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- Autor, Guillermo D. Olmo
Para Donald Trump Somalia es un país que “apesta” y quienes migraron de allí a Estados Unidos y sus descendientes, “basura” que hay que sacar.
El presidente estadounidense sorprendió el pasado martes con un ataque frontal a los somalíes durante una reunión televisada en la Casa Blanca.
De ellos dijo que “solo corren de acá para allá matándose los unos a los otros”, y anunció su intención de ordenar una operación migratoria en Minnesota, que alberga la mayor comunidad de somalíes en EE.UU.
Minnesota es también el estado en el que resultó elegida la demócrata Ilhan Omar, la primera congresista estadounidense de origen somalí de la historia, que habitualmente intercambia duras críticas y reproches con el presidente.
El mandatario ha descrito el estado como un “centro de actividades de blanqueo de capitales”, señalándolo como base para su decisión de poner fin a las protecciones contra la deportación de cientos de inmigrantes somalíes.
El comentario hace referencia a un escándalo que se remonta a la pandemia de covid. Según las autoridades, el fraude se arraigó en algunos sectores de la comunidad somalí de Minnesota, donde decenas de personas amasaron pequeñas fortunas creando empresas que facturaban a las agencias estatales millones de dólares por servicios de alimentación que nunca prestaron.
Los fiscales federales afirman que hasta el momento 59 personas han sido condenadas por las estafas y que se han robado más de US$1.000 millones del dinero de los contribuyentes en tres tramas que se siguen investigando.
Somalia es hoy uno de los países desde los que está prohibido viajar a EE.UU. y el presidente ha asegurado que pondrá fin al programa de protección temporal que durante años amparó a muchos refugiados originarios de la nación africana.
“No los queremos en nuestro país. Dejemos que vuelvan al lugar de donde vinieron y lo arreglen”, zanjó Trump.
¿Pero cuál es la situación en Somalia? ¿Y qué papel ha jugado y juega Estados Unidos en lo que allí sucede?
Las “múltiples crisis” de Somalia
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Ubicado en la región del Cuerno de África, a orillas del océano Índico y el estratégico golfo de Adén, Somalia es un país de mayoría musulmana muy árido propenso a las sequías y a las hambrunas que estas provocan.
Con un Producto Interno Bruto (PIB) entre los más bajos del mundo, el Banco Mundial estima que un 54% de sus habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza.
Con una economía poco desarrollada y la agricultura su sector principal, Somalia lleva décadas sumida en una guerra interna que ha atravesado diferentes fases y en la que han intervenido varias potencias extranjeras.
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El caos comenzó con el colapso del régimen militar de Mohamed Siad Barre en 1991, que abrió paso a décadas de violencia y anarquía.
El gobierno federal afincado en la capital Mogadiscio, que cuenta con el reconocimiento internacional, lleva años intentando con el apoyo de una misión militar de la Unión Africana derrotar a los grupos insurgentes y establecer un control efectivo del país.
Las rivalidades entre clanes y los intereses foráneos, sumados a la impopularidad del gobierno en amplias zonas del país, han hecho imposible lograr un estado estable y funcional.
En el norte, en los territorios antiguamente bajo protectorado británico, la región de Somalilandia declaró su independencia en 1991, y aunque no ha sido reconocida internacionalmente como estado independiente lleva desde entonces funcionando totalmente al margen de Mogadiscio.
Al este de Somalilandia, la región de Puntlandia, aunque formalmente uno de los estados federados de Somalia, funge como una entidad autónoma en la que en los últimos años se ha hecho fuerte un núcleo de combatientes de la milicia extremista de Estado Islámico.
“Se estima que no son más de 400, pero se han asentado en una zona montañosa del norte estratégica por su cercanía al golfo de Adén, por donde llegan las armas a través de Yemen”, país vecino también en guerra desde hace años, le dijo a BBC Mundo Jethro Norman, del Instituto Danés de Estudios Internacionales.
En la actualidad, la insurgencia de Al Shabab, grupo afiliado a Al Qaeda que controla gran parte del sur del país y ha sido capaz de golpear en Mogadiscio con acciones que han causado decenas de muertos, se ha convertido en la principal preocupación de Washington y del gobierno federal.
“En términos de control territorial, es probablemente el grupo afiliado a Al Qaeda con más éxito”, le dijo a BBC Mundo Roger Middleton, director de gestión del centro de análisis Sabi Insight.
Middleton explica que “el gobierno logró poner a la defensiva a Al Shabab, pero ahora el avance se ha detenido o revertido”, y los rebeldes han vuelto a controlar amplias parcelas de territorio.
La misión de la Unión Africana ha ido reduciendo su tamaño y operaciones, en parte por el agotamiento de los países europeos que mayoritariamente la financian y los africanos que aportan las tropas. Ni unos ni otros ven avances sostenidos en la lucha contra Al Shabab.
Con menor apoyo, en los últimos dos años las fuerzas gubernamentales somalíes se han mostrado incapaces de mantener el control del territorio que le habían arrebatado.
Las fuerzas internacionales
A los actores locales hay que sumar las influencias extranjeras.
Actualmente, Estados Unidos, Turquía y Emiratos Árabes Unidos llevan con frecuencia ataques aéreos contra grupos insurgentes en Somalia.
Pero el país lleva siendo el escenario de acciones extranjeras de distinto signo.
En 2006, con el apoyo de Washington, las tropas de Etiopía invadieron Somalia para derribar a la Unión de Tribunales Islámicos, el movimiento político-religioso que se había erigido en gobierno de facto en amplias zonas del centro y sur del país.
La intervención etíope instaló el precario gobierno federal que desde entonces ha intentado -con escaso éxito- extender su control a todo el territorio.
Citada con frecuencia como ejemplo típico de Estado fallido, la historia reciente de Somalia muestra que el país vive, en palabras de Jethro Norman, “una sucesión de crisis intercaladas y simultáneas”.
Estas han castigado severamente a su población, sometida a duras condiciones de vida y frecuentes violaciones de los derechos humanos por parte de los diferentes grupos combatientes, según han denunciado organismos internacionales.
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“Black Hawk derribado” y drones
El ejército de Estados Unidos lleva décadas activo en Somalia.
En 1992, cuando diferentes “señores de la guerra” se disputaban el poder tras la caída de Siad Barre, el presidente estadounidense Bill Clinton lanzó la operación “Devolver la esperanza”, con el objetivo declarado de aliviar la hambruna en el país e instalar un gobierno democrático y capaz.
El 3 de octubre de 1993, una operación de comandos especiales para capturar a cabecillas rebeldes locales en Mogadiscio se torció cuando los insurgentes lograron derribar dos helicópteros Black Hawk estadounidenses.
El intento de rescatar a sus ocupantes desencadenó horas de combates en los que 18 militares estadounidenses murieron. Las imágenes de sus cadáveres arrastrados por las calles por una muchedumbre victoriosa golpearon a la opinión pública en el país norteamericano.
El episodio inspiró la exitosa película “Black Hawk derribado” de Ridley Scott y para muchos sigue siendo una herida en el orgullo nacional de Estados Unidos.
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“Aquello no se ha olvidado, ni en Estados Unidos ni en Somalia, y los años de bombardeos estadounidenses posteriores, con las víctimas civiles que han provocado, han causado una enorme desconfianza”, señala el experto Jethro Norman.
El suceso llevó a Washington a reducir al mínimo la exposición de sus tropas en el terreno, pero mantuvo su implicación en el escenario somalí.
En 2007 Washington inició sus ataques aéreos selectivos en Somalia.
La mayoría llevados a cabo mediante drones y dirigidos habitualmente desde la base estadounidense en Yibuti, han tenido como objetivos a “terroristas” alzados contra el gobierno federal.
A eso se ha sumado el entrenamiento a tropas del gobierno y, según varios observadores, ocasionales operaciones terrestres de ataque.
Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca a comienzos de este año, lo hizo con la promesa de terminar con las “guerras interminables” de Estados Unidos en el exterior.
Según declaró en mayo el general Michael Langley, jefe del Comando en África del Ejército de Estados Unidos (Africom), sus fuerzas habían llevado este año más de 25 ataques aéreos en Somalia, el doble que en todo 2024.
“Estados Unidos persigue activamente la eliminación de yihadistas”, dijo Langley.
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Pero informes de varios organismos muestran que las víctimas no siempre son yihadistas.
Africom ha confirmado que algunas de sus acciones acabaron también con no combatientes y Airwars, una ONG que monitorea las víctimas en conflictos, estima que las operaciones de EE.UU. en Somalia han dejado entre 92 y 167 civiles muertos, entre ellos al menos 25 niños.
“Cada vez que esto ocurre, muchos somalíes lo perciben como un ataque extranjero en apoyo a un gobierno federal al que muchos ven como corrupto, una idea que la propaganda de Al Shabab explota hábilmente”, señala Middleton.
El experto señala que para muchos son “ataques externos para sostener a un gobierno que es visto como una imposición”.
Por todo ello, está convencido de que las ofensivas “acaban fortaleciendo a quien se supone que buscan debilitar: Al Shabab”.
El paso del tiempo ha llevado a analistas a cuestionar la estrategia basada en ataques con drones del Pentágono.
Aunque Estados Unidos ha mantenido a lo largo de los años que el objetivo de sus acciones en Somalia ha sido apuntalar al gobierno federal y estabilizar las instituciones del país, Norman considera que ese objetivo hace tiempo que pasó a segundo plano por la dificultad de conseguirlo.
“El verdadero empeño ha sido en realidad contener los problemas en Somalia y evitar que grupos como Al Shabab pudieran extenderse a otros países de la región, como Kenia o Uganda”, explica.
Pero, ¿por qué Trump, que se declara contrario a las intervenciones en el exterior, ha permitido un incremento de los ataques de Estados Unidos en un país en que, a juzgar por sus comentarios, no tiene ningún interés ni esperanza?
“Este gobierno parece haber estado más interesado en hacer invisibles las operaciones militares en Somalia que en ponerles fin, tal vez porque los ataques con drones le permiten dar una sensación de fuerza con un menor escrutinio y sin exponerse al riesgo de sufrir bajas”, cree Norman.
BBC Mundo no recibió inmediatamente respuesta a una solicitud de comentarios al Departamento de Estado.
Pero, sea lo que sea lo que orienta la política actual de EE.UU. en Somalia, el especialista no cree que vaya a dar los resultados deseados.
“Los mandos militares saben que no van a poder acabar con un fenómeno como el de Al Shabab solo con una guerra de drones”, subraya.
Las políticas de Trump y Somalia
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Además de la guerra y la pobreza, los somalíes sufren con frecuencia el castigo de las sequías, que provocan cosechas insuficientes y hambrunas.
Un informe del experto independiente de Naciones Unidas sobre los derechos humanos en Somalia, Isha Dyfant, concluyó que más de un millón y medio de niños somalíes se enfrentaban a desnutrición severa y 730 niños habían muerto en centros de nutrición en todo el país en 2023.
El documento destaca que “la severidad de las sequías en el Cuerno de África, incluida Somalia, no se hubiera producido sin el cambio climático provocado por la acción humana”, que las ha hecho “más frecuentes y extremas”.
El presidente Trump ha subrayado en varias ocasiones que no cree que el cambio climático sea una amenaza y en un discurso ante la Asamblea General de la ONU en septiembre lo describió como “la mayor estafa a la que nunca se haya sometido al mundo”.
Pese a que su país es el segundo mayor emisor de gases que contribuyen al calentamiento global, Trump decidió retirarse del Acuerdo de París, el pacto internacional alcanzado para frenarlo.
El mandatario también ha reducido drásticamente la cooperación internacional de EE.UU. y desmantelado casi totalmente la agencia que la canalizaba, USAID, mientras en Somalia, según los informes de la ONU, los fondos no alcanzan para mitigar la situación humanitaria.
Solo el tiempo dirá si Trump es capaz de cumplir su enunciado deseo de devolver a los inmigrantes somalíes a su país y si mantiene su estrategia militar allí.
Mientras, lo que los expertos como Norman apuntan es que no se puede entender la historia reciente de Somalia sin el papel de actores externos como EE.UU.

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Cortesía de BBC Noticias
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