Una pregunta recurrente, dentro y fuera de la Iglesia Católica, es ¿por qué Francisco no visitó su país natal durante todo su pontificado? Para ese interrogante no hay una respuesta precisa que haya salido de la boca del propio Jorge Bergoglio quien, por el contrario, siempre se mostró formalmente dispuesto a venir al país. Recibió invitaciones de todos los presidentes en ejercicio, notas de los obispos y de la Conferencia Episcopal en pleno y numerosas manifestaciones de los fieles para hacerse presente en su tierra. Nunca se negó. Siempre dijo que el viaje estaba en consideración, pero jamás se transformó en un hecho. Esto a pesar de que algunas de sus visitas apostólicas lo llevaron hasta los países limítrofes: Brasil (2013), Paraguay y Bolivia (2015), Chile (2018).
A falta de una palabra directa por parte del Papa, las especulaciones ocupan el lugar de las explicaciones, tanto a partir de los rumores y trascendidos de quienes han sido inmediatos colaboradores de Francisco como de las conclusiones que se sacan a partir de diferentes razonamientos.
Ante todo cabe señalar que el hecho de que Jorge Bergoglio no haya visitado Argentina desde que fue designado como Papa en 2013 no puede leerse como una toma de distancia de su país natal, de su problemática y de la situación social y política en general. Por el contrario: el Papa se mantuvo informado a cada paso sobre lo que acontecía en el país. Así lo demuestran las reiteradas intervenciones públicas sobre temas políticos o sociales. Estuvo al tanto porque se lo informaban los obispos por distintos canales, pero también porque, ya sea en el Vaticano formalmente o en Santa Marta en tono más amistoso y descontracturado, Francisco concretó infinidad de reuniones con compatriotas. Esta fue siempre una fuente permanente de información para Bergoglio. A ello debe sumarse los mensajes, notas y documentos que por distintas vías le hacían llegar directamente desde todos los rincones del país. Existe constancia de que el Papa tomaba en cuenta estas informaciones porque, en buena parte de los casos, respondía a esas misivas. Algunas veces con mensajes breves, en otros con algo más de desarrollo y consideraciones. También hubo comunicaciones telefónicas aunque la mayoría de ellas quedaron en reserva.
A lo anterior hay que sumar que, con el tiempo, fue creciendo el número de argentinas y argentinos que se incorporaron al servicio de la Santa Sede y entre ellos varios se radicaron directamente en Roma. Por amistad y por funciones estas personas tuvieron un trato habitual con el pontífice y le aportaron también información sobre lo que estaba pasando en Argentina.
Desde el 2013 cuando fue electo, el Papa se entrevistó con todos los presidentes argentinos en ejercicio. Fueron en total trece encuentros. Siete de ellos con Cristina Fernández de Kirchner, dos con Mauricio Macri, dos con Alberto Fernández y los dos últimos con Javier Milei. Cada una de estas reuniones tuvo ribetes y circunstancias particulares, pero sin duda fueron también gestos de acercamiento al país.
El dolor de Francisco por no regresar a su tierra
Nada de lo anterior responde la pregunta inicial: ¿por qué Francisco no viajó a la Argentina?
Quienes han estado más cerca de Bergoglio reconocen que al Papa le pesó no visitar el suelo donde nació y que, sin duda, amó.
Una respuesta -que puede ser poco sólida- es que cuando se abrieron espacios en la apretada agenda del pontífice esas fechas coincidieron en años electorales en la Argentina. Decididamente el Papa nunca vendría al país en medio de una campaña electoral para evitar cualquier tipo de suspicacias o de utilización política de su presencia. Puede ser un argumento válido, aunque no parece suficiente.
Lo más convincente tiene que ver con el análisis que el propio Francisco hizo sobre el escenario político del país y, en particular, acerca de la llamada “grieta”. Tanto en su versión anterior, durante los gobiernos de Cristina Fernández, Mauricio Macri y Alberto Fernández, como en la actual de “batalla cultural” en el gobierno de Javier Milei.
La presencia de Francisco en el país habría movilizado multitudes, generando concentraciones masivas y enormes desplazamientos hacia los lugares de concentración. Habría sido, sin duda, una fiesta popular. Pero cada uno de esos actos se habría transformado en una escena política difícil de controlar por las presencias de autoridades, de funcionarios, de figuras políticas. Por presencia y por ausencia. ¿Con quién se encontró? ¿A quién no vio? ¿A quién saludo y a quien hizo referencia o no? Cada gesto –así hubiese sido casual o no buscado-, pero también cada palabra pronunciada, habría dado lugar a lecturas e interpretaciones posiblemente encontradas y contradictorias.
A toda costa el Papa no quiso verse envuelto en esa situación.
Mucho menos en posibles enfrentamientos o disputas que pudieran derivar como consecuencia no deseada de su presencia en el país. Francisco, constante predicador de la “cultura del encuentro” a partir de la aceptación de la diferencia, entendió que en la sociedad argentina no estaban dadas las condiciones para procesar ese mensaje. Ni siquiera a partir de la incuestionable autoridad de su palabra y de su investidura.
Dicho todo lo anterior, está claro que solo Jorge Bergoglio conoció en su intimidad la respuesta profunda, única y verdadera al interrogante inicial. De lo que sí hay certeza es que no haber vuelto a pisar su país le causó incomodidad y hasta dolor a Francisco. Por el hecho en sí, porque siempre deseó rencontrarse con su pueblo y con su feligresía, pero también porque no halló las condiciones para explicar lisa y llanamente y de manera pública los motivos.
Cortesía de Página 12
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