Alonso Salazar Jaramillo ha sido un personaje excepcional en la historia de Medellín en el último medio siglo. Si lo fuéramos a definir tendríamos que denominarlo el testigo estrella de la ciudad en estos casi 50 años.
Él fue el primero en advertir la existencia de una generación que crecía en las comunas en medio de la desesperanza con su libro “No nacimos pa’ semilla” (1990). Gracias en buena medida a él, y a la Corporación Región de la cual hacía parte, el Estado pudo entrar en esos barrios para ese momento impenetrables para la institucionalidad.
Le dieron la llave a María Emma Mejía para que pusiera la cuota inicial de esa transformación de la ciudad desde las barriadas populares (1990-1994), que luego se consolidó como una suerte de “milagro” de Medellín: cuando a punta de inversión social en la alcaldía de Sergio Fajardo (2004-2007), de la cual Alonso fue secretario de Gobierno, y después en su propia Alcaldía (2008-2011), se logró una gran transformación que, por ejemplo, se vio en los indicadores de homicidios del año pasado: los más bajos de toda la historia de la ciudad.
Salazar también conoció a fondo la otra cara de la moneda: cuando investigó y escribió la Parábola de Pablo (2001) con la cual se metió en las entrañas de esa fuerza oscura que golpeó con furia a la ciudad.
Con motivo de los 350 años que cumplirá Medellín el próximo 2 de noviembre, hablamos con él para entender cómo se dio ese milagro y cómo cree que debe ser gobernada la ciudad en el futuro.
Hablemos de ese experimento de inversión social para transformar a Medellín, después de ese azote del narcoterrorismo que en 1991 dejó 6.809 personas asesinadas en un solo año, una cifra que no la tenía ninguna ciudad del mundo. Uno salía a la calle con miedo ¿Cómo fue ese experimento?
“La sociedad estaba reventada a más no poder. La hegemonía de los narcos era tan fuerte que imponían toques de queda y limitaban la circulación en todos los territorios. Lograron someter al Estado colombiano y a la sociedad. A tal punto que cuando se hizo el adefesio ese de la cárcel de la Catedral y las leyes tan infames para que ellos entraran en ella, pues nos sentimos un poco aliviados“.
Parecía que Escobar hubiera puesto esa cárcel en un punto tan alto para vigilarnos a todos ¿No?
“Sí. Quien suba a La Catedral y mire desde allí, entiende que ese que se creía el rey dominaba el escenario y quería seguir dominando en un proyecto muy loco que era seguir siendo el rey del bandidaje, y además una especie de rey de la política, un héroe popular. Por fortuna, y esa es mi hipótesis, se derrotó a sí mismo”.
¿Por qué se derrotó a sí mismo Pablo Escobar?
“Terminó traicionando a todos sus amigos, especialmente a los socios narcotraficantes, y les dio el poder a los bandidos, porque quería sus propiedades y sus riquezas. Los mismos bandidos llegaron a decir: ‘Le dimos golpe de estado a los narcos’. Ese fue el fin de él, ya que esos otros narcos también tenían su poder y sus bandidos, y recurrieron a la estrategia final: el nexo con el Estado y con la DEA. Su megalomanía lo derrotó”.
Tras el fin de Escobar, ¿qué comenzó a suceder en Medellín? ¿Qué nos sacó de ese hueco profundo en el que estábamos?
“Lo que sucedió vino de personajes inesperados. A la izquierda no le importaba lo que pasaba en Medellín, porque estaban esperando la revolución social. A la derecha tampoco le interesaba, pues los gobernantes gozaban de una popularidad aplastante. Sin embargo, del sector cultural, barrial y teatral, empezó a surgir una resistencia muy simbólica que actuó como detonante. Por ejemplo, en los 90, cuando había toque de queda, el Matacandelas hacía funciones a medianoche.”
¿El Matacandelas hacía funciones en la noche como protesta?
“Sí, en una disidencia civil muy bella. Se había creado la Consejería Presidencial para Medellín, pero aún no producía efectos. Pero las acciones se fueron combinando, como la gesta de Luis Fernando García Arboleda, conocido como el ‘Gordo’ Fernando, creador de Barrio Comparsa. Él creó comparsas en la zona nororiental e hizo una convocatoria para que todos se reunieran. Se levantaron en zancos, alzaron banderas multicolores y cruzaron territorios que teóricamente no se podían cruzar. Creo que las bandas y los pillos los vieron pasar como algo ingenuo e inocente, y ahí empezó una revolución, un renacimiento”.
¿Su hipótesis es que fue una revolución cultural lo que transformó a Medellín?
“Las sociedades se transforman por medio de renacimientos espirituales, culturales, y eso fue algo muy poderoso. Ese día que caminaron por toda la nororiental, terminaron en el Comfama de Aranjuez, donde los esperaba María Emma Mejía, consejera presidencial, quien había llegado en agosto de 1990. Se decía que su nombramiento era un castigo: ‘Váyase para Medellín’. Sin embargo, María Emma resultó ser una mujer insospechada, valiente y disruptiva. Siendo una alta funcionaria del Estado, fue capaz de sentarse en la esquina del barrio a hablar de tú a tú. Ella subió, y se quedó, porque se ganó de manera tan tremenda el afecto de la población que hasta la empezaron a llamar ‘monita'”.
Pero usted fue la llave para que ella entrara en la comuna nororiental, una zona a la que, en ese momento, nadie entraba.
“Fue por la coincidencia de que había salido mi libro “No Nacimos Pa Semilla”, el cual reflejaba ese mundo. Yo había conversado con muchos de ellos y les dije: ‘Viene una señora que quiere hacer cosas por las comunidades’, y lo aceptaron. Sin embargo, le desarmaron los escoltas en el barrio popular”.
La recibieron encapuchados, ¿no?
“Ella les preguntó que qué pasaba, que si tenían gripa o que porque se estaban poniendo un pañuelo. No se si fue inteligente o ingenua. Lo más importante, usando la expresión popular, es que ‘probó finura’. Ella no se amedrentó, siguió la conversación absolutamente tranquila y ya no volvió a bajarse de esos barrios”.
La intervención de María Emma no era solo hablar con la gente, sino cambiar entre los jóvenes esa aspiración de ser parte de los combos para convertirlos en agentes de transformación de sus barrios ¿El Estado con María Emma se ‘infiltró’ en ese territorio que era controlado por grupos criminales?
“Y es que los narcos creían que era inofensiva y nunca la vieron como una enemiga. Pero, en realidad, ella comenzó una labor de gran poder simbólico. Ni la Gobernación ni la Alcaldía le dieron mucho presupuesto; ella consiguió los fondos por fuera. Lo que logró hacer, aunque fue importante y precursor, es pequeño al lado del tema simbólico: una alta funcionaria del Estado fue capaz de conversar con la comunidad y con los jóvenes. Esto no había sucedido en esta ciudad nunca jamás. Hay que reconocer a algunos ‘blancos del parque’ —como se les decía a los ricos que eran buenos filántropos y realizaron cosas extraordinarias–, pero a ellos no les gustaba mucho conversar con los pobres”.
¿Y María Emma logró involucrar de alguna manera a los empresarios?
“Un poco menos de lo que se afirma generalmente. Hubo algunos, como Nicanor Restrepo. Recuerdo un empresario de apellido Mora. En fin, hay personas, como Juan Guillermo Jaramillo, que participaron. Sin embargo, no fue una reacción generalizada de la clase empresarial frente a la crisis”.
¿Cree que el mayor símbolo fue la presencia del Estado, o esas pequeñas inversiones, los proyectos semilla, el Primed, lo que permitió la transformación urbana que comenzó?
“Ella comenzó con esa estrategia muy hábil, que incluyó una de comunicaciones con el programa “Arriba mi barrio”.
¿Era la primera vez que los barrios populares se mostraban por las cosas buenas que hacían y no por el “muerto del día”?
“Exactamente. Uno quería ir a denunciar, como se enseñaba en la UdeA: ‘Mostremos la realidad social’. Pero nos encontramos con la sorpresa de que la gente dijo que no quería que hablaran de sus tragedias ni de sus miserias, sino de los potenciales que tenían. Querían mostrar lo que se hacían en arte, cultura, y los esfuerzos comunitarios. Decoraban las calles para que el programa se realizara en un ambiente bello. No querían estar estigmatizados por los hechos de violencia”.
Empezó en agosto de 1990 y ¿cómo se retomó después? ¿Hubo inversiones importantes en las administraciones de Sergio Fajardo y la suya?
“María Emma Mejía creó las Casas de la Juventud y los Núcleos de Vida Ciudadana (uno en Villa del Socorro y otro en Castilla, sector La Esperanza), buscando un pequeño reordenamiento de barrios sin centralidades. Creo el Primed, el arquitecto Carlos Montoya que fue el gestor se acaba de ganar un premio sobre su experiencia en los barrios.
Todo esto participó en lo que ella inauguró como ‘Medellín alternativa de futuro’. Esta iniciativa promovió ‘diálogos improbables’, reuniendo líderes comunitarios, sindicalistas, empresarios y a la iglesia en eventos que empezaban en los territorios y finalizaban en escenarios como el Hotel Intercontinental. Y entonces se produce un hecho como que gente de un barrio vaya y mire al presidente de los Industriales y digan ‘ve, ese señor tiene unos ojos azules muy lindos, ¿no?”.
Y el señor además, hablando con ellos… Pero para los empresarios también fue entender la buena energía que existía en esa ‘otra ciudad’…
“En el capítulo dos: El Plan Estratégico de Medellín. En una Alcaldía sin muchas expectativas, apareció Saúl Pineda, encargado de realizar dicho Plan. Sergio Naranjo, para ese momento alcalde de Medellín, permitió que se recogiera la cosecha de la Consejería. La sociedad civil seguía inventándose ese Medellín de los 90, pero el Plan Estratégico facilitó planeación y hechos concretos. Hubo quién enterró ese plan estratégico (se refiere al alcalde Luis Pérez). Y eso quedó ahí. Donde entro yo, tiene que ver inevitablemente con Sergio Fajardo, cuando él aspiró a la Alcaldía, lo apoyé. Y después fui su continuidad. Eso me dio unas inercias y unas ventajas muy grandes”.
Ya la ruta estaba trazada…
“Sí, y con unos principios muy elementales: la honestidad y la ética. Nosotros hablábamos de ‘ética y estética’ y el bien común. La ética, porque se demostró en esos ocho años que la ciudad es muy rica. La estética se resumía en una frase: ‘Si es para los más pobres, debe ser lo más bonito’. Las intervenciones sociales para esos sectores solían ser de media petaca. Inauguramos el estilo de que si íbamos a construir un colegio, una biblioteca, un centro de salud o un bulevar, debían tener diseños muy bellos. El punto más alto de esto se logró con mi difunta esposa, quien en los jardines infantiles de Buen Comienzo propuso hacerlos con diseños de cuentos. Quien quiera gobernar solo debe tener el propósito del bien común, la honestidad y el ánimo de servicio”.
En las administraciones de Fajardo y la suya, se hizo una inversión importante en todos esos barrios.
“Claro. El sistema educativo estaba decadente. Aunque los colegios existentes habían sido construidos en gran parte por las comunidades, eran deficientes. Por ejemplo, el colegio Santa Teresa de Picacho era conocido como ‘La ratonera’, lleno de recovecos y añadidos. Cuando se construyó el nuevo colegio, lleno de cristales, vidrios transparentes y luz, los niños se maravillaron, y con razón: se trata de la dignidad de lo público. Esto también sucedió con los centros de salud y los parques lineales. Después llegaron ideas más locas, como las escaleras eléctricas. La inversión social renovó en salud, en educación, en seguridad… También se hicieron muchas cosas en la ampliación de vías y puentes, como un fuerte de carabineros en Santa Elena que sirve de ejemplo de policía ecológica, o los CAI que se ven en la ciudad, pero los que construimos como pequeños castillos que eran periféricos que tenían su componente comunitario”.
Medellín pasó de tener la tasa más alta de homicidios del mundo en 1991 a una de las más bajas de capitales en 2024. ¿En qué medida estos resultados son resultado de esa transformación y en qué medida a ese cuento de la calma de las bandas?
“Definitivamente, Medellín renació. Eso no implica que hayamos llegado a una sociedad ideal; en lo social solo hay ‘metas volantes’, no metas de llegada. Este renacimiento se manifestó en temas como la música. El renacimiento también se manifestó en la música, hay una Red de Escuelas que es un proyecto vibrante, que existía desde el gobierno de Juan Gómez, nosotros lo potenciamos, le entregamos su manejo a la Universidad de Antioquia y le dimos bastantes recursos. Hoy existe una industria de trompetistas y percusionistas”.
Es que no es solo Karol G. y Maluma sino toda una industria…
“Todo tiene sus más y sus menos. Pablo Escobar destruyó esta ciudad, la reconstruimos en buena parte, pero mucha gente viene en busca de ese fantasma. El turismo en todas partes del mundo es problemático, y en Medellín hay aspectos complejos, como el turismo de narcotráfico y el de explotación sexual. Me parece muy bien que el Alcalde actual haya decidido tener más control sobre esto. Por lo demás, la ciudad avanza con los problemas típicos de las urbes latinoamericanas. Se necesitan más hechos profundos urbanísticos transformadores. La gente se queja de la saturación en la Comuna 13, pero se debe redistribuir el turismo, creando hechos urbanísticos potentes. El turismo comunitario ha crecido fantásticamente y ya hay circuitos en Manrique y otras zonas. Yo prefiero ver los avances que los problemas, pero debo señalar que la criminalidad de Medellín se ha sofisticado mucho.”
¿En qué sentido se ha sofisticado la criminalidad?
“Soy un enemigo radical del concepto de ‘Paz Total’ que el presidente Gustavo Petro ha intentado implantar para dar protagonismo a personas que han sido jefes criminales durante 40 años, extorsionando y vilipendiando a la juventud. Un Estado no puede hacer eso. El Estado tiene que ser enemigo del delito y, a lo sumo, abrir puertas a fórmulas como el sometimiento a la justicia, pero con procesos muy estrictos”.
¿Cree que esa criminalidad genera tranquilidad en la ciudad, como a veces se dice?
“No, eso es una trampa: si los delitos crecen, es fracaso de la administración, y si bajan, es virtud de los criminales. Es verdad que ellos se han sofisticado, superando dificultades y repartiéndose negocios entre ellos sin conflictos muy abiertos. Pero eso no es culpa de quien gobierna. El gobernante tiene que estar dispuesto a desmontar esas estructuras y ganar terreno cada día. Es una tarea histórica y larga: recuperar los terrenos perdidos por la institucionalidad requiere pura perseverancia”.
Considerando su experiencia en la Alcaldía y la Consejería, ¿qué propondría o qué cree que es fundamental en términos de gobierno para que Medellín siga mejorando?
“No solo Medellín, sino Colombia, necesita tener Estado. Aunque es obvio, este país, a pesar de los diversos procesos de paz, no tiene hoy más Estado en cuanto a presencia en territorios o control de fronteras. Medellín es un ejemplo de lo que nos falta. Juan Jacobo Rousseau creía en la bondad de los hombres y en el ‘contrato social’. Al otro lado de Francia, pasando el mar, estaba Hobbes que decía que ‘el hombre es lobo para el hombre y que necesitábamos un Leviatán’, una figura que aterroriza y dice: ‘Al Estado hay que tenerle temor'”.
¿Un Estado sancionatorio?
“Un Estado que tenga la capacidad de ejercicio para hacer cumplir la ley. En Colombia tenemos un déficit muy grande, y esto empieza por las formaciones culturales y nuestra capacidad de ser más disciplinados socialmente, además de combatir la criminalidad. Pensando en el futuro, Medellín tiene que estar comprometida con el Área Metropolitana y con Antioquia. Históricamente, Medellín se ha chupado a Antioquia, incluyendo mi familia, que tenía un poquito de plata y nos vinimos para acá. Ya se han ido desarrollando regiones, lo de la vía a Urabá que lo empezamos en ese tiempo con el liderazgo de la Camara de Comercio, de Lina Vélez, lo del Puerto, eso va configurando nuevas realidades. El posicionamiento de Suroeste como zona estratégica y biodiversa. Pero hay otras regiones que no tienen esa vocación tan clara, que son muy extensas, de conflicto, que Medellín debe ayudar”.
¿Qué acciones realizadas en su Alcaldía son replicables?
“Hicimos cosas que considero pequeñas, pero muy importantes. Por ejemplo, nivelamos las tarifas de energía, que en Medellín eran más baratas que en el resto del departamento. La electrificación rural estaba detenida. Decidimos hacerlo con recursos propios, asumiendo el riesgo, y logramos entre el 97% y el 98% de electrificación rural. También propiciamos el retorno de población desplazada a todo el Oriente antioqueño. El resultado es tan descomunal que la cifra invertida de 20.000 millones de pesos suena hoy pequeña. Hoy, Granada, San Carlos y sus alrededores son pueblos otra vez en plenitud”.
Al sugerir la necesidad de un Estado, usted menciona a Hobbes y Rousseau. ¿Cómo se aplicaría este concepto en Medellín?
“Debo reconocer que no conozco a Medellín hoy como me preciaba de conocerla hace tiempo. Cuando nosotros llegamos, no existían los Centros de Atención Inmediata (CAI). Pablo Escobar los había volado. Nosotros dotamos a Medellín de CAI con una infraestructura poderosa, incluyendo los periféricos. Hay quienes me regañan porque transformé escuelas y colegios sin uso en comandos de Policía. Lo hicimos. Nos preocupamos por ir sembrando presencia estatal”.
¿Hay un error en decir que hay una dicotomía que plantea la izquierda (libertad) y la derecha (seguridad y orden)?
“La inversión social es deber permanente del Estado, pero la seguridad también lo es. Belisario Betancur nos introdujo el tema de las ‘causas objetivas de la violencia’. Yo no creo en eso. Cuando creamos la Corporación Región en 1990, fue para oponernos a cualquier justificación de la violencia. No hay nada que genere más pobreza que la violencia, y este país ya lo ha comprobado contundentemente”.
¿Cómo encaja la cultura ciudadana y el manejo de narrativas? ¿Qué ha pasado con la Medellín que se consideraba la más cívica?
“Las sociedades son muy sugestionables. Después de la época de Pablo Escobar, fuimos a buscar eventos internacionales porque aquí no venía nadie, como la Asamblea 50 años de la OEA, la Asamblea del BID o los Juegos Sudamericanos, que convertimos en eventos de alto nivel. Es en esos eventos en los que se puede movilizar la vibra de una ciudad. Porque convencimos a la gente con esos eventos y con los juegos suramericanos, que realmente no eran muy importantes, los convertimos en requeteimportantes, me fui a los altos de Bolivia, casi me desmayo para traer la llama. Llevamos a los banqueros del BID a los barrios y la gente los saludaba. Había una energía movilizada socialmente que hay que mantener. Me arrepiento de haber ayudado a propagar la narrativa de que ‘somos los peores, de la cultura narco’. Mentira, la zona esmeraldífera, la zona del Valle del Cauca, todos tenían bandidos y narcos. No lo digo para justificar. Lo digo para decir que las sociedades se pueden rehacer y transformar. Y una parte sustancial de eso es lo simbólico y lo cultural, soportado en hechos”.
Pero ahí está el Metro de la 80, ¿no?
“¿Para cuándo? Se nos fue el gobierno de Petro esperando el aporte para el Metro de la 80. Una recomendación a futuro es que las ciudades deben tener su propia política internacional, casi un Ministerio de Relaciones Exteriores, para aprovechar cooperaciones y conectarse. Hacia adentro, hay que comprometerse con Antioquia, e incluso diría que apadrinar al Chocó.”
¿La ciudad que nueva narrativa debería tener?
“Creo que tenemos que ser tranquilos. Me gusta que seamos ‘orgullosos’. El orgullo es un patrimonio. Antanas Mockus decía que ‘hay que tener la plataforma del orgullo para pararse en ella y pensar el futuro’. Otra cosa distinta es el chovinismo, esa algarabía barata de que los paisas somos lo máximo. Eso sí no. Yo creo en el orgullo paisa en el sentido de que es capaz de abrirse a otras culturas y aprender de todos los demás. Antioquia se ha alimentado mucho de sus regiones que son culturalmente muy diversas. Hay que aprovechar esa diversidad.”
¿Son siete regiones paisas?
“No tenemos conciencia de quienes fueron nuestros escritores, nuestros artistas, lo que fueron las cosas más bellas de esa épica de la colonización cafetera. El paisa viene de que la gente se encontraba en caminos en esas selvas y se decían: ‘¡hola paisano!’. Porque había un proyecto cultural detrás de esa gesta económica monumental que fue la colonización cafetera. Desparramándose desde el oriente por esas cordilleras hasta llegar al norte del Valle y el Tolima manteniendo una identidad. Ese es un hito histórico bello”.
Para concluir, sobre las bandas criminales de Medellín que han resistido el tiempo. ¿Cómo acabar con ese espíritu de saltarse la ley? ¿hay algo para hacer?
“Esos tipos están muy ricos. Hasta bandidos de segunda y de tercera que yo conocí les decomisan bienes por miles de millones de pesos. Primero, hay que pensar en las leyes vigentes de sometimiento. Si están dispuestos a acogerse, bajo el espíritu gringo: ‘¿Quiere? Pues sométase, cuente, entregue’. O cumplir las leyes nuestras es aceptable. Pero este boquete que abrió el presidente Petro, de que hagan lo que quieran, para quienes se disfrazan de guerrilleros o para quienes quieren seguir la usanza tradicional de bandido, es inconcebible. Cuando fui alcalde, me preguntaban qué íbamos a hacer. Yo me metí a la Central Mayorista a pelear con ‘el cebollero’ condenado por homicidio, y el cura del Limonar, que también se fue a la cárcel. Me tocó pelear con el arzobispo. Trajimos fiscales de Bogotá. Buscamos en la legislación el punto débil para ellos, por ejemplo, el desplazamiento forzado, que ellos practicaban como una rutina”.
¿El desplazamiento forzado no les parecía un problema?
“¡Y es un delito de lesa humanidad!. Trabajamos mucho más en la condena de las estructuras criminales que de las personas. Se requiere voluntad de quien gobierna. Por eso ‘Don Berna’ y después ‘Lupe’ (Luis Pérez) se vinieron contra mí. Eventualmente podrían necesitarse modificaciones legales, porque creemos que somos una sociedad russoniana, de buenas personas, pero tenemos bastantes lobos”.
También hay que poner de moda el cumplimiento de la ley. En su alcaldía se ganó muchos enemigos. ¿Se arrepiente de eso o qué recuerdo tiene?
“Tendrías que creerme que no lo he procesado suficientemente. Gobernar pensando en seguir en el poder es un problema; hay que pisar callos. Hay que presionar un poco a urbanizadores que se quieren tomar los terrenos que no se pueden tomar, o las bandas. Tal vez mis formas podían mejorar, pero no me arrepiento de nada. Sí, se gana uno enemigos.”
¿Sintió que ganó batallas?
“Sí. La gente las reconoce tardíamente. Por ejemplo, la valorización en El Poblado. ¿Qué sería de El Poblado hoy sin esas obras que restituían la valorización que otros ignoraron para ganar una alcaldía?. El electorado es complejo y puede decir: ‘este nos clavó impuestos’. Afortunadamente, no tengo aspiraciones de volver a ningún cargo. Mis libros me parecen más fascinantes que la alcaldía, aunque esa también fue sensacional.”
Cortesía de El Colombiano
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