La historia del Endurance siempre se ha contado como una epopeya de coraje y supervivencia. Atrapado por los hielos del mar de Weddell en 1915 y aplastado por su presión implacable, el barco del explorador Sir Ernest Shackleton se convirtió en un símbolo de resistencia frente a la adversidad. Su tripulación sobrevivió contra todo pronóstico, y la hazaña quedó grabada como una de las grandes gestas de la llamada “Edad Heroica” de la exploración polar.
Pero un reciente estudio científico, publicado en Polar Record por el profesor Jukka Tuhkuri, experto en mecánica de sólidos e investigador de la Universidad Aalto en Finlandia, desmonta parte de ese mito. Y lo hace con evidencia técnica, análisis estructural y un examen minucioso de diarios y cartas de la propia tripulación. Lo que emerge de esta investigación no es una historia de destino inevitable, sino de decisiones arriesgadas y advertencias ignoradas. Porque, según parece, Endurance estaba condenado desde antes de llegar a la Antártida.
Una embarcación para el Ártico… no para el infierno blanco
Construido en Noruega en 1912 y originalmente llamado Polaris, este barco fue diseñado para excursiones turísticas por el Ártico durante los meses de verano. No fue concebido para resistir las brutales condiciones del hielo antártico en pleno invierno. Su estructura, aunque robusta para el hielo flotante del norte, carecía de refuerzos críticos para soportar las presiones laterales de los bloques de hielo compactado que caracterizan al mar de Weddell.
A diferencia de otros buques polares contemporáneos como el Fram o el Gauss, que incorporaban refuerzos diagonales y diseños adaptados para resistir el aplastamiento por hielo, el Endurance tenía una debilidad crítica: la sala de máquinas. Esta zona era más extensa que en otros buques similares, y no contaba con vigas estructurales que ayudaran a soportar la presión lateral del hielo. Además, sus cubiertas estaban construidas con maderas menos resistentes y con menor densidad de refuerzos internos. El resultado: un casco vulnerable a las fuerzas que lo cercaban.

Una cadena de advertencias antes del desastre
Durante el invierno de 1915, el Endurance quedó atrapado por los hielos a unos 100 kilómetros de la costa antártica. Lo que siguió fue una lenta agonía que duró meses. Presiones sucesivas del hielo deformaban el casco, hacían crujir los tablones y provocaban filtraciones. La tripulación escuchaba los crujidos desde el interior, con la sensación de que el barco podía desmoronarse en cualquier momento.
Cinco eventos de presión intensa marcaron la cuenta atrás del barco. Cada uno de ellos debilitó la estructura un poco más. Pero fue el último impacto, el 27 de octubre de 1915, el que selló su destino. Una combinación de presión desde distintos ángulos provocó que la quilla —el “esqueleto” longitudinal del barco— se desprendiera. El timón y el codaste (la pieza de madera vertical trasera) se separaron. El barco, literalmente partido por la mitad, quedó a merced del mar.
Lo más revelador del estudio no es solo el análisis técnico. Es el hecho de que Shackleton, según indican las cartas privadas examinadas por Tuhkuri, sabía perfectamente que el barco no era el ideal para la misión. En una misiva enviada a su esposa antes de zarpar desde Buenos Aires, el explorador lamentaba la debilidad del barco y admitía que habría preferido usar su anterior buque, el Nimrod. Más aún: años antes había recomendado personalmente el uso de refuerzos diagonales para otro navío polar —el Deutschland— que logró sobrevivir ocho meses atrapado en condiciones similares. Ese barco se salvó. El suyo, no.

¿Un fallo inevitable o una decisión precipitada?
La pregunta que plantea esta nueva investigación no es simplemente técnica, sino ética. ¿Por qué Shackleton decidió seguir adelante con un barco que no estaba preparado? ¿Pesaron más los plazos, las finanzas o la reputación? ¿Fue una apuesta consciente o una negligencia optimista?
El estudio no busca deslegitimar la figura de Shackleton ni menospreciar el heroísmo de la tripulación. Todos sobrevivieron, y eso es una hazaña que nadie discute. Pero sí invita a repensar la narrativa romántica que ha rodeado esta expedición durante más de un siglo. Porque el mito del Endurance como “el barco más fuerte jamás construido” parece haber sido más un eslogan que una realidad.
Los medios de la época, e incluso el propio Shackleton en sus memorias, ayudaron a construir esta imagen heroica. El barco fue el primero en ser asegurado para un viaje a la Antártida, y se dijo que había sido diseñado para resistir cualquier tipo de presión. Pero los planos, los materiales y los testimonios técnicos indican otra cosa.
En marzo de 2022, una expedición científica localizó los restos del barco a más de 3.000 metros de profundidad, intactos pero congelados en el tiempo. Las imágenes submarinas muestran el timón desprendido, los daños estructurales en el casco y la quilla desplazada. Todo coincide con lo descrito en los diarios de la tripulación y con el análisis estructural presentado ahora por el profesor Tuhkuri. Es la confirmación visual de una historia escrita, literalmente, bajo presión.

Este hallazgo ha reabierto preguntas y ha dado pie a nuevas investigaciones como la que hoy reescribe la historia desde una mirada menos épica, pero más humana. Porque en el fondo, el drama del Endurance no es solo un cuento de valentía, sino también de decisiones difíciles, límites técnicos y consecuencias reales.
La leyenda continúa, pero con matices
A pesar de este nuevo enfoque, el relato del Endurance no pierde fuerza. Al contrario: lo vuelve más real. Nos muestra que incluso los héroes toman decisiones arriesgadas. Que incluso las gestas gloriosas pueden tener fallas estructurales. Y que el conocimiento técnico, muchas veces ignorado en aras de la aventura, puede marcar la diferencia entre la gloria y el naufragio.
Con esta nueva pieza del rompecabezas histórico, la historia del Endurance ya no es solo una crónica de supervivencia. Es también una lección sobre el peso de las decisiones en los confines del mundo, donde la valentía no siempre basta para salvar a un barco… aunque sí para salvar a sus hombres.
Cortesía de Muy Interesante
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