La Bolonia del siglo XVII fue una ciudad ilustrada y de cultura efervescente. En este contexto estimulante, floreció una figura artística capaz de deslumbrar tanto por su precocidad como por romper moldes en un entorno eminentemente masculino. Se trata de Elisabetta Sirani. Nacida en 1638 en el seno de una familia de pintores, mostró desde muy joven un talento tan precoz como asombroso. Su padre, Giovanni Andrea Sirani, discípulo de Guido Reni, fue su primer maestro. Sin embargo, la joven artista, lejos de limitarse a repetir modelos ajenos, desarrolló muy pronto una personalidad pictórica autónoma que la distinguiría de otros miembros del taller familiar.
Una joven genio en la Bolonia del Seicento
La ciudad de Bolonia ofrecía un contexto único para quien quisiera dedicarse a las artes en todas sus formas. La urbe no solo contaba con numerosos pintores, sino que también albergaba a mujeres cultas y artistas como Lavinia Fontana, un precedente fundamental para Sirani. A los quince años, Elisabetta ya dominaba el dibujo con una seguridad tal que los visitantes del taller de su padre quedaban fascinados al verla trabajar en vivo. A los diecisiete, firmó su primer gran encargo: una pala de altar para una congregación en Parma. Aunque su carrera acababa de empezar, el reconocimiento público le llegó muy pronto.
Fama, velocidad y una firma como bandera
La leyenda de Sirani se cimentó no solo sobre su genio técnico, sino también sobre su velocidad y capacidad para complacer a una clientela cada vez más extensa. Era capaz de concebir y concluir obras en tiempos récord, un don que atrajo a visitantes de toda Italia, incluidos nobles y embajadores. Se cuenta que la duquesa Enriqueta de Saboya visitó su estudio y quedó tan impresionada que decidió presenciar varias de sus sesiones solo para verla pintar.
Sin embargo, tal éxito generó envidias. En una ciudad como Bolonia, donde muchos artistas competían por conseguir encargos y ganar prestigio, no faltaron quienes insinuaran que sus obras eran, en realidad, obra del padre, o que el volumen de su producción solo podía explicarse si otros trabajaban en su nombre. Para acallar los rumores, Elisabetta optó por firmar sus obras con caracteres bien visibles que reivindicaban su autoría con rotundidad.
La acusación más infundada, quizás, procedió de quienes veían en su genio una anomalía que solo podía explicarse por intervención masculina. Sirani se limitó a responder con hechos: multiplicó su producción —más de 200 obras antes de morir— y cultivó un lenguaje propio que, si bien recogía la herencia de Reni, no se limitaba a reproducirla. Su estilo se caracterizó por una fuerza expresiva inusitada, una delicadeza cromática refinada y una clara preferencia por las protagonistas femeninas de fuerte carácter.

Una escuela para mujeres artistas
En 1662, Sirani dio un paso revolucionario. Con apenas 24 años, transformó el taller familiar en una escuela de arte pensada en exclusiva para la formación de mujeres. Se trata de la primera institución europea de este tipo fundada y dirigida por una mujer. Allí se formaron no solo sus hermanas, Barbara y Anna Maria, sino también otras alumnas que provenían de familias nobles o con tradición artística.
Elisabetta enseñaba anatomía, perspectiva y pintura histórica. Desafiaba, así, el prejuicio que condenaba a las artistas femeninas a tratar temas considerados menores, como el retrato o la naturaleza muerta. Su academia no solo ofrecía instrucción técnica, sino también un espacio de legitimación social y profesional para las mujeres con vocación artística. Aunque la escuela desapareció tras su muerte, su mera existencia probó que la formación artística femenina podía institucionalizarse y producir excelencia.

Una vida digna de cine
El historiador del arte Massimo Pulini, profundo conocedor de la obra de Sirani, ha subrayado en entrevistas recientes que la biografía de la pintora contiene todos los ingredientes que caracterizan una gran película: una protagonista joven, decidida e innovadora; una fama repentina; un diario manuscrito que detalla su producción y clientes; y un final trágico e inesperado. Seún Pulini, quien se decidiese a rodar un biopic sobre Elisabetta Sirani, tendría a su disposición todos los factores para conseguir el éxito cinematográfico.
La relación con su padre, marcada por el respeto pero también por una voluntad de independencia, fue uno de los núcleos dramáticos de su existencia. Aunque Giovanni Andrea la formó, también intentó encauzar su carrera según sus propios criterios. Elisabetta, por el contrario, quiso —y logró— imponer un camino propio.

El diario de una artista
Uno de los documentos más valiosos para entender su trayectoria es el diario que escribió a lo largo de una década, entre 1655 y 1665. En este cuaderno de notas, Elisabetta recogía los detalles de cada encargo. Especificaba los datos del cliente, el tema de la obra y, en ocasiones, incluso anécdotas sobre su ejecución. Se trata, por tanto, de un testimonio único, que permite reconstruir con precisión no solo su producción, sino también su red de relaciones y su prestigio social.
Recientemente, Massimo Pulini ha editado este diario en un volumen titulado Il diario di Elisabetta Sirani (NFC Edizioni, 2025). La obra reúne, además, 55 pinturas inéditas de la artista y las 15 tablas de los Misterios del Rosario halladas en Montefiascone. Gracias a esta edición crítica y contextualizada, el catálogo de Sirani se amplía notablemente, y su lugar en la historia del arte barroco se afianza aún más.
Una muerte prematura y enigmática
El 28 de agosto de 1665, con apenas 27 años, Elisabetta murió de forma repentina. La noticia conmocionó a Bolonia. Aunque la autopsia determinó que su deceso había sido provocado por la perforación de una úlcera gástrica, circularon rumores de un posible envenenamiento por parte de una criada. Malvasia, un cronista contemporáneo, nunca aceptó del todo la explicación médica. El funeral de la artista se convirtió en un acto solemne, digno de un personaje ilustre: hubo música, discursos y homenajes poéticos. Sirani fue sepultada junto a Guido Reni en la Basílica de Santo Domingo.

Redescubrir a una pionera
La publicación de Il diario di Elisabetta Sirani en 2025 supone un hito en los estudios sobre arte barroco y sobre la historia de las mujeres artistas. Gracias al trabajo de Massimo Pulini, la figura de Sirani deja de estar limitada al ámbito de la anécdota para situarse entre las grandes maestras del arte europeo. Además de artista de talento excepcional, Elisabetta Sirani fue también una gestora eficaz, una docente visionaria y una mujer que entendió que el arte podía convertirse en una vía de emancipación.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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