
“Los dioses primero vuelven loco a aquel a quien quieren destruir” decía Eurípides de los mortales cuyo orgullo exagerado representaba una amenaza para los habitantes del Olimpo. Frente al orgullo moderado, que produce seguridad, autoconfianza y serenidad de ánimo, la arrogancia genera lo que los antiguos griegos denominaban hibris: jactancia, engreimiento, vanidad o soberbia, que derivaban en el enajenamiento, provocado por los dioses, y la autodestrucción.
Vanidad mitológica
Faetón maneja torpemente el carro de su padre, Helios, dios del sol. Su impericia hace elevar el carro al cielo, lo que enfría la tierra y luego, al caer, calcina el norte de África, dando lugar al desierto del Sahara y al primer caso de cambio climático. Zeus, furioso, detiene el calamitoso periplo con un rayo que fulmina a Faetón y le hace caer al mar.
Aquiles, despechado con Agamenón por haberle sustraído a la esclava Criseida, rehúsa volver con el ejército aqueo para combatir contra los troyanos. El héroe sólo reacciona cuando muere en combate su amado Patroclo. Cegado de ira, toma las armas hasta matar a Héctor, líder de los troyanos. Después, Aquiles muere a causa del flechazo que Paris le clava en el tobillo, la única parte vulnerable de su cuerpo.
Belerofonte era hijo de Poseidón y Eurinome y autor de múltiples hazañas, como matar a la quimera a lomos de Pegaso, el caballo alado al que consiguió domar. Sus gestas le ensoberbecieron y subió al Olimpo a lomos de su celestial montura. Ante su atrevimiento, Zeus envió un tábano que picó y espantó al alado, haciendo que el jinete cayera al vacío.
Quizás el sano orgullo es una de las virtudes donde mejor se muestra el canon aristotélico de “in medio virtus”. La verdadera virtud o el hábito ejemplar están en la mitad de las conductas extremas.
Sano orgullo
En las escuelas de negocio se favorece no solo la transmisión de conocimientos sobre las empresas, sino también de habilidades directivas. De hecho, se intenta que incluso los estudiantes más reservados adquieran protagonismo, desarrollen su capacidad de liderazgo y aumenten su ascendencia sobre el grupo.
No obstante, el estilo de liderazgo varía sustancialmente conforme se cambia de geografía. Más allá de que las generalizaciones pueden ser equívocas, mis alumnos japoneses suelen intervenir en clase de forma comedida. En su cultura, el profesor tiene estatuto de autoridad y no sólo no se espera sino que está mal visto responder o criticar sus opiniones.
En el entorno empresarial es deseable, e incluso un deber, cuestionar a la autoridad cuando se considera que yerra. La buena educación de un directivo incluye el desarrollo de su capacidad crítica, fundamentalmente con dos objetivos:
1. Contravenir a los colegas y directivos cuando sus decisiones divergen de los intereses de los accionistas.
2. Generar oportunidades de innovación, propuestas creativas que abran nuevas vías de negocio para la empresa.
Liderar no es empecinarse
La inmodestia, la arrogancia, la jactancia y la soberbia conducen a la cerrazón y la intransigencia, y restan liderazgo y credibilidad a quienes las abrazan. Generalmente, en la gestión empresarial hay mucha negociación, cesiones y acuerdos para poder satisfacer un poco a todos y no solo maximizar los intereses de uno.
Pero una experiencia recurrente entre jóvenes que asumen posiciones de alta dirección es que se sienten desautorizados cuando no se les consulta alguna cuestión corporativa –como el nombramiento de un alto cargo que no depende de ellos, o la adopción de una estrategia ajena a su competencia directa– y algunos sobrerreaccionan, amagando con dimitir o expresando una frustración extrema.
Con el tiempo se aprende que no es conveniente soltar órdagos como el de presentar la dimisión, a menos que esté en juego un valor que se considera primordial. Y aún así, esa baza se puede jugar muy pocas veces en la carrera profesional. De las personas de mayor confianza se espera lealtad y alineamiento habitual. Si no hay visión estratégica compartida, lo normal es que no exista sinergia y que finalmente se diluya la conexión personal.
La templanza en las situaciones acaloradas y retrasar cualquier decisión drástica puede permitir resolver esas situaciones de la forma más serena y conveniente para los intereses de todos.
Si lo que nos piden es dejar un cargo antes del plazo convenido, se requiere un pronunciado autocontrol del orgullo personal, especialmente si no se comparten las razones del cese. Cuando esto ocurre normalmente es ya una decisión meditada y cualquier reacción del sujeto pasivo suele ser inútil. Por tanto, el mejor talante en esas circunstancias es evitar la reacción de dignidad herida o las actitudes defensivas (y más aún las ofensivas).
Lo aconsejable es intentar seguir adelante de la mejor manera posible.
Menos orgullo, más humildad
En ocasiones, la soberbia en el ejercicio del liderazgo se acentúa con el tiempo y deriva en egocentrismo o egolatría. Es el síndrome distintivo de las autocracias, en las que los mandatarios se mantienen largamente en el poder.
Para los directivos que sufren de megalomanía, los intereses de los accionistas, o de los demás stakeholders, dejan de tener relevancia y el centro solo lo ocupa su propio interés.
Ciertamente, el orgullo es uno de esos vicios que obligan a una búsqueda permanente del equilibrio. Para este balance se hace especialmente aconsejable la práctica de la virtud de la humildad. A continuación formulo una serie de consejos sobre cómo practicar esta virtud en el ámbito profesional:
- Intente escuchar las sugerencias, ideas y consejos de los demás. Si siendo el jefe suele hablar el primero en las reuniones de trabajo, intente intervenir el último y deje que lo hagan los otros participantes. Si usted dirige el departamento o la empresa y expresa su opinión al inicio ya ha cortado un eventual debate: sus colegas se inhibirán y evitaran contradecirle. Solo los más audaces expresarán criterios alternativos y haría bien en valorar positivamente esa valiente oposición.
- Pida frecuentemente consejo a sus mejores amigos sobre decisiones importantes, y respete sus recomendaciones, especialmente si contravienen sus ideas originales o sus intuiciones. También es recomendable considerar las indicaciones en temas en los que no se considere experto. En ocasiones, el exceso de autoconfianza o creer que se sabe todo impide ver las cosas desde ángulos alternativos y encontrar mejores soluciones a los problemas.
- Cuestiónese de vez en cuando sus suposiciones básicas sobre el negocio y su entorno. Ya lo decía Heráclito: “todo cambia” (panta rei) (especialmente en el mundo empresarial). La mejor manera de adaptarse a esa evolución es replantearse las tesis básicas que justifican sus decisiones. Piense de forma contraria, contradiga sus propias creencias.
- No se tome demasiado en serio. Los argumentos en defensa de la dignidad personal o referidos al orgullo herido han dejado de estar en uso y esgrimirlos puede producir cierta hilaridad en nuestros interlocutores. El honor personal, que se consideraba primordial en los protagonistas de las novelas de caballerías, se ha convertido en un valor anacrónico.
Una versión de este artículo se publicó en LinkedIn.
Cortesía de El Economista
Dejanos un comentario: