
Hace muchos años, en los cruces de las calles de las zonas aledañas al centro, estaban colocadas unas placas de lámina pintadas de color verde y de color rojo con una flecha al centro de color blanco que señalaba el sentido de circulación; permitían determinar quién tenía la “preferencia” y los que transitaban por las que decían “circulación” necesariamente debían detener la marcha del vehículo para dar paso a los otros. El tránsito era fluido y ordenado; se respetaban cabalmente los señalamientos.
La identificación de las calles era igual de simple. No estaban las láminas azules de hoy; la señalización era un cuadrito de mampostería adosado en las esquinas, de color verde bajito, y tenía el número de la calle (casi todas estaban numeradas), el número de cuartel y el de la manzana.
Las calles del oriente de la ciudad se conocían por el número más que por el nombre; conforme uno iba “subiendo”, eran números pares y cada cuadra aumentaba de dos en dos; por ejemplo, la 32, la 34, la 36, la 38.
La 38, que era de las más alejadas del centro y de las más famosas, pues allí se instaló el Baratillo, un tianguis que es de los más largos que se conocen. Pocos saben que esa calle 38 se llama Juan R. Zavala, en honor de un célebre médico oriundo de Atotonilco, que llegó a ser Gobernador del Estado de Jalisco en tiempos de Porfirio Díaz, pero es más conocida simplemente como la 38 o “la del barullo”.
La 46 o Esteban Loera, un líder obrero de principios del siglo XX que contribuyó a la creación de los sindicatos de filarmónicos y a la Casa del Obrero Mundial, era ya de las últimas, puesto que estaba en la orilla, por el rumbo del antiguo edificio de la Penitenciaría del Estado, en las calles Gómez de Mendiola y Sebastián Allende, en la colonia Oblatos.
En cambio, hacia el poniente, las calles se identificaban con nombres propios más que con numeración; por ejemplo: Pedro Moreno, Morelos, Degollado, Venustiano Carranza, Humboldt, Hidalgo, Juárez, Vallarta, Pedro Loza, Liceo, Donato Guerra, Ocampo, Galeana, entre otras.
Las plaquitas metálicas rojas y verdes que les mencionaba, y que tenían el letrero de “preferencia” o el de “circulación”, permitían controlar adecuadamente el tráfico de la zona centro de la ciudad.
Las calles de oriente a poniente y viceversa tenían preferencia de paso frente a las que cruzaban en sentido de norte a sur y viceversa. Todos los automovilistas y peatones lo sabíamos y no se requería de semáforos; en el mero centro los agentes de tránsito dirigían el tráfico parados en su banquito de madera, muy elegantes con su uniforme café, guantes blancos y quepí, pero en las calles aledañas no era necesaria su presencia, pues los automovilistas y choferes de camiones sabían perfectamente que las calles que tenían el letrero de “circulación” tenían que ceder el paso a las de “preferencia”.
Tiempo después se fueron ensanchando las calles, vinieron los boulevares, las calzadas, las avenidas, y se les dio de manera automática la preferencia de paso frente a las calles, aunque la circulación fuera de oriente a poniente o al revés, y poco a poco se fueron perdiendo esos señalamientos; dejaron de usarse y ahora solo aparece la flechita que indica el sentido de la circulación, pero no quién tiene la preferencia de paso.
Antes, se manejaba con precaución y cuando alguien que no tenía preferencia intentaba cruzar, lo hacía poco a poco, porque era costumbre generalizada -sobre todo de los choferes de los carros de sitio- tocar el claxon poco antes del cruce si iban por la calle de preferencia para avisar su inminente paso, y de esta manera obligaban al que cruzara a ser muy precavido y evitar choques; y la verdad es que todos respetábamos esos señalamientos.
Además, el hecho de ir por una calle de preferencia no significaba excederse en los límites de velocidad; el andar era más pausado, precisamente porque pudiera algún automovilista o ciclista no estar familiarizado con los señalamientos y cruzarse sin precaución. Por aquellos tiempos, el Departamento de Tránsito tenía un eslogan muy conocido que decía: “Use frenos, no use claxon”, para privilegiar la ciudad silenciosa y quieta y tratar de desincentivar el uso del claxon en cada cruce de calles.
Hoy día, nuestra Perla está llena de ruidos ensordecedores de camiones, sirenas, vehículos de carga, maquinaria de construcción, los bocinazos, las motos, los carros con headers… ¡Híjole!, qué distinta de aquella ciudad por la que también circulaban muchos vehículos, pero era más apacible, más silenciosa, más tranquila y ordenada.
Por la noche también había algo muy interesante: cuando uno iba manejando por la calle de preferencia, ponía antes del cruce las luces altas del vehículo dos veces, en lugar de usar el claxon, y esa era la señal de advertencia para anunciar el paso.
Ya les he platicado de “El Banderilla”, un chofer de taxi del sitio de El Carmen, amigo de la familia, que le daba servicio a mi abuelo, y cuando íbamos a bordo de su De Soto, cuando iba a cruzar de noche las calles de preferencia, bajaba las luces de su coche y ponía los cuartitos, o de plano las apagaba, para observar con más claridad que no viniera otro carro, para tener todavía mayor seguridad al cruzar la calle y cerciorarse de hacerlo libremente.
Hablando de aquellas calles de Dios y los viejos autos, ustedes recordarán sin duda que antes de que los vehículos tuvieran la palanca de luces direccionales, las señales se hacían sacando el brazo por la ventanilla del automóvil. Si se hacía horizontalmente la señal, era que daría vuelta a la izquierda; el brazo por fuera y caído en línea paralela a la portañuela era que estaba a punto de detenerse; y si se sacaba hacia arriba, era señal de que se daría vuelta a la derecha. Algo que hoy está en completo desuso, claro, porque los avances tecnológicos de los vehículos han facilitado su conducción, y además las brillantes luces rojas traseras o de stop advierten la inminente parada del vehículo.
Cuando nos hacían el examen para expedirnos la licencia para conducir vehículos, parte del cuestionario era conocer e identificar perfectamente todas las señales, desde las flechas de circulación de calles, saber cuáles tenían sentido preferente a otras, los límites de velocidad permitidos y las señales del propio agente de tránsito, que cuando estaba de frente o de espaldas al tráfico significaba alto, y si estaba de perfil significaba el siga, o las que les platico de los brazos, hoy completamente impensadas, pues la mayoría circulamos con las ventanillas cerradas, porque además, si uno quisiera ser medio retro, por una parte los automovilistas de atrás no entenderían nuestras señales y, por otra parte, difícilmente regresaría uno a casa con su reloj y, a lo mejor, hasta sin la mano.
Bueno, por hoy aquí le paramos. Disfruten de su café o su tisana acompañados con galletitas o el clásico bísquet. Aquí los espero el próximo domingo en EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia.
Cortesía de El Informador
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