Qué hacer en Guadalajara: “Hacks”, secretos y curiosidades para redescubrir el Centro Histórico


El Centro Histórico es una parte elemental de la ciudad de Guadalajara. Querido por muchos por innumerables y bien sustentadas razones, odiado por otros por caótico, lo cierto es que la Perla Tapatía no puede entenderse sin ese espacio. No solo porque es el inicio de la ciudad, el punto de partida de nuestra historia —cuando no era más que una pequeña villa de españoles trashumantes a un costado del entonces río San Juan de Dios—, sino porque entre sus calles, espacios y esquinas se conjuga mucho de lo que nos da identidad y esencia como tapatíos. Identidad que, obnubilada por lo cotidiano, por el tránsito diario y la costumbre, nos despoja del recurso de la sorpresa.

Pero lo cierto es que el Centro Histórico está repleto de curiosidades, de detalles bizarros, divertidos e inesperados aguardando en esquinas, estacionamientos y conventos antiguos, a pie de calle, sobre los sitios de todos los días. Siempre es posible redescubrir lo nuestro mirándolo desde otros ojos, internándose en calles no recorridas, en pasajes donde uno todavía no se ha atrevido a aventurarse, para encontrar que mucho de la magia reside precisamente en lo cotidiano.

Mirar el atardecer de Guadalajara

Los atardeceres en Guadalajara siempre dejan imágenes memorables: nubes enredadas entre el alumbrado público, crepúsculos escurriéndose entre las hojas de los árboles, oscuridad, colores y cerros. Pero la ciudad adquiere un encanto especial vista desde lo alto, la ciudad como un océano de azoteas, de calles como torrente sanguíneo de personas y vehículos, de vidas coexistiendo en los instantes. Desperdigados a lo largo y ancho del Centro Histórico hay sitios privilegiados, con perspectiva de atalaya, desde donde es posible contemplar toda la ciudad bajo las parsimonias breves del atardecer.

Estacionamientos como el Parroquia —ese caracol ascendente, ubicado sobre Morelos, a tan solo unas cuadras de la Catedral— ofrecen una panorámica completa de la ciudad desde sus cuatro puntos cardinales, desde el otro y este lado de la calzada, nuestros cerros, calles, monumentos y torres infinitas de iglesias, como una maqueta, un croquis vivo del otrora Valle de Atemajac. Al atardecer, la vista desde este sitio es especialmente bella, con Guadalajara oscureciendo sus vientos a la presencia de la noche. No son necesarias las terrazas, los bares costosos ni las experiencias imperdibles que ofrecen decenas de bares. Mucha de la magia de la ciudad reside en lo cotidiano. Basta con caminar, perderse un poco, explorar.

Tras la pista de los túneles antiguos

Es bien conocida la leyenda de los túneles de Guadalajara, donde se entremezclan la realidad y la fantasía. Los túneles existen, y en efecto se encuentran bajo las calles de la ciudad, dando testigo de esto decenas de exploradores urbanos cuyos videos en YouTube recorren las entrañas de la Perla Tapatía, atravesando las oscuridades donde fluye el agua, entre laberintos de raíces y piedras. Dichos túneles fueron construidos hace siglos por Fray Pedro Antonio Buzeta, un gran ingeniero de su tiempo que llegó a la ciudad en 1731, y que fue el responsable de este proyecto de ingeniería antigua con el fin de traer agua de manera subterránea a Guadalajara.

Una buena manera de redescubrir el Centro Histórico —y Guadalajara en sí— es yendo tras la pista de los túneles. Aunque la entrada ya no es posible, en sitios como el Ex Convento del Carmen y el Patio de Los Ángeles, en el barrio de Analco, es posible encontrar los antiguos accesos que antes conectaban con las entrañas de la ciudad. En la Casa Reforma, Centro Cultural para la Niñez, se encuentra un pozo —tapado con cristal— que tiene acceso directo a los túneles. Nada de esto es leyenda o mito, sino simples fragmentos de lo que dejó el tiempo, un vistazo a la historia subterránea de la ciudad.

Encontrar las desarmonías armoniosas de la Catedral

La Catedral de Guadalajara es, por excelencia, la joya arquitectónica de la ciudad. Pero es tan cotidiana que la pasamos por alto en sus curiosidades —que son varias— y elementos incomprensibles. Esas torres características ni siquiera son las originales: las primeras cayeron a causa de desórdenes telúricos, y las que hoy son conocidas en todas partes datan de 1854. La catedral también cuenta con un órgano francés y criptas que guardan los restos de obispos, cardenales y 28 mártires de la Guerra Cristera; asimismo, combinando el milagro, la fe, el mito y lo imposible, alberga las reliquias de Santa Inocencia, una niña mártir romana.

En la misma fachada —vista de frente—, bajo su torre izquierda hay una ventana circular; mientras que, bajo su torre derecha, esta ventana no es circular, sino rectangular, pero está tapada, cubierta por ladrillos. En la misma torre izquierda, bajo esta ventana circular, hay una ventana rectangular, que no está presente bajo la torre derecha. Es decir, hay discordancia, elementos que faltan, y esos no son más que pequeños ejemplos de las diversas curiosidades que se encuentran desperdigadas en torno al edificio, que solo pueden ser descubiertas con paciencia y mirada.

Las infames y exquisitas donitas del Centro Histórico

Quien ha ido al Centro Histórico identificará en el olfato ese hálito característico que parece estar agarrado hasta de las uñas en el aire y que, aunque muchos desconocen su procedencia, tiene como origen las legendariamente famosas donitas del Centro Histórico, freídas en aceite, manjar para algunos, espanto para otros. Pero ¿cuántos las han comido? ¿Están a la altura de su fama? Con más de 70 años trastocando el aroma de los tapatíos, formando ya parte del lenguaje comunal y del imaginario local de la ciudad, lo cierto es que no muchos las han probado. Y un buen punto de partida para redescubrir la ciudad —y vivir la experiencia por uno mismo— sería vencer todo prejuicio, adversidad y duda, y probar por primera vez las infalibles donitas, presentes en el Centro Histórico desde 1947. Solo algo bueno puede durar así de tanto.

El balazo en el reloj de Palacio de Gobierno

El balazo en el reloj del Palacio de Gobierno de Guadalajara es uno de esos detalles cargados de historia que muchos tapatíos miran sin saber que detrás hay un episodio de la Revolución Mexicana. Durante la decena trágica de 1914, el general Manuel M. Diéguez, Gobernador Constitucionalista de Jalisco, se encontraba en el Palacio de Gobierno cuando un soldado villista —de las fuerzas que entraron a Guadalajara en uno de los enfrentamientos revolucionarios— disparó contra el edificio. La bala impactó en el reloj central de la fachada, marcando una hora simbólica: las tres de la tarde, momento que quedó congelado en el tiempo.

La versión más difundida cuenta que el disparo se realizó durante una refriega en la Plaza de Armas, cuando las tropas federales defendían el Palacio de Gobierno. El proyectil alcanzó el reloj y lo dañó, dejando como cicatriz una hendidura que aún se puede ver desde la calle. Con los años, ese impacto se convirtió en una huella visible de la historia violenta de la Revolución, una especie de recordatorio de los tiempos en que el centro de Guadalajara fue escenario de fuego cruzado.

Hoy, el balazo en el reloj del Palacio de Gobierno se conserva intencionalmente: nunca se restauró del todo para que los visitantes puedan observarlo. Es un gesto de memoria, una forma de mantener viva la historia del edificio, que ha sido testigo de guerras, protestas y transformaciones políticas desde el siglo XVIII. En suma, ese pequeño agujero en la fachada no es un simple desperfecto arquitectónico: es una marca del tiempo detenido por la violencia revolucionaria, una metáfora de cómo la historia también deja cicatrices en los muros de la ciudad.

Cortesía de El Informador



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