Parecen ballenas nadando en el cielo: el secreto geológico de Tailandia que lleva 75 millones de años oculto entre los árboles

En lo más profundo del noreste tailandés, rodeada por un mar interminable de árboles, se alza una formación rocosa que parece flotar sobre la jungla como si de un cuento mitológico se tratara. Son tres gigantescas rocas alineadas sobre una cresta montañosa, cuyas formas evocan con asombrosa precisión a una familia de ballenas nadando en el cielo verde de la selva. Este lugar existe, tiene nombre y una historia tan antigua como fascinante: se llama Hin Sam Wan, o la Roca de las Tres Ballenas.

Situada en la provincia de Bueng Kan, cerca de la frontera con Laos, esta maravilla geológica ha permanecido oculta para el turismo internacional durante décadas. Solo en los últimos años, gracias al auge del ecoturismo y las políticas de conservación del entorno, el lugar ha empezado a ganar notoriedad entre los aventureros más curiosos y los amantes de la naturaleza. Y no es para menos: lo que aquí se encuentra es una combinación casi mágica de historia natural, belleza paisajística y espiritualidad local.

75 millones de años de erosión convertidos en arte natural

Lo que hoy parecen colosales mamíferos petrificados sobre una alfombra de selva, en realidad son bloques de arenisca que datan de hace unos 75 millones de años. Formados durante el periodo Cretácico, estas rocas han sido esculpidas lentamente por la acción del viento, el agua y los movimientos tectónicos, dando lugar a estas impresionantes estructuras alargadas y suavemente curvadas que emergen del bosque como si quisieran zambullirse en un océano invisible.

Las Tres Ballenas no solo asombran por su forma. Lo hacen también por su ubicación: situadas en una cresta elevada, se proyectan como balcones naturales hacia un horizonte sin fin. Desde lo alto de estas formaciones se pueden ver el río Mekong, los bosques del Parque Forestal de Phu Sing y, en los días despejados, las montañas de Laos. Una vista que, sin exagerar, parece sacada de una pintura surrealista.

Un paisaje casi irreal aguarda a quienes se aventuran hasta la Roca de las Tres Ballenas, donde la naturaleza desafía toda lógica visual
Un paisaje casi irreal aguarda a quienes se aventuran hasta la Roca de las Tres Ballenas, donde la naturaleza desafía toda lógica visual. Foto: Autoridad de Turismo de Tailandia

El acceso a Hin Sam Wan no es inmediato ni masivo, y eso es parte de su encanto. Hay que llegar a través de una red de senderos bien señalizados dentro del parque natural, que atraviesan zonas boscosas, pequeños arroyos y pendientes rocosas. La caminata puede variar según la ruta elegida —hay al menos nueve alternativas— pero todas confluyen en un punto en común: la cima de las “ballenas” mayores, conocidas como la madre y el padre.

La “cría”, o la más pequeña de las tres rocas, está cerrada al público por razones de conservación, lo cual solo aumenta su halo de misterio. Caminar sobre el lomo de estas rocas gigantescas ofrece una experiencia única: no solo por las vistas, sino por la sensación de estar pisando una criatura dormida, inmóvil pero viva en la imaginación.

Durante el recorrido, no es raro encontrar cascadas escondidas, árboles centenarios, e incluso algún que otro monje budista que medita en las cuevas cercanas. Es una inmersión en la biodiversidad y en la espiritualidad que define al noreste tailandés, la región de Isan, quizá la menos conocida pero una de las más auténticas del país.

Turismo verde: una apuesta por el futuro

La historia de cómo Hin Sam Wan ha pasado de ser un secreto local a un símbolo del ecoturismo en Tailandia está estrechamente ligada a un cambio de paradigma en la industria turística del país. Frente al deterioro que provoca el turismo masivo en playas y ciudades, Tailandia ha impulsado desde hace más de una década el programa “7 Greens”, que promueve un modelo sostenible centrado en la conservación y el respeto cultural.

La provincia de Bueng Kan, una de las más jóvenes del país, se ha convertido en un modelo de este tipo de desarrollo. En lugar de grandes complejos hoteleros, aquí predominan los alojamientos familiares, las visitas guiadas por locales y las experiencias culturales como las que ofrece el Museo de la Comunidad Viva, donde los visitantes pueden conocer la vida de la etnia Isan sin invadir su cotidianidad.

El propio parque de Phu Sing, donde se encuentran las “ballenas”, está gestionado con criterios de bajo impacto. Hay zonas de acceso restringido, límites de visitantes diarios y campañas activas de educación ambiental. El objetivo es claro: que este rincón de naturaleza primigenia pueda seguir sorprendiéndonos dentro de 100 años como lo hace hoy.

Una vista panorámica que parece sacada de un sueño: las “ballenas” de piedra emergen entre la espesura como si surcaran un mar verde
Una vista panorámica que parece sacada de un sueño: las “ballenas” de piedra emergen entre la espesura como si surcaran un mar verde. Foto: Autoridad de Turismo de Tailandia

Mito, ciencia y contemplación

Hin Sam Wan no solo es una joya geológica. Es también un lugar de resonancias mitológicas. En las leyendas locales, estas rocas fueron ballenas reales que se sacrificaron para salvar a los humanos durante una gran sequía. En agradecimiento, los dioses las convirtieron en piedra para que cuidaran del bosque eternamente.

Este tipo de narrativas, lejos de ser meras anécdotas folklóricas, son un ejemplo de cómo las culturas indígenas integran la ciencia natural en sus cosmovisiones. Y en el caso de Hin Sam Wan, esa integración parece perfecta: la ciencia nos dice que estas rocas son testigos de la era de los dinosaurios; la leyenda, que son guardianas de la selva.

Sea cual sea la interpretación que prefiera el visitante, una cosa es segura: nadie sale indiferente de este lugar. La escala de las rocas, el silencio del entorno y la majestuosidad del paisaje generan una experiencia que es, ante todo, contemplativa. Hin Sam Wan no se visita. Se siente.

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Cortesía de Muy Interesante



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