Hace 40 años, el 13 de julio de 1985, se realizó Live Aid, con dos conciertos simultáneos en el estadio Wembley de Londres y en el John F. Kennedy Stadium de Filadelfia para recaudar fondos a beneficio de Etiopía y Somalia, que sufrían una hambruna sin precedentes.
La plana mayor de estrellas más populares del rock y el pop anglosajón dio el presente, por ejemplo Sting, Elton John, Duran Duran, Phil Collins, Dire Straits, U2, Madonna, Paul McCartney, Black Sabbath, Tom Petty, Bob Dylan, Mick Jagger, Tina Turner y Led Zeppelin. En total hubo más de 70 artistas.
Pero la actuación que sobresalió, al punto de haber sido elegido en 2010 como el mejor concierto en vivo de la historia, fue la de Queen. Duró apenas 21 minutos, pero en ese corto lapso condensó lo mejor de su carrera y marcó la historia de la música.
El año previo al concierto benéfico organizado por Bob Geldof y Midge Ure, la banda de Freddie Mercury y Brian May había lanzado The Works, su undécimo álbum. Habían alcanzado el disco de platino, pero el cantante de Queen no estaba muy entusiasmado con salir de gira.
“Estábamos cumpliendo una especie de rutina”, declaró Mercury. “Quería salir de estos últimos diez años tan rutinarios. Era ir al estudio, hacer un álbum, dar la vuelta al mundo y para cuando volvíamos ya era hora de hacer otro disco”.
A Queen, tanto el festival Rock in Río de enero del ’85 como el gigantesco Live Aid solidario le vino como anillo al dedo para romper ese aburrido círculo. Y entregaron un concierto que hizo palidecer a todas las demás estrellas que ese día se subieron al escenario. No es casual que la película Rapsodia Bohemia (2018) termine con una recreación de esa actuación, tal vez el pico en la historia de la banda británica.
Empezaron con una versión abreviada de esa emblemática Rapsodia Bohemia, su exitazo de 1975. La lista preparada para ese día reunía varios de sus mayores éxitos: Radio Ga Ga, Hammer To Fall, Crazy Little Thing Called Love, y, para el final, dos himnos apoteóticos: We Will Rock You y We Are The Champions.
Cuando salieron al escenario del legendario estadio de Wembley, todavía no había caído anochecido. Mercury calzaba unas clásicas Adidas blancas con tres tiras negras, y lucía unos jeans Wrangler desteñidos, de tiro altísimo, subidos casi hasta el ombligo, y una musculosa blanca que destacaba su físico. Tenía 38 años.
Unos 74 mil espectadores fueron testigos en vivo de ese derroche de energía y talento de esa tarde: tal vez, el canto del cisne de Queen. Al mismo tiempo, entre 1500 y 1900 millones de personas en 72 países seguían la transmisión televisiva en vivo.
El avasallante manejo del escenario que tenía Mercury fue una de las claves de la inmortalidad de esos 21 minutos. Pero, como siempre a lo largo de la historia de Queen, sus compañeros de ruta lo acompañaron a la perfección.
Es que mientras algunas viejas glorias se habían juntado sin ensayar, por ejemplo Led Zeppelin, Queen le dedicó una semana entera a preparar la actuación: ensayaron durante siete días en el teatro Shaw, de Londres. Por eso, ese 13 de julio en Wembley se consagraron como los dioses más poderosos del Olimpo del rock & pop.
Cortesía de Clarín
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