la degradación deliberada y la difamación sistemática. Qué duda cabe de que en México nos falta decencia política: hay soberbia, hay vileza en los dichos y los actos, muchas veces, para nuestra desgracia, la clase política parece una jauría de hienas peleando por un hueso. Es hora de hacer decente la vida pública: dejar la simulación y hablar con la verdad, no proteger corruptos y criminales organizados y detenerlos para juzgarlos, no hacer pasar por democráticas reformas regresivas, aceptar el umbral moral de la democracia y actuar en consecuencia.
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Cortesía de El Economista
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