Pasaporte: la vocación de contar el mundo


Viajar es una escuela. Una escuela que, como todas en la vida, viene con sus partes luminosas y con sus rostros menos gratos. La emoción como un nudo dentro del pecho. El nerviosismo de las primeras veces. El acto meticuloso de empacar ya sea en maletas o en mochilas. Muchas veces, regresar con las manos vacías. Despertarse con la cabeza llena de sueños. Carreteras, paisajes, caminos insospechados, horizontes de nubes. El mundo visto desde las alturas. Países como maquetas, croquis de asfalto y luz, océanos inmensos, catedrales de nubes.

Lenguas extrañas, verbos ajenos, palabras innombrables, maneras lejanas de entender la vida. Sabores, esencias, olores y texturas; risas, silencios, atardeceres; habitaciones a media luz que se rememoran muchos años más tarde en las esquinas del silencio. Aviones, barcos, lanchas, pangas, bicicletas, andar a pie. Subir montañas. Oler las selvas. Nadar los mares, tocar la nieve, sentirse nuevo. Kilómetros y kilómetros entre vías de trenes, más allá de parajes desolados, de planicies desérticas y precipicios exuberantes. Cascadas, pueblos, cordilleras, metrópolis de rascacielos gigantescos, monumentos previos al tiempo, proezas de la arquitectura y la ingeniería, museos que conservan en sus salas grandes joyas del ingenio humano. Puertos, malecones, embarcaderos, calles adoquinadas, muros de bugambilias, terrazas de vinos y de velas, músicos melancólicos, antros y bares, cúspides de montañas, resorts, veleros inmóviles, laberintos de metro y transporte público, angustia de los aeropuertos, pirámides y monumentos, ríos y lagos, presas y embalses, aridez y desiertos, páramos gélidos.

Bibliotecas, barrios, restaurantes, comida callejera, muladares, marginación y excesos, felicidades y tristezas, memorias que se forjan en cada paso dado, en cada extraño que nos dedicó una sonrisa y al que no volveremos a ver nunca, solidaridad de los desconocidos, frialdad de un mundo donde no somos nadie, hospitalidad de la tierra nueva que nos recibe y nos recela cuando dejamos el umbral del hogar y nos adentramos al horizonte expectante de lo desconocido.

Viajar es adentrarse siempre en una manera distinta de entender el mundo a la forma a la que estamos acostumbrados. No siempre es necesario ir tan lejos. En un barrio aledaño, en el municipio vecino, en el estado distante, en el país del que nos separan líneas imaginarias, siempre habrá un panorama nuevo, una posibilidad, rostros y lugares que nos aguardan. Hay muchas maneras de viajar: desde hospedarse en hoteles de lujo con comodidades excesivas, con amenidades de champán y gastronomías de lujo, hasta perderse en las calles del destino seleccionado, tomar sus transportes públicos y hablar con su gente, entender sus tristezas, comer sus platillos de la infancia, leer sus maneras particulares de ver la vida, aunque muchas veces sean muy distintas a las nuestras. Hay viajes desafortunados, viajes memorables, viajes que buscamos confinar en el olvido y que, no obstante, conservamos en la memoria para siempre, porque también nos forjaron, nos dieron identidad y forma, y moldearon nuestro entendimiento del mundo.

En EL INFORMADOR, el mundo ha estado siempre al alcance de la página. La sección de Pasaporte, cada domingo desde hace décadas, ofrece una ventana a ese mundo más allá de una simple experiencia turística, sino el viaje entendido como una experiencia personal, algo que nos define o nos trastoca, una invitación a nuevas calles y ciudades, a nuevos sabores y personas. Desde Pasaporte, esta casa editorial ofrece a sus lectores destinos de todo tipo: desde los municipios cercanos, los estados que conforman la República Mexicana, hasta las grandes metrópolis del mundo. Pero Pasaporte también es un viaje a museos, a experiencias gastronómicas, a catedrales y colonias populares, a paraísos secretos, a esquinas maravillosas dentro de la ciudad misma, a historias, saberes y enseñanzas -también a lujos y comodidades, por supuesto-, pero sobre todo al viaje como experiencia de vida, a esos instantes en los que nos marchamos cargados de maletas y de sueños, esperando ser, al regreso -y con suerte- completos.

Esta casa editorial ha abierto las puertas a grandes colaboradores, en Pasaporte, como Vicente García Remus y Pedro Fernández Somellera. EL INFORMADOR

No hay ciudad, municipio, estado o continente sobre el que Pasaporte no haya escrito. A lo largo de las décadas, los lectores de esta casa editorial han leído sobre consejos de viaje para París, Nueva York, Londres, Tokio, Sao Paulo, Buenos Aires, Bogotá y La Paz. Pero entendiendo que el mundo es mucho más que las ciudades, Pasaporte ha ido a Chiapas, Yucatán, Baja California, Ciudad de México, a las costas de Guerrero, a todo cuanto hay en el país. Entendiendo también que el mundo está a la vuelta de la esquina, las páginas de este suplemento han recorrido cada región, cada Pueblo Mágico, cada cañada nublada y villa costera, cada barranca entre maizales, cada carretera de los municipios. Entendiendo, incluso, que viajar es más que una ciudad, un país o un Pueblo Mágico, Pasaporte ha descrito museos, plazas públicas, veredas gastronómicas, zonas arqueológicas, barrios pintorescos, lagunas y cascadas, carreteras legendarias, y todas las maneras posibles de conocer un lugar.

La vocación de esta sección es tan sincera que, en abril de 2007, Pasaporte fue galardonado como el Mejor Suplemento de Promoción Turística en Diario por el entonces presidente Felipe Calderón. Así lo agradeció este periódico el 1 de abril de 2007: “Lo que se vive viajando es tan grato, interesante y novedoso que se antoja compartirlo a los demás. Contar las aventuras en cascadas, ríos y mares, relatar los diversos encuentros con templos góticos y circos romanos. Compartir las alegrías y decepciones de tantos encuentros con la historia, la cultura y la gran diversidad humana que habita este hermoso planeta”.

“Ganar el certamen de periodismo turístico nacional denominado ‘La Pluma, La Lente y El Micrófono de Plata’ representa para nosotros, escritores, colaboradores, diseñadores y fotógrafos de Pasaporte, un reto y un compromiso más grande hacia ustedes, los lectores que cada semana leen este importante diario, y así mismo nos compromete a seguir adelante en nuestra labor diaria para dar a conocer los más bellos rincones del Estado, de la República Mexicana y del mundo entero”.

Aunque siempre hubo un suplemento enfocado en el turismo y los viajes, fue hasta noviembre de 1997, cuando comenzó una transformación de EL INFORMADOR, que nació como tal el suplemento de Pasaporte. La sección dejó incluso un legado artístico que trascendió al periódico mismo y que se insertó en el acervo plástico de Guadalajara por medio de las acuarelas luminosas de Jorge Monroy, en las que, a lo largo de décadas, el pintor dio pinceladas a universos fascinantes -los nuestros- en los que retrató al mundo.

Acuarela de Jorge Monroy que presenta un paisaje de Jalisco. EL INFORMADOR

Las acuarelas de Jorge Monroy

Jorge Monroy Padilla, nacido en 1951 en Morelia, Michoacán, es uno de los acuarelistas mexicanos más reconocidos de la segunda mitad del siglo XX. Estudió en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara, donde fue discípulo de maestros como Tomás Coffeen, Francisco R. “Caracalla”, Jorge Martínez y Alfonso de Lara Gallardo. Este último lo introdujo de manera decisiva a la técnica de la acuarela, que se convertiría en su medio predilecto. Su estilo se caracteriza por un equilibrio entre luminosidad y transparencia, con el que ha logrado retratar paisajes urbanos, rurales, costeros y marinos de México, y de manera muy especial, las regiones de Jalisco.

Desde 1976, Monroy emprendió un proyecto excepcional: durante 44 años consecutivos, cada domingo publicó una acuarela en el suplemento cultural Pasaporte. A lo largo de estas décadas produjo alrededor de dos mil acuarelas, de las cuales unas 250 corresponden a municipios y paisajes del Estado. Este trabajo constituye una memoria visual de enorme valor, pues no sólo plasma la belleza de los lugares, sino también registra cómo han cambiado con el tiempo, dejando constancia del deterioro o transformación de sitios que alguna vez pintó. Monroy retrató paisajes mexicanos con diferentes temáticas: interés histórico, arquitectónico, zonas arqueológicas, bellezas naturales, Pueblos Mágicos, monumentos culturales, tradiciones y costumbres de México.

Con un enfoque educativo, positivo y reflexivo, buscando dejar en el lector un pedazo del destino narrado y una invitación a que lo conozcan por sí mismos, Pasaporte ha sido, desde hace décadas, un recorrido a través del mundo y de sus mares, de sus ciudades y sus personas -y, por medio de la historia, de nosotros mismos.
 

Suplemento Pasaporte

Cortesía de El Informador



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