Durante décadas, la conciencia ha sido uno de los grandes misterios de la ciencia: todos la experimentamos, pero nadie se ponía de acuerdo sobre para qué sirve. La pregunta clave no es qué es la conciencia, sino por qué existe. Un estudio reciente de los filósofos y científicos cognitivos Albert Newen y Carlos Montemayor, publicado en Philosophical Transactions of the Royal Society B, propone como respuesta que no hay una sola conciencia, sino al menos tres fenómenos distintos, cada uno con una función biológica específica.
El punto de partida del estudio propone que la forma más básica de conciencia no sirve para pensar, sino para sobrevivir. El dolor no está ahí para fastidiarnos, sino para mantenernos vivos. Lo que los autores llaman arousal básico es una experiencia mínima, ligada a sensaciones como el dolor, el placer, el hambre o el miedo, que actúa cuando algo va muy mal en el cuerpo.

La conciencia como sistema de alarma
Este tipo de conciencia aparece cuando un equilibrio vital se rompe de forma brusca: una quemadura, una herida, una falta de aire. No se trata de reflexionar, sino de reaccionar. El cuerpo entra en modo emergencia y la experiencia consciente refuerza esa señal, haciendo que retiremos la mano del fuego, protejamos la zona dañada y evitemos repetir la conducta peligrosa.
Según el estudio, esta forma de conciencia es evolutivamente antigua y puede funcionar sin la corteza cerebral. La conciencia más básica no necesita pensamiento complejo. Basta con que el organismo “sienta” que algo amenaza su supervivencia para que el sistema cumpla su función.
Cuando la atención cambia las reglas del juego
Con el tiempo, la evolución añadió una nueva capa: la capacidad de enfocar la atención. Aquí nace la conciencia que usamos todos los días. Los autores la llaman alerta general y es la que nos permite elegir qué información atender entre muchas posibles.
Gracias a esta forma de conciencia, un organismo puede concentrarse en un estímulo relevante y dejar otros en segundo plano. Atender bien es la base para aprender mejor. Ver humo mientras alguien habla, ignorar la voz y buscar el origen del humo es un ejemplo cotidiano de esta capacidad.
Esta atención selectiva no solo mejora la reacción inmediata, también multiplica las opciones de aprendizaje. La conciencia empieza a servir para decidir, no solo para huir. Al conectar atención y memoria, los animales —incluidos los humanos— pueden descubrir regularidades, anticipar consecuencias y adaptar su conducta a situaciones nuevas.

Pensarse a uno mismo: la conciencia reflexiva
La tercera pieza del modelo aparece cuando la atención se dirige hacia el propio sujeto. No miramos el mundo: nos miramos a nosotros mismos. Es lo que el estudio denomina conciencia reflexiva o autoconciencia. Aquí entran habilidades como reconocerse en un espejo, evaluar si uno recuerda algo o pensar en los propios deseos y planes. Esta forma de conciencia permite construir una idea de “yo”. Los autores subrayan que no hace falta lenguaje para ello: algunos animales muestran versiones simples de esta capacidad.
Lo importante es que esta autoconciencia no sería un tipo nuevo de experiencia, sino un uso especial de la atención. La diferencia está en el contenido, no en la sensación. Al centrarse en los propios estados mentales, la conciencia adquiere una nueva función: planificar a largo plazo y coordinarse mejor con otros.
Por qué las teorías clásicas se quedan cortas
El estudio dedica una parte importante a revisar las teorías más influyentes sobre la conciencia y detecta un patrón repetido. La mayoría de los modelos se construyeron pensando en la conciencia humana adulta y despierta, no en sus orígenes biológicos. Esto hace que expliquen con bastante éxito procesos como la atención, el razonamiento o la toma de decisiones, pero que pasen por alto las formas más simples y antiguas de experiencia consciente, aquellas que no implican reflexión ni control cognitivo.
El problema no es solo conceptual, sino también empírico. Al asumir que la conciencia depende casi exclusivamente de la corteza cerebral, se ignoran datos clave de la neurobiología. Existen evidencias de experiencias conscientes mínimas asociadas a estructuras subcorticales, especialmente vinculadas al dolor, al placer y al malestar corporal.
Al dejar fuera estos fenómenos, las teorías tradicionales ofrecen una visión incompleta de cómo pudo surgir la conciencia en la evolución y por qué fue adaptativa desde el principio.
Frente a esto, los autores proponen cambiar la pregunta de fondo. No se trata de encontrar “la” base neural de la conciencia, sino de entender qué mecanismos sostienen funciones distintas.
La conciencia no sería un sistema único que se enciende o se apaga, sino un conjunto de procesos con raíces evolutivas diferentes, que cooperan y a veces compiten entre sí. Desde esta perspectiva, buscar una explicación única no aclara el problema: lo simplifica en exceso y oculta lo que realmente hace que la conciencia sea biológicamente útil.

Un nuevo mapa para entender la mente
El modelo final dibuja una conciencia en capas, donde las formas más nuevas se apoyan en las más antiguas. Lo complejo no reemplaza a lo básico, lo organiza. En situaciones extremas, la alarma del dolor domina; en condiciones normales, la atención y la reflexión toman el control.
Este enfoque ayuda a entender mejor tanto a los humanos como a otros animales. La conciencia podría ser más antigua y común de lo que creíamos. Incluso especies con cerebros muy distintos al nuestro pueden haber desarrollado soluciones similares para sentir y decidir.
Más que cerrar el debate, el estudio abre una vía nueva. Entender para qué sirve la conciencia puede ser la clave para entender qué es. Y, quizá, para dejar de tratarla como un misterio abstracto y empezar a verla como una herramienta biológica con una larga historia evolutiva.
Referencias
- Newen, A., & Montemayor, C. (2025). Three types of phenomenal consciousness and their functional roles: unfolding the ALARM theory of consciousness. Philosophical Transactions B, 380(1939), 20240314. doi: 10.1098/rstb.2024.0314
Cortesía de Muy Interesante
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