¿Puede Trump lograr paz eterna en Gaza?

BERLÍN – Las guerras del pasado en Medio Oriente no solo provocaron inmenso sufrimiento humano: también crearon nuevos caminos hacia la paz. Lo mismo puede decirse de la última guerra en Gaza y la región más amplia. Israel y Estados Unidos debilitaron en forma significativa (y quizá decisiva) el “Eje de la Resistencia” (dirigido, financiado y armado por Irán) y el programa nuclear iraní. Los líderes de Hezbolá (en el Líbano) y Hamás (en Gaza) fueron eliminados, y derrocado el régimen de Asad en Siria. Medio Oriente ya no es el lugar que era; entre los grandes perdedores están Irán y su Eje de la Resistencia.

Todos los rehenes vivos retenidos por Hamás desde el 7 de octubre de 2023 regresaron a Israel. Aunque Gaza esté casi totalmente destruida, por el momento han cesado las hostilidades formales, lo que significa un gran avance, en vista de la magnitud de la tragedia humanitaria que allí se vive. El presidente estadounidense Donald Trump y sus negociadores merecen gratitud y reconocimiento por lo que lograron.

Pero todavía falta la parte más difícil: el proyecto de establecer lo que Trump llama paz “eterna”. La situación exige decisiones políticas audaces de todas las partes (no solo gestos retóricos, sino cambios reales in situ) y pronto. Además, para que la paz (o la mera gestión de conflictos) en Medio Oriente tengan alguna posibilidad, hay que acordar una hoja de ruta viable.

La paz solo llegará si los dos pueblos que reclaman la misma tierra están dispuestos a reconciliarse. ¿Hay mayorías en Israel para ello, o en el lado palestino? ¿Puede Donald Trump obligar a ambos lados a mantener el rumbo, y tendrá Estados Unidos la perseverancia necesaria para llegar hasta el final? A menos que todas las partes se comprometan a renunciar de forma duradera a la violencia y volver al reconocimiento mutuo del derecho del otro a la existencia (en otras palabras, un regreso a los Acuerdos de Oslo) no podrá haber paz. ¿Es eso posible con el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu, que rechazó una solución de dos Estados?

La necesidad más inmediata es un proceso político, con un calendario y pasos acordados. Sin eso, no habrá paz, ni voluntad de la comunidad internacional de financiar la reconstrucción de Gaza (que es otra prioridad urgente).

¿Qué será de los dos millones de palestinos de Gaza sin vivienda ni atención médica? No es buen presagio para el futuro que una población en su gran mayoría joven haya quedado privada de empleo, educación y capacitación. Es el caldo de cultivo perfecto para islamistas radicales como Hamás o para otros grupos terroristas contrarios a la causa de la paz.

Pero ¿quién gobernará y administrará Gaza, o proveerá seguridad y desarmará a Hamás? ¿Quién del lado palestino puede convertir la ficción diplomática de un “Estado de Palestina” en la realidad de un vecino de Israel pacífico y seguro? ¿Y hasta qué punto será necesario desmilitarizar ese Estado? Es difícil que los gobiernos árabes se comprometan material o políticamente con una hoja de ruta que carezca de un proceso creíble para la creación de un Estado palestino (aun cuando la guerra de Gaza demostró que una cuestión palestina irresuelta puede tener peligrosas consecuencias a largo plazo también para ellos).

También hay que hablar de Israel. ¿Está dispuesto el gobierno actual a aceptar la partición del territorio histórico del Mandato de Palestina, incluidas Cisjordania y Gaza? ¿Y qué hay de la dificilísima cuestión de Jerusalén y la todavía más complicada del Monte del Templo? Por el vínculo que siempre ha tenido esta región (y Jerusalén en particular) con las tres religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam), los representantes de cada una tendrán siempre un papel decisivo en las negociaciones políticas. Sobre todo hacia el final de las posibles conversaciones de paz, serán fundamentales los mensajes religiosos y las promesas de las más altas autoridades (y cómo se los interprete).

Si Trump realmente cree lo que dice, entonces asumió una carga tremenda. Hizo campaña con la promesa de que EU dejara de ser el gendarme del mundo, pero ahora asume lo que podemos considerar el desafío más difícil de la política internacional contemporánea. EU, con su inmenso poder, es la única potencia con posibilidades de éxito. Pero ¿tiene Trump la paciencia y la resistencia que demanda la tarea? Un fracaso profundizaría la inestabilidad en Medio Oriente. Europa, vecina de la región, debe tenerlo siempre muy presente.

El autor

Joschka Fischer, exministro de asuntos exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, fue durante casi veinte años uno de los líderes del Partido Verde Alemán.

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Cortesía de El Economista



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