Patricia Suárez y el desafío que se plantea como autora teatral: “Quiero dejar 300 obras antes de morir”

En tiempos en los que la palabra parece estar devaluada, resiste en la pluma de escritoras como Patricia Suárez, que ostenta un “casi” récord: 218 obras de teatro registradas en Argentores. No concibe la vida sin escribir. Y defiende a capa y espada los mundos que crea. Contagia, con su decir apasionado, el entusiasmo por esas historias que inventa. “Me encanta estar en pijama escribiendo”, dice. Una imagen que habla por sí misma.

Actualmente, Patricia Suárez tiene tres obras de su autoría en cartel. Una es Korsakof, en el teatro El extranjero, una versión de otra obra suya, Amor de memoria. Esa pieza remite a la psicosis de Korsakof, un síndrome mental asociado al alcoholismo, caracterizado por desorientación y pérdida de la memoria reciente. En esta pieza, Adán sale, como casi todos los días, a comprar la comida. Ángeles, su esposa, lo espera. Él se vuelve a extraviar una y otra vez, y en uno de esos días conoce azarosamente a Amelia. Así los tres cuentan una historia de tres soledades, que para sobrevivir pasan por la negación, el amor y el desamor, y el olvido.

“La escribí hace tiempo y es la segunda vez que Pablo Razuk la dirige. Quise hacer un experimento con el humor a través del lenguaje. Y utilicé de fondo este padecimiento que es la psicosis de Korsakof, que les da mucho a los alcohólicos, que no recuerdan lo que hicieron y lo llenan con una mentira”, cuenta.

La otra es Lyra (en el teatro Border), dirigida por Roberto Lachivita, en la que intenta responder la pregunta que se hizo la autora antes de comenzar a escribir esa obra: ¿Qué hubiera pasado si el Rey Lear hubiera sido mujer?

“Me emocioné enormemente cuando la vi, me largué a llorar. Romina Pinto hace de Rey Lear en femenino. La escribí en el 2022, no recuerdo si antes o después del fallecimiento de mi mamá. Termina siendo una tragedia sobre el vínculo entre madres e hijas. Mi objetivo era imaginar una Reina Lear con tres hijas mujeres. ¿Sucede lo mismo que cuando el rey es hombre? Y no, porque el vínculo madre e hija es diferente. Y lo que sentí cuando la vi es: si una mujer madre está demasiado dedicada a su profesión, sus hijas no tienen más que reproches”, reflexiona.

“Toda tu profesión se va resintiendo si querés ser la madre perfecta que la sociedad pide, por ejemplo, desde el sistema educativo, que te pide dos reuniones antes del campamento, que participes en los actos escolares…”, enumera.

¿Cómo lo resolvió Patricia en su vida? “Como una pésima madre. Yo siempre digo: primero la escritura, después mi hija y después mi marido. Si yo no escribo, no soy buena persona”, confiesa.

Prolífica. Patricia Suárez tiene 218 obras registradas en Argentores y quiere llegar a las 300. Foto: Fernando de la Orden

Su marido, Claudio Aprile, es director de teatro, y va a dirigir La vergüenza, una obra de Suárez, inspirada en Carl Vaernet, “un médico del nazismo que, prófugo, en los ’60, vino a la Argentina. Venía de experimentar en los campos de concentración en Buchenwald”, anticipa sobre la obra que se estrenará en agosto, en el teatro Border. “En la Argentina puso una clínica de cura de la homosexualidad, en Palermo”, cuenta. La puesta trata sobre una familia “que se debate entre mandar a su hijo a la clínica de este tipo, sabiendo que es un nazi, o aceptar su homosexualidad”, relata la autora.

Por último, Días y noches tan lejos de Moscú, se presentó en el teatro El Crisol hasta el domingo pasado, con dirección de Julia Blanco y Jorgelina Herrero Pons -una versión libre de La gaviota, de Chéjov-, y ahora saldrán de gira por la provincia de Buenos Aires. Recientemente, Patricia también presentó Autocorrector, una obra corta, en Microteatro.

Necesidad de atrapar la palabra

Rosarina, hija de madre judía (“no soy creyente, pero me encantaría”), con un padre de origen católico, pero respetuoso y orgulloso de la estirpe judía de sus hijas, estudió Psicología durante cuatro años en la Universidad Nacional de Rosario, hasta que en una clase de Epistemología del sujeto III, el ayudante de cátedra usó un gesto impreciso para expresar una idea -porque no supo poner en palabras lo que quería decir-. Entonces Patricia, con sus veintipocos años a cuestas, salió de allí a buscar un espacio en el que las palabras no se escaparan, donde todo pudiera decirse sin pudor.

“Hasta ese momento, era muy lectora y tenía la fantasía de escribir historias de mis pacientes, a lo Rolón”, dice. La clase sobre los historiales de Freud fue el punto de inflexión. La crisis vocacional que la atravesó cuando ya había avanzado bastante en la carrera de Psicología, fue la puerta de entrada a una vida consagrada a escribir. Primero se dedicó al periodismo cultural: aunque escribía cuentos, pensaba que “con la literatura no iba a llegar a ningún lado”.

Escribía en el altillo de la casa de su abuela, mientras se escuchaba en la tele el programa de Moria Casán que su “nona” veía. Luego se dedicó a la literatura infantil, de la mano de Adela Basch.

Pero el destino le tenía algo guardado. En 1999, Mauricio Kartun, destacado dramaturgo y docente argentino, dio una charla en lo que era la Escuela Provincial de Teatro de Rosario. Patricia quería herramientas para su narrativa; quería “aprender a dialogar en la novela” y terminó descubriéndose como escritora de teatro. Empezó a viajar a Buenos Aires para seguir formándose con Kartun, obtuvo una beca para estudiar con él y fue así que escribió una primera obra. En Buenos Aires conoció al padre de su hija -el dramaturgo Ariel Barchilón-, fue mamá de Alegría (ahora de 21 años, estudiante de cine) y se separó muy pronto.

Patricia Suárez ganó el Premio Clarín Novela en 2003, con Patricia Suárez ganó el Premio Clarín Novela en 2003, con “Perdida en el momento”. Foto: Fernando de la Orden

En el 2002 se estrenó Las polacas, en El Patio de Actores. Patricia, que apenas conocía la ciudad, no entendía del todo qué pasaba. Era más de lo que había imaginado. “La obra iba a estar en cartel dos meses y terminó estando dos años”, repasa. Las polacas es una pieza que aborda la trata de mujeres en la Argentina. En el 2003, ganó el Premio Clarín de Novela, con Perdida en el momento. Y terminó de entender que lo suyo iba por ahí. Pensó en regresar a Rosario, con su beba en brazos, pero la directora Eva Halac le ofreció estrenar Rudolf en el teatro Cervantes. Y ya supo que tenía que quedarse en Buenos Aires.

No a los ensayos, sí a actuar

No participa de los procesos de ensayo de las obras que escribe. Se deja sorprender la noche del estreno. También le gusta actuar. “Debuté en un espectáculo de tango, en el 2021, que había escrito yo, en el teatro Gala, en Washington. El director me ofreció hacer de Tita Merello y lo hice. Total, si me abucheaban o me tiraban con algo, ¿quién me conocía allá?”, repasa.

“Miré videos de Tita Merello, pero apelé más a las cosas que mi abuela me había contado de ella”, dice. “Volví totalmente endulzada, con la idea de seguir actuando. Y al año siguiente, en el 2022, pusimos en escena Monsieur Proust, con Marisa Costas, y yo hice el papel de Celeste Albaret, una señora iletrada que terminó siendo la que le corregía los libros. Y ahí evoqué a mi otra abuela”.

Psicología siempre presente

Escribió tres novelas cortas, que este año publicará una editorial nueva, La escena del crimen. Los títulos son Tom -inspirada en el perro de la familia Belsunce, que trata sobre un secuestrador de perros-; La mujer no existe -sobre una viuda negra-, y Marcia -sobre una nena “carancho”-. En las tres, hay un psicoanalista. Porque Freud sigue siendo su “religión”.

“Me quedó un año de la carrera de Psicología y la tesis, y muchas veces pensé en hacer algo. No digo terminarla, pero me gustaría hacer un posgrado, para mí”, confiesa. “Me fui de la carrera con muchísimo rechazo y después me di cuenta de que la uso todo el tiempo para escribir. Tengo una novelita sobre terapia de grupo, donde se quejan de la psicología cognitiva, por ejemplo”, justifica.

A Patricia Suárez le falta un año y la tesis para terminar Psicología. Freu sigue siendo su religión. Foto: Fernando de la OrdenA Patricia Suárez le falta un año y la tesis para terminar Psicología. Freu sigue siendo su religión. Foto: Fernando de la Orden

Aunque su estado ideal es estar en su casa escribiendo -a veces piensa que si los vecinos la ven desde alguna ventana, creerán que ‘no hace nunca nada’, porque muchas veces está escuchando algún podcast, tirada en la cama, con los auriculares puestos, como parte del proceso creativo de alguna obra-, a veces anda de aquí para allá.

Estos últimos días, dio una charla en General Viamonte, participó de la Noche de las librerías en Rosario y en esa misma ciudad dio un taller de escritura de novela negra; y en Paraná, hizo una lectura dramatizada de una obra suya, Shylock, en el Festival Shakespeare. “Es la historia de un actor judío que hace durante toda su vida Shylock, como una manera de defender una visión judía del personaje”, explica con respecto a ese texto.

Buenos Aires es una ciudad privilegiada. Tenemos un teatro donde podemos hacer y decir lo que se te ocurre, lo que tengas ganas, es de una libertad asombrosa. Por ahí no tenés las condiciones de producción ideales, pero somos privilegiados. En los Estados Unidos, si no tenés 40.000 dólares para producir una obra, no va nadie a verla. Porque allá no importa el discurso, lo importante son los amenities”, reflexiona.

A pesar de definirse como “escritora de escritorio”, es sumamente inquieta; viaja, ve teatro y le encanta “cuando le encargan una obra; disfruto enormemente esto de pensar una obra para los actores. Me gusta ese desafío”, cuenta. Ahora está por escribir un unipersonal, “un monólogo disparatado”, para Marcelo De Bellis.

“Para mí, el teatro es la manera natural de expresarme”, asegura. “A veces escribo para poner humor en cosas que me están pasando, como me pasó en la pandemia”, repasa y explica cómo fue sumando guiones, obras de teatro breves y textos más extensos. “El récord es Ivo Pelay”, dice cuando se le pregunta sobre sus más de 200 títulos registrados. Pelay es el autor teatral argentino más fecundo. “Yo voy a tratar de llegar a 300 obras antes de morirme, así le gano”.

Cortesía de Clarín



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