
En el calendario climático, septiembre suele ser sinónimo de turbulencia en el Atlántico. Es el punto más alto de la temporada de huracanes y, con ello, una amenaza latente para la estabilidad energética mundial.
Este año, sin embargo, el mar se muestra inusualmente sereno: no hay tormentas en formación, y la calma contrasta con las previsiones de meteorólogos que anticipaban una actividad más intensa.
Pero mientras las aguas parecen apaciguadas, la verdadera tormenta se libra en los despachos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y sus aliados.
El domingo pasado, la OPEP+ sorprendió a los mercados al anunciar que aumentará su producción en octubre, aunque en un nivel mucho más bajo de lo que se esperaba. El movimiento disipó —al menos por ahora— los temores de una sobreoferta que había pesado sobre las cotizaciones en los meses recientes.
La reacción fue inmediata: el petróleo subió y el Brent volvió a instalarse cerca de los 67 dólares por barril.
La decisión de la OPEP+ dejó un mensaje claro: busca recuperar parte del mercado tras años de recortes, pero sin arriesgarse a inundar de crudo un entorno donde la demanda aún genera dudas.
Los números reflejan una confianza que no todos comparten. La Agencia Internacional de Energía, organismo con sede en París que asesora a las principales economías importadoras, prevé que para 2026 se configure un superávit histórico superior a tres millones de barriles diarios.
El argumento se apoya en dos factores: la desaceleración del consumo en China —motor del mercado en la última década— y la expansión de la oferta en América, desde el shale estadounidense hasta los campos emergentes de Brasil y Guyana.
La brecha entre ambas visiones ilustra la dificultad de trazar un mapa confiable en un mercado atravesado por la geopolítica, la transición energética y la volatilidad macroeconómica.
En cuanto al mercado financiero, varias petroleras han enfrentado un castigo en sus valuaciones ante la expectativa de precios más bajos del crudo, lo que las ha llevado a recortar guías y adoptar una postura más cautelosa en sus planes.
Aun así, los reportes del segundo trimestre de 2025 mostraron solidez operativa y estrategias de diversificación.
Chevron mantuvo una producción estable de 3.2 millones de barriles equivalentes diarios, respaldada por el Permian, TCO en Kazajistán y la integración de Hess. La empresa también dio un paso hacia los minerales estratégicos con la compra de 125,000 acres ricos en litio en Texas y Arkansas, al tiempo que elevó su capacidad contratada de gas natural licuado en la costa del Golfo a 7 millones de toneladas anuales, reforzando su flexibilidad comercial.
Occidental Petroleum destacó en la Cuenca Pérmica con 604,000 barriles diarios en Estados Unidos, volumen estable frente al trimestre previo, pero 9.2% superior al año anterior. Sus operaciones internacionales sumaron 113,000 barriles diarios, con incrementos de 9.7% secuencial y 10.8% interanual.
Vista Energy, de menor tamaño, pero clave en Vaca Muerta, mostró el mayor dinamismo: su producción de crudo promedió 102,200 barriles diarios (+79% a/a, +47% t/t), mientras que el gas avanzó 93% y 44%, respectivamente. Sus exportaciones alcanzaron 5.6 millones de barriles, más del triple en comparación con el mismo periodo del año anterior.
Con la OPEP+ y un entorno macro más favorable, el sector perfila una segunda mitad del año con mejores márgenes.
El contexto meteorológico agrega un matiz adicional. Aunque el Atlántico esté en calma, las temperaturas récord en el Golfo de México alimentan el riesgo de una intensificación rápida de huracanes si llegan a formarse en las próximas semanas.
Un solo evento de esa magnitud podría alterar de golpe la oferta, especialmente si golpea instalaciones críticas en la costa estadounidense.
Así, el mercado petrolero se mueve entre la calma aparente y la tensión latente. La OPEP+ se siente validada: sus recortes no hundieron los precios, como pronosticaban algunos, y la reapertura parcial de producción no ha provocado un desplome.
La confianza, sin embargo, es frágil: la demanda depende del pulso económico de Asia y de la política monetaria en Estados Unidos, mientras que, del lado de la oferta, bastaría un avance en la producción no convencional o un conflicto en Oriente Medio para alterar los equilibrios.
En este tablero de incertidumbre, la pregunta clave es quién tendrá razón: ¿la OPEP, que ve déficit y precios firmes, o la IEA, que anticipa superávit y presión bajista? Por ahora, los inversionistas parecen alinearse con la visión del cartel.
El petróleo es así: nunca ofrece certezas, solo giros bruscos que separan a los vencedores de los ingenuos.
Cortesía de El Economista
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