¿Quítame esta soledad?

En diciembre de 2015, el diario The New York Times publicó la crónica “Morir solo en Nueva York”, nominada al Pulitzer en 2016. “Su cuerpo apareció en la sala. La policía lo encontró acurrucado sobre una alfombra sucia. Una vecina dio la alarma, alertada por el olor fétido que salía del apartamento, en un edificio cualquiera de la calle 79, al norte de Queens”, así iniciaba el texto.

El hombre era George Bell y tenía 72 años; había pertenecido a la Reserva del Ejército, luego se empleó en un negocio de mudanzas, sufrió una lesión y dejó de trabajar. En su cuenta bancaria tenía 264 mil dólares, un departamento, un auto, un seguro de vida y un testamento redactado en 1982, cuyos beneficiarios eran tres amigos y una amiga que al momento de su fallecimiento tenía décadas sin frecuentar. El monto total de la herencia fue de 540 mil dólares y los beneficiarios, sorprendidos, la recibieron y cambiaron su calidad de vida. George Bell vivía solo, pero ayudó a sus amigos a pesar de su aislamiento. Tuvo afectos, una red pequeña de amistades, supo convivir cuando quiso, era bromista, le gustaba pescar por horas al lado de un amigo y era un gran bebedor. Pero un día cerró la puerta.

Tal vez este texto periodístico marcó un parteaguas sobre un tema que tiene matices y laberintos insondables, pero que en los últimos años las neurociencias, la psicología, la sociología y la política se han ocupado de investigar. Algunos teóricos afirman que vivimos “el siglo de la soledad”, otros lo llaman “el siglo antisocial”, también hay quienes se atreven a concluir que esto es una “epidemia silenciosa” o “el gran mal de la era postpandémica”, pero es difícil negar que es hasta ahora el hecho social más importante del siglo XXI.

Los estudiosos del tema han abierto algunas ventanas para entender qué hay detrás del hecho de que millones de mujeres y hombres —por distintos factores— vivan una soledad no deseada o una soledad elegida. Ambas generan inquietud, la primera porque está asociada a una desconexión social, a la precariedad afectiva, inestabilidad emocional, altibajos económicos, vínculos comunitarios disminuidos, aislamiento digital, inestabilidad laboral y fragilidad familiar. Pero el asunto, sostienen varias investigaciones, no solo es personal sino que responde a estructuras económicas y políticas que desencadenan bucles de desigualdades y vulnerabilidades.

La Organización Mundial de la Salud marcó la alerta en julio de 2025, al informar que la soledad y el aislamiento afectan a una de cada seis personas a nivel global, convirtiéndose en un grave problema de salud pública mundial y que implica riesgos de morbilidad y mortalidad equiparable al tabaquismo.

Ilustración: Sólin @solinsekkur

La segunda, la soledad elegida, genera inquietud con distintos disparos, desde la celebración hasta la satanización; se le reconoce como un empoderamiento emocional, pero también tiene que soportar la crítica o la victimización social porque “pobrecitos viven solas y solos”. La soledad autoimpuesta provoca desconfianza, temor, incomprensión y malestar social. Es subversiva porque no sigue los modelos establecidos.

Este tipo de soledad tiene matices, porque puede empezar como una soledad no deseada y transitar hacia la soledad voluntaria, aceptada y no necesariamente resignada. Y también está la de las personas que han tejido fino su estatus “en solo”, con un grado de racionalidad apabullante; siempre han sabido que quieren el control de su tiempo, de su economía, no quieren pactos amorosos de sometimiento, ni codependencias que pongan en riesgo su paz mental. Sobre todo en la población femenina, la autoprotección es prioritaria ante la violencia en la pareja.

La apuesta entre quienes han elegido la soledad es el bienestar integral y no aceptan chantajes judeocristianos. Contrario a lo que se cree, logran rendimientos en varias dimensiones sociales, políticas, económicas e intelectuales. Trabajan en sus redes afectivas y fortalecen los vínculos comunitarios. Significa dar un giro, poner de cabeza la fórmula trillada de que la vida solo es el núcleo familiar y la vida conyugal.

Con todas estas variables, no es casual que se analicen las causas y consecuencias de estas conductas. Se ha convertido en un dolor de cabeza para los especialistas.

Para la economista Noreena Hertz, autora del libro El siglo de la soledad, la crisis de la soledad es un colapso de la confianza y un individualismo extremo en el que la tecnología, el diseño urbano, el trabajo gig y las políticas de austeridad han desmantelado las infraestructuras que fomentaban comunidad. Propone que debe haber intervención del Estado para reconstruir la confianza cívica y las conexiones en el trabajo y otros espacios públicos.

Por su parte, Robert Putman, en su libro Bowling alone, sostiene que la gente está “jugando sola”, en lugar de hacerlo en equipo. Dice que hay un evidente colapso de la convivencia social y el aislamiento se impone. Mientras que para Derek Thompson, periodista y redactor de The Atlantic, se ha desmantelado la “infraestructura del afecto”, esos terceros lugares de encuentro: bibliotecas, cafeterías, parques, vecindades que fomentan la proximidad, todo aquello que permite el encuentro casual y el afecto espontáneo.

Ilustración: Sólin @solinsekkur

Thompson no está equivocado, las nuevas prácticas de consumo digital han reducido el contacto social, pero también es una respuesta a la inseguridad urbana, la fatiga social y la ansiedad individual. El hogar se ha optimizado, el “prefiero mi casita, mis mascotas y mi comida en la puerta” parece una ecuación sencilla pero no es así. El espacio público, responsabilidad de los gobiernos, es una zona de riesgo, la gente no quiere fricciones, ni con la pareja ni en los restaurantes ni en los comercios. ¿El tejido social está en llamas? Posiblemente.

Pero no todos los especialistas tienen una mirada negativa sobre la soledad. Para Robert J. Coplan, estudioso del fenómeno y autor del reciente libro La alegría de la soledad, las personas necesitan tiempo a solas para autorregularse en lo emocional, fortalecer la creatividad y recargarse mentalmente. Pone el foco, sobre todo, en la población introvertida, a la que ha analizado bastante.

Uno de los fenómenos mejor documentados es la tendencia demográfica de mujeres que eligen la soltería como opción de vida porque en ella han encontrado satisfacción, equilibrio y es un acto de resistencia y rebeldía. En México, cuatro de cada 10 mujeres solteras han sufrido violencia por parte de su pareja.

Eso no quiere decir que se deba romantizar la soledad elegida o la soltería en todas sus presentaciones (como el divorcio, la soltería de los jóvenes adultos o la viudez) porque sostener un hogar unipersonal implica un constante quebranto financiero, sobre todo en países con desigualdades salariales. El dinero sí hace la diferencia y facilita la autonomía. Sin embargo, millennials y la Generación Z han abierto, a través de la tecnología, nuevas rutas de ingresos gracias a la flexibilidad y movilidad laboral, que cuando se consigue es redituable porque tiene un impacto de bienestar integral, es decir, son grupos que sí quieren llevar una vida en solitario y buscan la manera de consolidarlo.

Lo que se ha llamado “economía de la soledad” significa que están tipificados los hábitos de consumo y la distribución de gastos en productos de bienestar, servicios de cuidado personal, ocio y viajes. Detrás de este comportamiento financiero está una compensación consciente por la falta de una red familiar o pareja. Los ritmos personales, la estabilidad emocional y la independencia son beneficios que valen la pena por el sobrecosto que significa la decisión de una vida unipersonal.

Ilustración: Sólin @solinsekkur

En las redes sociales, sobre todo en X, son constantes las conversaciones que se mantienen sobre este tema. Las personas se apoyan, recomiendan lecturas, comparten experiencias, prácticas, y la respuesta colectiva no es el lugar común “no estás sola/solo”, al contrario, muchas personas se reconocen en esa situación, pero la tienen más que asumida. Algunos tuits alcanzan hasta 4 millones de vistas, más de 2,000 comentarios y miles de “me gusta”. En Facebook hay cientos de reels sobre los porqués de la soledad elegida, y es sorprendente la interrelación que se genera y los conceptos que más se utilizan son paz mental y autocuidado.

Tal vez aquello de “más vale solo que mal acompañado” cobra un sentido novedoso: sin despecho, sin rencor, sin victimismo, sin autocompasión y, sobre todo, sin miedo.

Los más optimistas ¿o idealistas? creen que por más sombría que luzca la soledad contemporánea, sobre todo la elegida, la sociedad se está dando la oportunidad de vivir la autosuficiencia emocional, de ser un laboratorio válido de amor propio y de sobrevivencia inteligente y estratégica. Tal vez, aquellos “populares” de los institutos académicos, a los que todos querían acercarse, ya son obsoletos; y los antisociales, los de pocos amigos, son los que la rifan. Hoy, George Bell recorre el mundo.

Cortesía de Chilango



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