
IRVINE – El persistente acoso del presidente estadounidense, Donald Trump, a la Reserva Federal llegó a su punto álgido cuando le pidió a la Corte Suprema despedir a Lisa Cook, la primera mujer de color en integrar la Junta de Gobernadores de la Fed. Dado que los ataques a la independencia de la Fed infunden temor en los corazones de los economistas, cabría esperar que también alterarán a los mercados. Al fin y al cabo, los rendimientos financieros suelen beneficiarse de una percepción ampliamente compartida de una política monetaria estable y creíble, que a su vez depende de la separación institucional de las autoridades monetarias respecto de los cargos electos.
Sin embargo, los mercados se han mantenido relativamente tranquilos a pesar de un calendario arancelario sumamente volátil, recortes drásticos en la financiación federal para la investigación, medidas severas contra la inmigración y ataques a las instituciones independientes de recopilación de datos y formulación de políticas. Si bien muchas características de la agenda de Trump deberían preocupar a quienes poseen capital, dándoles fuertes incentivos para movilizarse y oponerse, hemos visto muy poca resistencia por parte de los grandes intereses empresariales. ¿Por qué?
Como estudioso que soy de la economía política internacional y de los actores del mercado financiero, se me ocurren seis posibilidades. La primera explicación es el razonamiento motivado. Tal vez las empresas y los mercados financieros simplemente no quieren creer que Trump vaya en serio con la aplicación de sus propuestas más extremas. Quienes apuestan por TACO (“Trump siempre se acobarda”) se han visto en gran parte reivindicados en su apuesta de que los aranceles más perjudiciales de Trump serían efímeros o estarían plagados de excepciones. ¿Por qué abandonar el barco si todo son bravuconadas?
Una segunda posibilidad tiene que ver con la ideología de los participantes del mercado. Los poseedores de capital pueden creer sinceramente que la mayor parte del gasto público en áreas como la investigación y la salud pública es un despilfarro, que la regulación es una carga uniforme y que la educación superior es un pozo negro de adoctrinamiento socialista. Si es así, les parecería bien que Trump les diera un hachazo a todos ellos.
Asimismo, esta ideología puede verse reforzada por los cortos horizontes temporales de las empresas, lo que apunta a una tercera explicación. Si bien los recortes drásticos en la financiación federal para la investigación perjudicarán obviamente la competitividad económica a largo plazo de Estados Unidos, los altos ejecutivos de las empresas no son precisamente personas con visión a largo plazo. El capitalismo de accionistas -el paradigma dominante- lleva a las empresas a descartar esos costos futuros. Si los precios de las acciones de las empresas se ven favorecidos por la quietud o la obsequiosidad manifiesta hacia Trump, los costos a largo plazo se convierten en un problema que se puede patear para más adelante.
Una cuarta posibilidad es que nuestras suposiciones sobre las preferencias de las empresas por la certeza, la estabilidad económica y la credibilidad política sean sencillamente erróneas. Algunos actores del mercado no solo pueden sacar provecho de la volatilidad bursátil sino que, además, el auge de un régimen plutocrático y personalista en Estados Unidos puede reforzar la confianza de las grandes empresas en su capacidad para conseguir recortes fiscales y una regulación y aplicación favorables. En este contexto, la incertidumbre y el caos generalizado provocados por Trump se convierten en un pequeño precio a pagar por el acceso al rey.
Una explicación relacionada se refiere a los incentivos de las empresas para unirse contra el rey. La movilización colectiva es difícil incluso cuando hay motivos sólidos para ello. Si las empresas individuales creen que pueden obtener favores o concesiones más valiosas del régimen de forma unilateral, considerarán que la presión colectiva no vale la pena -o incluso que va en contra de sus propios intereses-. Trump ha señalado con regularidad a empresas concretas para condenarlas y ya ha ejercido todo el poder del ejecutivo contra bufetes de abogados, universidades, medios de comunicación y empresas privadas. Mientras que algunos pueden guardar silencio con la esperanza de obtener concesiones, otros pueden verse impulsados por el miedo a las represalias.
Una última razón tiene que ver con la forma en que los mercados procesan la información. Como demuestra mi propia investigación, los modelos de riesgo de mercado y de valoración tienden a gestionar mal las crisis externas, relegándolas a los extremos desconocidos de la distribución cuando se consideran escenarios futuros. Como señala el economista, y premio Nobel, Paul Krugman, “los mercados actúan como si todo fuera normal hasta que resulta evidente que no lo es”.
Asimismo, como han argumentado John Maynard Keynes y Nathan Tankus, los mercados no sintetizan la información tanto como sugiere la opinión generalizada. Los operadores reaccionan menos a los acontecimientos que a cómo esperan que otros respondan, y esta dinámica podría estar introduciendo disyuntivas drásticas en la manera en que los mercados perciben y valoran los riesgos de las políticas de Trump.
Por supuesto, estas explicaciones no son mutuamente excluyentes. La estructura de capital y de propiedad de las empresas, su sector, su tamaño y su grado de integración en las cadenas globales de valor influyen en su disposición a oponerse a políticas económicamente perjudiciales. Es muy probable que algunas empresas confíen en su capacidad para congraciarse con la administración Trump a cambio de su política preferida, mientras que otras están mucho preocupadas por que Trump recurra a Truth Social para llamar a un boicot en su contra.
Sin embargo, a pesar de la disposición de las empresas y los mercados a apostar por las ganancias a corto plazo por sobre los costos a largo plazo, nadie debería hacerse ilusiones: esos costos a largo plazo están por llegar.
La autora
Erin Lockwood es profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad de California, Irvine.
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